De especies en peligro y decisiones urgentes
"El biólogo estaba mostrando a su distinguido visitante el zoo y el laboratorio.
—Nuestro presupuesto es demasiado limitado para poder recrear todas las especies extintas —decía—. Por eso traemos a la vida únicamente a los animales superiores, los más hermosos que fueron exterminados de manera harto irreflexiva. Trato, si es posible, de reparar los daños causados por la brutalidad y la estupidez”.
Así comienza ‘El rey de las bestias’, un breve cuento de Philip J. Farmer, fechado en algún momento del futuro, con un dramático giro argumental que dispara algunas reflexiones.
Al final se revela que se requiere de un permiso especial para recrear al ser humano (por tanto, ni biólogo ni visitante son personas como ustedes y yo). Como ya habrán podido inferir, el hombre es una de las especies extintas en ese universo ficticio y devolverlo a la vida no es tan conveniente como hacerlo con un tigre o un canguro debido al daño que es capaz de causar. El mismo daño que acabó con su propia presencia en la tierra.
Ese texto se escribió hace 60 años, cuando la oveja Dolly todavía parecía lejana y si se avizoraba el fin del mundo era más por un inminente apocalipsis nuclear que por el cambio climático que hoy nos pone contra las cuerdas. Hoy, la clonación es cosa de todos los días y, aunque el consenso científico ve con malos ojos manipular al ser humano, revivir a especies extintas como el mamut está en proyecto desde que tengo memoria.
En ‘Sapiens’, Yuval Noah Harari detalla con crudeza el volumen de la desaparición de plantas y animales en cada lugar al que fueron arribando las migraciones del Homo a lo largo de miles de años. Que se entienda: especies surgen, evolucionan y desaparecen desde que el mundo es mundo, selección natural y supervivencia del más apto (no del más fuerte), que le dicen; sin embargo, la evidencia no permite dudar sobre la cantidad de daño atribuible a la intervención de las poblaciones llegadas de África, en primer lugar, Europa y Asia. Huelga expresar, entonces, que si bien cierto grado de perjuicio era (es) inevitable, el infligido en cada uno de los casos es desproporcionado.
Dicho de otro modo: se necesita cortar árboles, ¿pero tantos? Hay que cazar animales, ¿por necesidad, por estupidez o por placer? Nuestros efluentes van a ríos y arroyos, ¿después de tratarlos o con total descuido e insensatez? La ignorancia, la desidia y la ambición desmedida, especialmente a partir de la revolución industrial, nos han robado no sólo la primavera, sino también el otoño y el invierno para dejarnos en un verano que cada año será más caluroso.
No es cuestión de devolverle un sitial destacado en el pensamiento a la misantropía, nada de proponer una ridícula y forzada dicotomía ecología-humanismo/humanocentrismo. Se trata más bien de pensar que si lo hecho hasta aquí para revertir o detener (o al menos morigerar) el calentamiento global sirvió de poco y nada y los tratados de no proliferación nuclear pierden eficacia —sobre todo a partir del surgimiento (entendible en contextos de crisis y fracasos), la consolidación (incomprensible y preocupante) y la llegada al poder (alarmante) de movimientos belicistas con ideas totalitarias maquilladas de democracia—, será hora de poner en las manos de expertos los pasos a seguir, alejados del timón quienes, encaprichados en tapar el sol con un dedo, priorizan la conveniencia de su ideario y de sus benefactores por sobre las posibilidades —remotas pero aún existentes— de que en el futuro exista un planeta habitable y que merezca ser vivido para las próximas generaciones
Hay esperanzas si se escucha a los que saben, si se replican experiencias positivas que ayudan a mejorar las condiciones de vida de las poblaciones locales al mismo tiempo que reducen los daños de la contaminación y recuperan áreas para reponer ecosistemas eliminados o desequilibrados. De ello dependerá sobrevivir como civilización los próximos cinco o diez años, sin que el océano nos devore, la atmósfera nos derrita o una tercera guerra mundial nos devuelva a la prehistoria. Por algo en ‘El rey de las bestias’, el cuento de Farmer, entre las especies extintas a revivir se encuentra el propio ser humano.