“¿Por qué papá está preso?”: una niñez avasallada y de sueños rotos

domingo 29 de octubre de 2023 | 6:05hs.
“¿Por qué papá está preso?”: una niñez avasallada  y de sueños rotos
“¿Por qué papá está preso?”: una niñez avasallada y de sueños rotos

Julio Mario Gómez estaba casado con Lucia Gamarra y en la década del 70 tenían dos hijos: Celia y Orlando. Él era empleado público y afiliado a la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y ella ama de casa. Por aquel entonces, Julio fue arrestado en su lugar de trabajo, en Casa de Gobierno.

“Hasta marzo de 1976 éramos una familia feliz y vivíamos en el barrio El Laurel”, describe Celia (54). Ahora adulta, revive una infancia avasallada, de sueños rotos, años de incertidumbre y de angustia.

Julio hoy tiene 82 años y la familia se agrandó con la llegada de otros dos hijos, nacidos en democracia. Aunque las cicatrices ya no duelen, le recuerdan la época más oscura del país. Fue el último preso político de Misiones en ser puesto en libertad. Recién regresó a los brazos de sus seres queridos en diciembre de 1983, después de haber estado detenido en las cárceles de Candelaria, Resistencia (Chaco), Devoto (Buenos Aires) y Rawson (Chubut).

Por qué, se preguntaban los entonces gurises, Celia y Orlando. ¿Por qué se llevaron a papá?¿Por qué no está en los cumpleaños?¿Por qué hay que mudarse tanto?

Celia y Orlando
Orlando y Celia recuerdan la detención de su padre Julio Gómez en 1976. Foto: Marcelo Rodríguez

“El 18 de octubre del ‘76 cae mi viejo preso. Lo sacan de Gobernación en plena luz del día, él estaba trabajando, vino gente vestida de civil, pero se notaba que eran de las fuerzas y lo vinieron a buscar. Lo llevaron frente a los compañeros”, relata Celia a El Territorio y agrega: “Mi mamá tenía 20 y piquito, mi hermano 3 años y yo 7. Así que era una familia de matrimonio joven que recién estaba empezando con sus proyectos. Hoy, como adultos, vemos que fue una historia que nos tocó. Nadie elige, esa situación nos atravesó y nos cambió la vida. La mirada que teníamos en ese momento es que no entendíamos, como cualquier criatura. Y hoy pienso, que tuve una mamá joven con unos ovarios de oro. Porque por mucho menos, las familias se disgregaron”.

“Mi papá tuvo una condena por consejo de guerra a cadena perpetua. Él era estudiante de enfermería. Militaba en los barrios. Fue militante del Partido Auténtico y una vez que se instauró el golpe, hubo una seguidilla de inteligencia. Pero él nunca se fue, siguió trabajando hasta que lo detuvieron”, relata Celia.

“De esa época, por la edad que tenía, recuerdo las ganas de ver a mi papá. Tenía mucha angustia, tenía incertidumbre, no entendía por qué motivo pasaba lo que pasaba. ¿Por qué mi papá estaba preso? No entendía, era difícil comprender qué es lo que estaba pasando”, cuenta Orlando (50).

“Él estuvo detenido y desaparecido porque lo sacaron del laburo. Y mi mamá se recorrió todas las comisarías. Nadie sabía nada. Se fue al Ejército. Nadie sabía nada. Es más, nos tuvimos que comer un allanamiento buscando armas de guerra. En esa época estaban con nosotros unas tías que ya fallecieron y mi abuela que falleció. Nosotros éramos chicos. Fue un operativo, entraron y empezaron a buscar cosas. Me acuerdo que era a la noche y nos tiraron al piso. En el ‘76 la zona donde vivíamos -barrio Laurel- era casi rural. Mi mamá, con una mano atrás y otra adelante, era el sostén de la casa porque mi papá desapareció”, rememora Celia. Y en esa línea, Orlando tiene presente el click de que algo extraño pasaba, cuando empezaron los viajes y las mudanzas. De fortaleza y valentía admirable, Lucy tomaba sus pequeños y se trasladaba de una provincia a otra tras las pistas que conseguía de la detención de su marido, Julio. “Cuando empiezan los viajes, empiezo a sentir que a mi papá lo veía solamente en un lugar que no entendía lo que era. Desaparece de mi vida cuando yo tengo 3 años y recién empiezo a comprender cuando me doy cuenta en el colegio, en la escuela, en los actos. Siempre estaba mi mamá, mi papá no estaba. Y después cuando empiezo a hacer las preguntas, empiezan los viajes, las visitas. Y ahí empiezo a recordar que a mi papá lo veía en un lugar que era una cárcel. Se me venía la angustia, del sufrimiento, tristeza y dolor”, confiesa Orlando.

“A fines de 1976 nos fuimos a Buenos Aires, mi abuela nos tendió una mano. Y ahí empiezan los contactos con los familiares de detenidos y desaparecidos. Los contactos con la gente del MEDH (Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos), con la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos) y el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales). Entonces mi mamá nunca estuvo sola en ese aspecto”, describre Celia.

“Nosotros lo vimos recién a mi papá en Chaco en 1977. Fue la primera visita. Estuvo en Candelaria, en Chaco, lo llevaron a la Unidad 9 de La Plata. Después en Devoto y luego en Rawson”, acota Celia los lugares donde estuvo su papá y ellos detrás, siguiéndolo. Esperando verlo con vida.

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