UNA HISTORIA DE PIRATAS

domingo 23 de julio de 2017 | 5:00hs.
UNA HISTORIA DE PIRATAS
UNA HISTORIA DE PIRATAS

Los ídolos de Misiones podrían haber sido Pelé, Neymar o Ronaldinho. Quizás no tendríamos problemas de asimetrías o idiomas con Brasil, pero tampoco tendríamos la actual autonomía. Hasta parte de Brasil tal vez podría estar bajo dominio español o portugués, como podría haber sucedido con la por entonces inexistente provincia de Misiones.
Todo eso se definió, según algunos historiadores, en cinco días de increíble resistencia ante los ambiciosos avances comerciales y económicos basados en la explotación humana.
Sobre el tiempo de duración de la batalla hay disidencias y faltan certezas sobre los puntos exactos donde se libró durante ese lapso la contienda, que incluyó desde San Javier, Santa María a Panambí, entre otras localidades ribereñas.
Lo cierto es que venían a estas tierras cazadores de hombres que saqueaban las poblaciones de las reducciones jesuíticas, y secuestraban hasta a mujeres y niños útiles para el trabajo.
Pero a ello se le puso punto final en aquella batalla de Mbororé, ocurrida el 11 de marzo de 1641, como se recuerda en cada año en Panambí. Se trató de un choque bélico entre jesuitas y guaraníes y los bandeirantes de orígenes portugueses y hasta holandeses, cuyo centro de acción estaba en San Pablo. Se organizaron de este lado para resistir más de 10.000 aborígenes que vivían en las reducciones jesuitas que se extendían en parte de Paraguay y las provincias actuales de Misiones y Corrientes.
Estas reducciones conformaban una verdadera nación autónoma con leyes, idioma y economía propios. Estas comunidades se enfrentaron a los bandeirantes, conformados por portugueses y holandeses, convertidos en cazadores y traficantes de esclavos.
“Eran verdaderos piratas de la tierra, desacatados de toda autoridad y profesantes de un vago cristianismo sincretizado con toda clase de supersticiones”, definiría el historiador Félix Luna.
“Agrupados libremente en compañías o ‘bandeiras’, tal como los bucaneros del Caribe, incursionaban sobre las misiones de la Compañía de Jesús en busca de esclavos. Pues los jesuitas habían enseñado a sus neófitos a profesar toda suerte de oficios, pero eran indefensos como corderos”.

Estrategia previa
En forma previa, se libró la principal estrategia que incluyó  una amenaza sin éxito del Papa, con excomulgar a todo cristiano que cazara aborígenes.
A su vez, varios jesuitas, antes de ordenarse sacerdotes, utilizaron sus conocimientos militares para librar la primera batalla naval concretada en la Argentina, en las riberas del río Uruguay.
Por insistentes pedidos del padre Antonio Ruiz de Montoya, el rey de España resolvió levantar la prohibición que impedía a los aborígenes el manejo de armas de fuego.
La brevedad de la contienda de hace 376 años no deja de ser clave y de envergadura impensada que evitó que la Mesopotamia argentina pasara a ser parte del territorio brasileño y hasta parte de Brasil, quizás podría haber corrido riesgo en manos de los piratas.
La reducción de San Javier cumplió un rol fundamental en los preparativos y en el mismo desarrollo de la batalla de Mbororé. Todo ello ocurrió en medio de montes y cerros, incluido el arroyo Once Vueltas. Algunos historiadores sostienen que la batalla fue librada desde 11 al 15 de marzo de 1641.
Los portugueses estaban acostumbrados a arrear sin lucha a los pacíficos guaraníes.  Esta vez, no sería lo mismo.
Miles de aborígenes convertidos en soldados armados con todas clases de elementos se aprestaron a defender la tierra habitada; centenares de canoas y hasta una balsa artillada formaban parte del ejército de la Compañía de Jesús.
De los preparativos de estrategias militares, de usos de modernas armas para la época como una catapulta que arrojaba troncos ardientes y de jesuitas siempre corderos convertidos en lobos trata este informe especial para repasar, con la ayuda de varios investigadores, una historia de gran significancia para Misiones y la región.

