La plantación de mandioca

domingo 17 de marzo de 2024 | 3:30hs.
La plantación de mandioca
La plantación de mandioca

El cartel indicando la prohibición de arrancar mandioca está muy claro y a la vista de todos, pero, aun así, la mayoría lo ignora.

En realidad, esa mandioca se plantó para alimento, pero las órdenes fueron muy precisas, cercar la plantación y colocar el cartel.

Durante el día a José, el capataz, le resulta relativamente fácil controlar que nadie se acerque al mandiocal, pero cuando cae la noche es casi imposible evitar que algún intrépido se haga de varias plantas para la cena o el almuerzo del otro día.

No es sencillo cumplir órdenes, piensa José, mientras se interna en el obraje y va dejando atrás las más que precarias casillas de los trabajadores, construidas con láminas de refugue y habitadas por estremecedores niños flaquísimos y panzones. Nunca entendió ese fenómeno que veía a diario de los niños flacos con panza prominente.

Hace una semana llegó como capataz al obraje de Mato Quemado. Recuerda con toda claridad que el mismo “Cambá Pucú”, como lo llamaban los motosierristas al ingeniero a cargo de la reforestación, lo trajo desde Posadas en su propio auto, un Ford Falcon modelo 81 y durante el viaje le fue explicando las últimas instrucciones y cómo quería que maneje al personal, con mano dura. Se dio cuenta en el viaje que el ingeniero es de pocas palabras, y por eso también muy preciso cuando da una orden.

En principio José tenía que hacerse cargo de controlar las tareas de raleo de las plantaciones de pino, cosa fácil para él que siempre había trabajado en el monte.

Detuvo la camioneta donde termina el camino, al borde de la plantación y siguió a pie hasta donde están los motosierristas que, según su experiencia, no son gente de confiar. Les avisa que deben terminar ese lote como máximo en dos días porque después hay que abrir corta fuegos en los lotes 20 y 22.

Camina hacia el vehículo pensando que tiene todo bajo control, aunque le preocupa la plantación de mandioca, es lo único que escapa a su vigilancia.

Arranca la camioneta casi con bronca hasta donde están construyendo los corrales para el criadero. Ni el japonés, ni el ingeniero le habían dicho nada del criadero ni de los chanchos cuando lo contrataron, solo le hablaron del raleo y desmalezamiento de la forestación y las tareas culturales habituales.

Los corrales están casi terminados, para el sábado estarán listos, le dijo Juan. Cuando venga “Cambá Pucú” va a ver que todo está como él pidió se dice a sí mismo. Todos los sábados, si no llueve, viene el ingeniero a ver cómo están quedando los corrales y el lote que destinó al criadero de cerdos.

Mira la hora y emprende el regreso a la oficina, a las doce llaman por radio desde Posadas y le avisará al japonés que los corrales están listos.

Puede atravesar el lote de eucaliptus para volver, pero prefiere hacerlo por el mismo camino que utilizó antes, algo le dice que debe pasar por la plantación de mandioca.

Acostumbrado a la soledad José suele hablar solo en voz alta, por lo general repasa lo que tiene que hacer para no olvidarse. Después que atienda la radio tendré que ir hasta El Alcázar, se me están terminando los cigarrillos y la caña, a la noche refresca y sin caña ni mujer se hace duro, se dice.

Sus pensamientos se interrumpen al llegar a la plantación de mandioca. Un “gurí” sale corriendo con una bolsita llena de mandioca, no tiene más de diez años. Ve la camioneta y se asusta, corre más ligero. El vehículo es más rápido que sus débiles piernitas. José no frena, el golpe es seco.

Para unos metros adelante, baja y camina lentamente hasta el pequeño cuerpo atravesado en el camino. Junta primero las mandiocas que deja sobre el asiento, alza el cuerpo inerte del “gurisito” y lo deposita en la caja de la camioneta.

Va a servir de escarmiento, dice mientras acelera para no llegar tarde a la oficina. A las doce llaman de Posadas.

Llega justo para escuchar la voz del japonés en la radio: “atento Caraguatay…atento Caraguatay…”. Se cuida de comentarle que está todo bien y hace hincapié en que los corrales estarán terminados para el sábado.

Sale de la oficina y ve que la gente se está reuniendo alrededor de la camioneta. Un hilo de sangre se escurre por el paragolpes trasero.

Un ladrón de mandioca, dice José en voz alta y, bajando un poco el tono, aclara que el “gurí” se asustó y se chocó con la camioneta, no me dio tiempo a frenar, que se lo lleven los padres, saquen madera del galpón para el cajón.

Vuelve lentamente a la oficina y toma el último vaso de caña que queda, ordena que laven la camioneta y se acuesta, tratando de dormir la siesta. No duerme. Se levanta, se moja la cara, no sabe qué hacer. Mira por la ventana y aún siguen lavando la camioneta. Llama a Julián, el único tipo en quien confía, y le dice que prepare el mate, se sienta en el escritorio, prende un cigarrillo y toma el mate que le alcanza Julián.

¿Venís conmigo al El Alcázar?, pregunta José. No, tengo que terminar de pintar el galpón, responde Julián alcanzándole otro mate.

¡Ya está!, gritan desde afuera. Sube a la camioneta y sale rumbo al pueblo. A pesar del mal estado del camino va a considerable velocidad, quiere alejarse rápido del obraje, se acerca a la última curva antes del taller del Toto, levanta el pie del acelerador y pisa el freno. El freno no responde, maldice en voz alta, con razón tardaron tanto en lavarla.

La gente del taller ve la camioneta desbarrancarse y corre, pero nada pueden hacer, solo avisar a la policía para que rescaten el cuerpo que salió despedido por el parabrisas.

Al anochecer, en el obraje hay dos velorios. La mayoría de los presentes está junto a los padres del “gurisito”. Nadie cuida la plantación de mandioca.

-Cuidá bien que nadie saque nada. La mandioca, le había dicho el ingeniero en una de sus visitas al obraje, es solo para alimentar a los chanchos.

 

Emilio Juri

Inédito. Juri es periodista y reside en Posadas. Trabajó en varios medios de la provincia. El cuento es parte de un próximo libro.

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