Un día cualquiera en San Pedro

lunes 22 de junio de 2020 | 10:30hs.
Un día cualquiera en San Pedro
Un día cualquiera en San Pedro
Ricardo Barrios Arrechea

Por Ricardo Barrios Arrechea Ex gobernador de Misiones

San Pedro es una ciudad emblemática para los viejos misioneros, para los jóvenes quizá una más al norte… San Pedro no nació con los jesuitas como muchos de los actuales pueblos; fue tierra de los cainguás que no aceptaron vivir en las reducciones; se opusieron al contacto con los “blancos” y vivieron su cultura milenaria y selvática. La diversidad de etnia guaraní que poblaron el sur de Brasil, Paraguay y litoral argentino, y el modo en que se mixturaron, hace difícil para un lego distinguir con claridad sus distintas nominaciones, pero para entendernos los guaraníes venidos por siglos del Amazonas poblaron la selva paranaense, Brasil, Paraguay, Misiones. Y entro ellos fueron los kaingans/cainguás guaraní se ubicaron en la amplia zona de los Pinos Paraná; esta etnia- la nuestra- pobló el nordeste de Misiones. En San Pedro y aledaños tuvieron sus “bases” dentro de su permanente modo nómade de vivir (caza, pesca, recolección de piñones), circulando libremente por sierras, arroyos y valles sin reconocimiento alguno de lo que luego fueron países. Simplemente su nación era la selva.

Lo interesante de la historia de San Pedro son los primeros contactos entre los aguerridos cainguás y los blancos. El relato es que en 1845, en conocimiento de que en San Pedro existían yerbales naturales, organizan una expedición desde Santo Tomé que termina trágicamente, todos muertos violentamente menos Bonifacio Maydana, un niño secuestrado que sería luego cacique de crucial importancia en la historia yerbatera. Cuando la Guerra de la Triple Alianza (1865/1870) el coronel brasileño Marcondes en camino hacia el Paraguay desde Brasil, abre una picada que atraviesa Misiones de lado a lado pasando por el lugar del asentamiento y le da su primer nombre: “San Pedro del Monte Agudo” en homenaje a Pedro II. La tercera noticia de San Pedro a secas la da el Pacto de la Selva entre el ya cacique Maydana y el montaraz Moraes Dutra en 1875, por la cual los cainguás aceptan la explotación de los yerbales naturales sin conflictos a cambio de herramientas, hachas, machetes, perros para cazar…pero no sin una interna con el cacique Fracrán quien no estuvo de acuerdo e hizo rancho aparte. Años después Ambrosetti entra desde el Uruguay por la picada Paggi y encontró a los naturales al borde de la extinción. Sólo quedaban chozas y algunas casas de madera. Habían perdido sus habilidades de monte, pero eran excelente cosechando yerba.

Mi primer contacto personal con San Pedro fue en unas vacaciones en 1961 en que acompañé a mi hermano Arturo Barrios al mando de una Estanciera IKA llena de analgésicos y de entusiasmo. Nos acompañaba un visitador médico, Tito Dávalos, y los medicamentos eran de la Droguería Misiones, de la cual Arturo era gerente. Recorrimos la 14, la 101 y volvimos por la 12. Ahí, en la 14, conocí el Salto Encantado en estado virgen. Pero para verlo había que descender casi en picada colgado de las ramas y troncos buscando piedras y estribándose en troncos . Al salto se lo apreciaba desde abajo, desde la olla como una herradura verde que lanzaba un chorro de agua desde lo alto por un agujerito colgado del cielo. Impresionante.

Todo era verde, sólo el camino rojo. Hasta el cielo verde porque a veces no se lo veía tapado por copas y copas de árboles que se abrazaban de banquina a banquina. Más adelante, siempre en la 14, en un descampado, un cruce con un enorme cartel con mucho optimismo, “Aquí futura ciudad de San Vicente”, anuncio al que el tiempo le dio la razón y se transformó en un poderoso centro productivo y comercial. Después… San Pedro y sus hermosos pinares, verdaderos monumentos vegetales que ya anunciaban la llegada kilómetros antes. Impactaba un nuevo y monumental paisaje con gigantes milenarios, helechos gigantes y yerbales nativos. Una verdadera fiesta vegetal. Por eso los que la disfrutamos sabemos del valor de conservar y repoblar.

