Luis Durán fue uno de los misioneros en primera línea de combate

La dura realidad de enfrentar a la muerte cara a cara, día a día

Sargento 1 del Regimiento IV de Monte Caseros, destacó lo inigualable y desgastante de la guerra, el maltrato posterior de la fuerza y la hermandad de los veteranos
domingo 27 de marzo de 2022 | 6:05hs.
La dura realidad de enfrentar a la muerte cara a cara, día a día
La dura realidad de enfrentar a la muerte cara a cara, día a día

Estado de alerta constante, 24/7. Sin descanso, sin respiro. Los sentidos se agudizan y el cuerpo escucha todo, internaliza, habla aunque el dolor del frío lo deje entumecido. Estar cara a cara con la muerte de manera permanente deja huella y hermana con el de al lado. Así lo grafica Luis Durán, misionero ex combatiente de Malvinas.

Militar de carrera, Durán ingresó al ejército en el 69 con 15 años y se recibió en el 72 con 18. Su especialidad es la puesta a punto de las armas, es mecánico armero, por lo que al estallar la guerra en 1982, se convirtió en un imprescindible del Regimiento IV de infantería de Monte Caseros, donde estaba asignado en ese momento. Posadeño oriundo de Villa Sarita, donde hoy reside, estaba felizmente casado con dos hijos al momento de partir a las islas y con su mujer embarazada. Se enteró del conflicto por radio y dedujo automáticamente que debería ir a combate, aunque en el regimiento la noticia no fue tan instantánea.

“Viajamos en tren con camión, municiones, cañones hasta Paraná y luego a Bahía Blanca, de ahí fuimos por tierra hasta Río Gallegos para cubrir un objetivo en el sur. Estando allí, el jefe me dijo que sacara todo los repuestos que necesitase, que esa misma noche saltábamos a la isla”, contó sobre el imprevisto cambio de planes que lo llevó al inhóspito suelo malvinense.

Ya en terreno bélico, en el primer cambio de posición el regimiento del que fueron parte muchos misioneros y correntinos, caminó 35 kilómetros con todo el equipo al hombro, bajo esas condiciones extremas de lluvia, frío y viento. Algunos soldados ya sufrieron principio de congelamiento en esa primera fase.

Con el tiempo, al solo escuchar un silbido, podían interpretar si el proyectil se desviaría o caería cerca. En ese sobrevivir diario, Durán planteó que cada uno ‘‘se agarraba de donde podía para mantener el ánimo arriba’’. “Había momentos que estábamos muy distraídos y jugábamos al truco,  estando en primera línea. Venía un cañonazo, nos tirábamos al suelo y después seguíamos, pero eso era pasajero porque era permanente la lluvia, la nieve y el viento”, relató.

Además, cada tanto podían dejar unos segundos su posición para hablar por radio con su familia, gracias a la ayuda de un radioaficionado de Caseros. Esos escasos momentos eran el único respiro del yugo. El ambiente de por sí fue uno de los enemigos para los guerreros locales, que tal como consignó quien era sargento 1, provocaba uno de los mayores desgastes.

‘‘Cuando nos atacaron ya estábamos casi entregados, tantos días mal comidos, mal dormidos . No nos daban respiro para nada. no podías comer tranquilo, no podías dormir, no podías defecar, porque escuchabas la artillería y tenías que salir. Era un trabajo de desgaste que nos hicieron’’, recordó al explicar que la fuerza británica lanzaba ataques cortos pero violentos y potentes.

En total Luis estuvo aproximadamente 64 días en las islas, volvió al continente como prisionero de los ingleses y desembarcó en Puerto Madryn, en esa jornada histórica donde la ciudad entera recibió a los combatientes y la leyenda dice que todo Madryn se quedó sin pan.

Luis no solo recuerda esa efusiva algarabía sino que supo volver hace unos años con su compañera e incluso con su nieto mayor.

En tanto, la recibida por los pares del Ejército fue todo lo contrario. Ya en la Escuela de Suboficiales General Lemos sufrieron un gran maltrato y luego en Monte Caseros, similar. Por un lado, el pueblo entero fue hasta la estación a recibir a sus héroes, mientras en el regimiento se sintieron rehenes de su propia tropa y hostigados, hasta hubo sublevamientos.

“Me retiré en el 90 del Ejército, ser veterano de guerra era pecado”, refirió Durán. En contrapartida, destacó la hermandad que se generó con sus camaradas ex combatientes y sostiene su convicción de defender el territorio.

“Malvinas para nosotros es un sentimiento, nos hermanó a los veteranos y es parte de nuestro territorio. Yo no voy a la isla porque no voy a presentar pasaporte para ingresar a un terreno por el que peleé diciendo que es mío, no lo siento como lógico”, adujo.

“Yo tengo un hijo varón. Si a él le tocaba ir  a una guerra y en caso, morir en defensa de la patria, como padre va a ser un dolor terrible, pero como hombre un orgullo”, agregó, dejando clara su postura.

Al detallar la marca que dejó el enfrentamiento en cada veterano, recordó que cuando estuvo al frente de una asociación local de soldados, un psiquiatra comparó el cuerpo humano con un manojo de cables, para explicar las consecuencias de la guerra. “‘Si al cable lo tirás a la intemperie, le mandás sobrecarga, en vez de 220, 300, 400 voltios... el cable se resquebraja, se quema, se pela y hace cortocircuito. Y eso le pasa a usted, tiene los cables pelados. El tipo que es fuerte va a tardar más tiempo en sacar eso afuera y el que es más débil ya lo sacó’, me dijo”.

En cuanto a lo físico, Durán resaltó que hasta hoy siente la planta de los pies adormecidas por haber sufrido congelamiento en los pies y de no practicar deporte toda su vida, quizás no caminaría más.

A 40 años del suceso histórico que definiría la vida de muchos argentinos, los ex combatientes se mantienen unidos en defensa de su historia. Malvinas forjó la personalidad y se convirtió en una cicatriz de toda la vida y entorno.

“Hubo soldados de 18, 20 años que crecieron de golpe. De ser un ciudadano común, pasó a ser uno que se jugó la vida día y noche. Estar cara a cara con la muerte permanentemente es otra cosa, eso fue lo que nos pasó” remarcó Durán cuyos hijos y nietos defienden con fuerza la causa Malvinas.

En esa línea, subrayó que quienes vivieron la experiencia, se entienden con solo mirarse. “Los que nos jugamos la vida, los que pusimos el pecho hablamos el mismo idioma, peleamos por lo mismo, nos defendemos entre nosotros”, definió como sentimiento único, de todo veterano. 

 

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