Opinión

Desafíos urgentes

domingo 29 de octubre de 2023 | 6:05hs.
Desafíos urgentes
Desafíos urgentes

Por Alexis Rasftopolo Doctor en Comunicación Social

El 10 de diciembre estaremos conmemorando 40 años de democracia en la Argentina. En tanto, a nivel mundial, será el día de los derechos humanos, a 75 años de la Declaración Universal impulsada por la Organización de Naciones Unidas.

Se trata, en consecuencia, de una fecha importante, que nos interpela seriamente.

En este escenario conviene pensar a la democracia como un proyecto, una construcción colectiva permanente y entenderla como un postulado político, en el sentido en que lo refiere el filósofo Enrique Dussel: “que sirve como orientación para la acción”.

Este enfoque es necesario, puesto que si “el pasado vive en nosotros y nos ayuda a obtener experiencia”, como señala el historiador Luis Taracena, deberíamos poder aprender de las lecciones de otrora para no repetir los mismos errores en nuestros días.

Haciendo memoria, se comprueba con desgracia las secuelas imborrables ocasionadas por el terrorismo de Estado; esas lastimaduras ocasionadas en el tejido social, donde el blanco principal fueron los sectores trabajadores, estudiantiles, militantes, pero donde principalmente se trató, como sabemos, se sentar las bases para un modelo cultural, económico y político cuya derivación fue una experiencia de capitalismo excluyente, cuyas consecuencias, de diversos modos, continúan vigentes hasta hoy.

Pues, resulta lamentable tener que volver a atravesar la peligrosa posibilidad de experimentar políticas de violencia institucional, pobreza, desocupación y achicamiento del Estado en áreas fundamentales (educación, ciencia y tecnología, vivienda, atención social, salud y comunicación) como las que propone, por ejemplo, un Javier Milei y compañía.

En el plano global, vinculado a lo anterior, la Declaración Universal de Derechos Humanos materializada al calor de nuestro convulsionado siglo veinte, nació con la finalidad de contrarrestar las diversas formas de opresión y vulneración de la condición humana en cualquier rincón de nuestra tierra.

Se trata de un texto fundamental, que pone de manifiesto el derecho a la vida, a la libertad, al trabajo, a la educación, a la familia, al desenvolvimiento social y cultural en el ámbito de la comunidad, a la participación en los asuntos sociales y políticos en nuestra sociedad, al respeto humano por el mismísimo hecho de ser sujetos sociales, respetando las libertades religiosas, y no discriminando bajo ningún aspecto a nadie. Todo este contenido sustancioso, constituye la coordenada principal para alcanzar la mayor dignidad que se merecen todos los habitantes de esta tierra.

Empero, más allá del alcance y la gravitación fundamental que ha tenido y tiene esta concepción del derecho y de las leyes, y de los avances que ha habido al respecto, no podemos soslayar que por el solo hecho de que exista una ley o un tratado que estipule el mayor bienestar que nos merecemos como humanidad, esto se cumpla sin más.

Por el contrario, la historia, maestra cruel, nos demuestra que la justicia, la libertad, la igualdad y el respeto a la dignidad humana y a todo lo viviente, no puramente humano, suponen un ejercicio diario y una vigilancia constante; un compromiso ético y político para que estos derechos, esta axiología, realmente sean reconocidos y cumplidos.

El panorama, en este sentido, a nivel planetario, da cuenta de retrocesos preocupantes. En 2017, la organización OXFAM señaló que, en el mundo, 8 personas concentran una riqueza proporcional a la que suman 3600 millones de seres humanos. Y a este contexto se le añaden otros diversos conflictos actuales: las problemáticas ambientales, bélicas, las crisis político-democráticas, que configuran un escenario difícil.

Pensando en nuestro país, creo que si bien hemos experimentado enormes gestos de solidaridad, creatividad y resistencia en nuestras sociedades, en el tiempo transcurrido, donde la gente fue tendiendo lazos y acompañándose frente a las situaciones de fragilidad, y donde la presencia del Estado ha sido y sigue siendo fundamental en el camino de resguardar condiciones mínimas de dignidad, persisten matrices políticas, culturales, hegemónicas, negacionistas, que apuntan a querernos convencer de que resulta imposible torcer la estructura de la impunidad capitalista y los valores que impone.

¿Sabremos rescatar lo mejor de nuestra condición humana para hacer posible una democracia más igualitaria y justa donde el conjunto de nuestro pueblo, además de votar, recordando a Raúl Alfonsín, pueda también alimentarse, educarse y curarse? ¿Podremos tener una relación más razonable, amable y menos destructiva con nuestro planeta, nuestra naturaleza, con el ambiente que nos constituye?

Nos queda el optimismo de la voluntad: que la enorme decepción que se viene masticando se transforme en creatividad y que esa potencia nos lleve a encontrar alternativas para levantarnos del barro de la desesperación.

Todo proyecto político es imperfecto. Pero no dejemos de pensar, por nuestros hijos, que un mundo mejor es posible.

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