Quiroga, el Adán, el padre

domingo 06 de octubre de 2013 | 2:00hs.
Prolífico.
Prolífico.
Sus apellidos están ligados a Misiones, son de algún modo su “marca registrada”: los de los jesuitas, el del libertador nacido en Yapeyú, y el del bravo comandante Guacurarí. Otros pocos han logrado tanta identificación con el término “Misiones” como el apellido “Quiroga”, el Adán de la literatura misionera. Con los años se ha vuelto, como aquellos, también parte indivisible de la tierra roja, estableciendo mutuamente una famosa ligazón reconocida por extranjeros y naturales, que lo consideran precursor, y fundamentalmente inspirador, de los escritores misioneros del siglo XX.
Horacio Silvestre Quiroga nació en el Uruguay a fines del siglo XIX y conoció París antes que Misiones; recién en 1903 la descubrió con Leopoldo Lugones a los 25 años. Probó después suerte en el Chaco como industrial algodonero y fracasó.
Se radicó en San Ignacio en 1906 dedicándose al cultivo de cítricos. Levantó su casa a orillas del Paraná y allí vivió cuando se casó por primera vez. Había escrito en Caras y Caretas, y antes se había animado a un libro de poesías, género que abandonó tempranamente. Algunos de los primeros relatos publicados en esa revista, de apenas una página, serán mejorados por él y nutrirán en adelante sus libros, pero cambiarán radicalmente en cuanto Horacio pise Misiones. Aquí le nacen dos hijos pero muere su esposa.
Se exilia una temporada en Buenos Aires, y regresa más adelante, nuevamente a San Ignacio, con su segunda esposa que le da una tercera hija.
A fines de 1936, cuando se le declara la enfermedad que lo acabaría, marcha nuevamente a la gran capital, donde muere, en febrero del año siguiente a los 59 años.
¿Cómo alcanzó semejante identificación en los 4200 días que vivió, netos – contabilizados por él - en Misiones? Quiroga legó al mundo, esencialmente, una docena de libros que abarcan un centenar de historias fantásticas inolvidables, desde el punto de vista de la conmoción que produce en quien las lee por primera vez, de la valoración del estilo en quien las relee por segunda, y de la sana adicción generada en quien los retoma una y otra vez - aún conociendo los finales asombrosos - con renovados escalofríos. Se lo considera con justicia el padre de la literatura misionera, según juicio de críticos académicos y lectores profanos. Quiroga, habiendo nacido en Uruguay, es tan misionero como la yerba mate.

Por Javier Arguindegui
sociedad@elterritorio.com.ar


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