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Es de San Javier y tenía 22 años en aquel entonces

El después de la guerra: entre la alegría y el trauma

Rafael Aidar (62) fue uno de los tripulantes del ARA Punta Médanos y finalizado el conflicto bélico por Malvinas pidió la baja de la Armada
domingo 27 de marzo de 2022 | 6:05hs.
El después de la guerra: entre la alegría y el trauma
El después de la guerra: entre la alegría y el trauma

Rafael Aidar tenía 22 años y era cabo segundo de la Armada, cuando un conjunto de colectivos llegó a las puertas de un cine de la ciudad de Punta Alta (Buenos Aires) y lo llevó a él y a sus otros compañeros -que estaban de franco y viendo una película de John Wayne- hacia unas gigantes embarcaciones con un destino que todavía desconocían.

Algunos tenían como sitio de navegación, entre otras embarcaciones, al ARA General Belgrano y otros tantos, él incluido, al ARA Punta Médanos. Navegaron por tres días, todavía sin saber hacia dónde se dirigían, hasta que al amanecer divisaron frente a ellos una ciudad: Puerto Argentino, la capital de las Islas Malvinas.

“Nosotros nos enteramos del conflicto bélico ya cuando estábamos en Malvinas porque escuchamos el primer comunicado (de la Junta Militar). Pensamos que toda esta movida era para hacer una maniobra de práctica de combate, pero navegamos entre tres y cuatro días hasta que al llegar a la noche, tocaron zafarrancho de combate y cada uno acudió a sus puestos de combate”, recordó Rafael, hoy de 62 años, y que vive en su San Javier natal junto a su familia.

El conflicto de Malvinas tiene miles de historias, muchas pueden ser contadas por sus protagonistas, numerosas quedaron en el frío suelo de las islas y otras tantas en el silencio de a quienes, heridos por el recuerdo, el trauma no les deja poner en palabras.

Rafael es una de estas historias y hoy, gracias al apoyo de los suyos pudo superar los espectros del pasado y hablar claro, sin tapujos.

Durante el conflicto la tripulación del Ara Punta Médanos no desembarcó en las islas sino que navegó por el norte de ellas, porque su tarea era la de abastecer a las demás embarcaciones, como por ejemplo, de combustible.

“Todos teníamos miedo, por supuesto, porque cada vez que se corría la voz de que un submarino inglés venía a nuestra zona nos daba temor. Nosotros éramos una bomba flotante, teníamos muchos litros de combustible y con cualquier torpedo que llegara a nuestro barco no contábamos más el cuento”, relató el hombre.

Y añadió: “Cuando uno va a una guerra está propenso a no volver a su casa ni ver su familia, en mi caso a mis padres y hermanos en aquel entonces”.

La alegría y el trauma

Mientras Rafael estaba en la zona del conflicto con Gran Bretaña, en su casa lo esperaban sus padres Florentino y Delicia y sus hermanas menores Nora, Ángela, Alejandra. Tuvieron que ser muy fuertes para afrontar la falta de información sobre el estado de Rafael y de los numerosos vecinos que llegaban a su casa a diario preguntando cuándo llegaría su cuerpo sin vida a San Javier. “Ellos gracias a Dios tenían el corazón fuerte y resistieron”, reconoció.

“Cuando terminó el conflicto volvimos a nuestras casas, nuestras familias tenían mucha alegría pero nosotros teníamos el trauma”, durante varios años estuvo en un estado de alarma constante, cada vez que escuchaba una sirena lo inundaba el temor y el impulso de buscar refugio o aguardar en su puesto de combate.

“Esto es inolvidable porque uno lo lleva adentro, lo vivió. Gracias a Dios lo he superado porque tuve mucho apoyo tanto familiar como de amigos. Todos vinimos mal y nadie se esperaba que hubiera un conflicto bélico”, se sinceró.

Después de Malvinas, Rafael pidió la baja y se preparó para trabajar en barcos mercantes en Puerto Madryn, donde se desempeñó hasta el 2004. “No me sentía bien anímicamente como para seguir y no quería formar parte de otro conflicto bélico”, dijo al respecto.

Por ello, se indignó sobremanera cuando hace cinco años atrás recibió una carta donde lo citaban en Buenos Aires para hacerle un test psicológico para conocer las secuelas de la guerra.

“Lo hicieron 35 años después. Le dije a los doctores que me atendieron que si me hubieran hecho esto unos años después de la guerra, en los que realmente me sentía muy mal, me darían el 150% de incapacidad porque yo estaba loco”, reconoció.

Hasta el día de hoy Rafael no puede evitar que las lágrimas inunden su rostro cada vez que escucha entonarse la Marcha de Malvinas. “No la puedo escuchar porque lloro peor que un bebé, estoy hablando con usted ahora pero estoy prácticamente quebrado, porque estas fechas me traen malos recuerdos”, sostuvo.

“Uno nunca va a estar de acuerdo con un conflicto bélico porque eso acarrea un montón de consecuencias. No estoy de acuerdo con la guerra, pero defiendo a muerte la soberanía de las islas. Las Malvinas son y serán nuestras siempre”, cerró el hombre, padre de tres hijos y veterano de una guerra. 

 

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