No recuerdo más que modestas casitas; un arroyo, un camión “canadiense” cargado con un solo palo de un diámetro enorme (de cedro, dijo el patrón). Más adelante, Bernardo de Irigoyen, que era el destino fuerte de la venta, pero antes, haciendo rugir la primera, subir el famoso cerro Tigre de frente y a lo guapo. Si no entraba el cambio, bajar de cola, tomar impulso y agarrar con furia nuevamente la subida. Ahí dormimos en el hotel Malvinas, de construcción con chapas de terciado. Dormir en un cuarto era como dormir en todos o estar escuchando varias radios a la vez. Lo más impactante fue que en el cuarto vecino se alojó una joven pareja recién casada. No había tele en ese entonces, pero con imaginación y sonidos era como mirar en la tele una peli porno. Era invierno, recuerdo haber tomado una sopa muy caliente donde se podían contar los fideos, con dos huevos cocinados a caldo. O muy rica la sopa o hacía mucho frío, o las dos cosas, pero me resultó inolvidable.

Ahí se descargó la mayor parte de los analgésicos, como para dos Irigoyen juntos. En mi memoria veo a paisanos en media mañana sentados en una cerca, balanceando las piernas al ritmo de la nada, seguramente cargándose de sol que venía desde Brasil. Después seguimos por 101. No recuerdo de San Antonio pero sí que nos empantanamos una noche y a dormir en la Estanciera mientras escuchábamos en la radio el Campeonato Nacional de Básquet, en el flamante anfiteatro construido en tiempo récord por el gran gobernador Ayrault. Se transmitía un partido y la propaganda era “venga a Misiones… conozca Misiones la hermosa”, entre el ruido de la lluviarada, la empantanada hasta el estribo. Y mi hermano repetía: “Venga a Misiones…LPMQTP”. Se nos vino la madrugada, pero la ruta seguía diciendo no. Supongo seguimos normalmente por Iguazú y Posadas, pues no recuerdo nada en especial.

Muchos años después, ya médico, atendí un paciente de Irigoyen. Como era la época del boom de la soja, le pregunté si estaban plantando en la zona, y me contestó con tonada cómplice: “No, doctor, no se planta, allá somos buenos para la frontera”. Punto, no hacía falta seguir preguntando; me retrotrajo a nuestra venta mayorista en Bernardo y a los paisanos cargando batería solar (para evitar suspicacias, les recuerdo que en esa época no existía el consumo ni tráfico de drogas).
El segundo encuentro con San Pedro fue de campaña política. Abordé el pueblo por dos vías, una desde Piray por la vieja picada yerbatera ya ruta 16 (si se le podía llamar ruta: pozos, ribadas y descensos, piedras y un acompañamiento selvático a ambos lados hasta llegar al pueblo). Recuerdo lo penoso del viaje y lo hermoso del paisaje, de un verde encajonado que apenas mostraba una ventana de tanto en tanto. La otra vía fue desde Eldorado por Puente Alto, actual ruta 20. También una picada “camionable”, ahí sí más abierto, con algunos túneles de verde. Pero lo que más me llamó la atención fue la enorme cantidad de renovales de pinos Paraná y yerbas nativas de todos los tamaños, como si fuera un catálogo del desarrollo natural. El acto político en un tinglado municipal poblado de tabacaleros con sombreros aludos y caras magras con arrugas como tajos. No era fácil el discurso, había que haber atendido a muchos tabacaleros y costeros del Uruguay en el Madariaga con las orejas alertas, para “embocar” la arenga rural.

Muchas veces volví al pueblo que cada vez se iba haciendo más ciudad. Pero no dejo de recordar una invitación del intendente y querido amigo Orlando Wolfart para mostrarme, lleno de justificado orgullo, sus obras municipales. Empedrado, asfalto, plaza renovada, una hermosa terminal de ómnibus recién estrenada y un buen almuerzo. Por último, me llevó a ver una chacra donde con un convenio con un colono habían hecho un vivero de nativas para el municipio. Llegamos y había que remontar una loma importante. En la cima, un colono típico, polaco grandote y parado como un faro. Sin mover un pie, a medida que nos aproximábamos su cuello se elongaba y su cara hablaba de sorpresa y dudas. Cuando estuvimos cerca y casi al toque, me dice a modo de pregunta y aseveración, “Ehh, ¿¿¡¡Cacho BaRios !!??”; le contesto “sí, Cacho Barrios”; y me dice “Ohh… Cacho BaRios, las veces que te voté al pedo a vos”.

Consultas: Viajes de Ambrosetti a Misiones. Pacto de la Selva, Daniel Alcaraz. Génesis sobre la selva misionera y sus habitantes, Guillermo Wilde.