La vida es prestada

domingo 07 de mayo de 2023 | 3:54hs.
La vida es prestada
La vida es prestada

- ¡Doña Tuberculina está en punto y coma!

- ¡Doña Tuberculina está en punto y coma!

- ¡Está internada en el sanatorio “La villa Encanta­da”! ¡Está internada desde anoche…!

La voz se corrió por nuestro barrio como reguero de pólvora en boca de los vecinos y, desde allí, la noticia tras­cendió a la ciudad.

En realidad, doña Tuberculina, antigua dama y vecina nuestra, no estaba en “punto y coma”. Simplemente estaba “en coma”; aunque estar en coma no es nada simple, valga el juego de palabras.

Desde que se conoció la noticia, el sanatorio “La villa encantada”, de la ciudad de Posadas, fue recibiendo casi en forma de malón a los innumerables amigos y conocidos de la enferma, quienes concurrían al lugar no tanto por genero­sidad y altruismo, sino para tratar de ser los primeros en conocer “las últimas palabras” de una mujer que en su vida había dejado casi sin palabras a toda una comunidad, tan charlatana era y tan conocedora de los pormenores de la vida de cada uno de los vecinos.

De alguna manera, tal vez con soborno de por medio, los curiosos pudieron introducir a un infiltrado en proximi­da­des de la sala de terapia, a la que tenían acceso solamente los familiares más íntimos de la comatosa mujer, para lo­grar enterarse del último mensaje de la dama, ante la triste evidencia de que el final era inexorable.

Dentro de la sala, Tuberculina agonizaba y los médi­cos ya la habían desconectado de toda tecnología para per­mitirle una muerte más cómoda, si es que esto fuese posi­ble, ya que la muerte no sabe de comodidades ni de inco­modidades. Ella se lleva lo que es suyo en el momento jus­to, ni un segundo antes, ni un segundo después de lo que está determinado en las profundidades del arcano.

A las 11,05 del día 4 de junio del año 2006, doña Tu­berculina abrió los ojos con dificultad y tal vez pudo obser­var los rostros angustiados de sus familiares más íntimos que la rodeaban transidos de dolor.

Luego de un “revoloteo de ojos” la enferma, con un supremo esfuerzo, volteó la cabeza hacia su derecha y con voz muy clara dijo:

- “La vida es prestada”, y de inmediato, cerró los ojos…

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Pocos minutos tardó la noticia en llegar al lugar don­de el público se reuniera para enterarse de las últimas pala­bras. El soplón de las inmediaciones de la sala de terapia cumplió fiel y rápidamente con su cometido.

- ¡La vida es prestada! ¡La vida es prestada…! Esas fueron sus últimas palabras.

- Tal vez haya sido una sentencia admonitoria. Tal vez una advertencia decían todos casi a coro por los pasi­llos del sanatorio…

La noticia no tardó en expandirse por toda la ciudad causando sensación en los vecinos, entre los cuales se des­tacaban los falsos adivinos e interpretadores de pacotilla que trataban de explicar el verdadero sentido del mensaje. Mil y una explicaciones se dieron, cada cual más fantasio­sa que la otra.

Pero lo que ningún adivino del barrio pudo imaginar, es que las palabras pronunciadas por la “moribunda” en realidad no fueron sus últimas palabras pues a los pocos minutos de pronunciarlas y de reclinar la cabeza la enfer­ma se recuperó en plenitud de su preocupante estado, y a los pocos días fue dada de alta de “La Villa Encantada”, vivita y coleando.

Desde entonces, doña Tuberculina sigue haciendo de las suyas con su lengua, contando todo lo que sabe e insi­nuando lo que no sabe. Ella imagina (y acierta siempre) cómo pudo haber sido tal o cual circunstancia que involucre a algún vecino, y desparrama la información a los cuatro vientos con absoluta precisión y detalles. “No hay nada que la pare”, dicen los vecinos.

“La vida es prestada”, se dice en el barrio cuando se habla de doña Tuberculina o se padece de algunos de sus “sutiles comentarios”.

Y, es evidente que la vida, o la muerte, le han presta­do a la dicharachera mujer un tiempo más que importante para seguir dedicándose a las noticias que, de manera per­manente, mantienen en vilo a todos quienes tienen la suerte, o la des­gracia, de caer en el influjo de su lengua.

 

 

Luis Ángel Larraburu

El relato es parte del libro El plato volador de Liberato Sotelo. Larraburu ha publicado además “A mis amigos… Los duendes”; “El Monje Negro”, “En los pagos del Oro verde” y “Sobre duendes, mitos y leyendas” entre otros.

 

 

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