El rol del padre Ruiz de Montoya

El padre Antonio Ruiz de Montoya realizó un total de doce peticiones al rey Felipe IV de España, referido a la necesidad de proteger a los aborígenes y tomar las medidas que hicieran falta para penalizar a aquellos que los esclavizaban. En aquel momento, las coronas de Portugal y España estaban unificadas en la figura del rey español. Las recomendaciones de Ruiz de Montoya fueron aceptadas por el Rey y el Consejo de Indias, expidiéndose varias Cédulas Reales, despachándoselas a América para su cumplimiento.
Sin embargo, no hubo una resolución respecto a la petición de suministrar a los guaraníes armas de fuego para su defensa.
Ruiz de Montoya prosiguió las gestiones sin desalentarse, hasta que el 21 de mayo de l640 se emitió la Real Cédula por la que se permitiera que los guaraníes tomaran armas de fuego para su defensa, pero siempre que así lo dispusiera previamente el Virrey del Perú.
Por este motivo este sacerdote partió de España hacia Lima, con la finalidad de continuar allí las gestiones referidas a la provisión de armas.
Quizá nadie como Ruiz de Montoya haya percibido con tanta claridad las implicancias trágicas que tendría una entrada de bandeirantes hacia el occidente del río Uruguay. La pérdida de las misiones paranaenses y uruguayenses dejarían expuestas a los portugueses las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Asunción, y con ello, los territorios coloniales hasta el Perú.



Los bandeirantes y la ambiciosa búsqueda de esclavos dóciles
Mbororé, gloria de los misioneros y escarmiento de los bandeirantes. Así se tituló el trabajo histórico desarrollado por el diario El Territorio denominado La herencia misionera. Allí, entre otras cuestiones, se explica cómo era la situación de aquella época. En el año 1530, llegaba a las costas del Brasil, enviado por el monarca portugués, la expedición de Martín Alfonso de Sousa, con la manifiesta intención de conquistar y colonizar los territorios que por efecto del Tratado de Tordesillas le correspondían a Portugal.
En 1534, fue fundada San Vicente e inmediatamente después, el rey Juan III dividió administrativamente el territorio ubicado al oriente de la línea de Tordesillas en quince capitanías de carácter hereditario. En el año 1549, se creó un gobierno general que se estableció en San Salvador.
Los portugueses introdujeron a los jesuitas en sus territorios con la finalidad de que catequizaran a los indígenas. El 22 de enero de 1554 el padre José Anchieta, enviado desde San Vicente (Brasil) por el padre Manuel Nóbrega, fundó el Colegio San Pablo de Piratininga, originándose de ese modo la ciudad de San Pablo.
El sitio, en el que se descubrieron algunas escasas muestras de plata, despertó la imaginación y la codicia de un gran número de aventureros que se instalaron en la zona. A estos se sumaron desertores y náufragos de los más diversos orígenes étnicos. En ese ambiente, en el que la mujer blanca era escasa, comenzó a darse el mestizaje étnico.
La producción azucarera y ganadera predominaba sobre el litoral atlántico brasileño, que a fines del siglo XVI ya estaba totalmente poblado. La mano de obra negra esclava, que llegaba a las costas del Brasil desde el África, era la que sustentaba todo ese sistema productivo.
A comienzos del siglo XVII, los holandeses se hacen presentes en tierras del Brasil con la firme decisión de tomar posesión de ellas. Comenzaron por controlar con acciones de piratería la navegación sobre la costa del Atlántico, perturbando seriamente el tráfico de esclavos.
Ante la imposibilidad de importar negros desde el África, el aborigen, como potencial esclavo, cae en la mira de los hacendados o fazendeiros portugueses. Los habitantes de San Pablo, viendo esfumados sus sueños de hallar fabulosas cantidades de plata, comenzaron a avanzar hacia el interior desconocido del Brasil en busca de la plata, el oro y las piedras preciosas que no habían hallado en la región de Piratininga.
En sus entradas cautivaron a los primeros aborígenes, que fueron vendidos como esclavos a los hacendados de San Vicente por un muy buen precio.
Comenzaron entonces a organizarse las bandeiras, expediciones para cazar esclavos. Estaban organizadas y dirigidas como una empresa comercial por los sectores dirigentes de San Pablo, y sus filas se integraban con mamelucos (hijos de blanco e india), indios tupíes y aventureros extranjeros que llegaban a las costas del Brasil a probar fortuna.
En su avance hacia el occidente, las bandeiras cruzaron el nunca precisado límite de Tordesillas, penetrando violentamente con sus incursiones en territorios de la corona española. Indirectamente, los bandeirantes paulistas se convirtieron en la vanguardia de la expansión territorial portuguesa hacia los territorios hispánicos.

Las capturas
En su constante búsqueda de indígenas, los bandeirantes llegaron a la zona oriental del Guayrá, en momentos en que los padres de la Compañía de Jesús se hallaban en plena tarea de catequización de los guaraníes. En un primer momento, respetaron a los aborígenes reducidos en pueblos por los jesuitas y no los cautivaban.
Pero los miles de guaraníes, concentrados en pueblos, mansos y diestros en diversos oficios, eran una tentación en la perspectiva de los bandeirantes, más aún cuando se hallaban indefensos, desarmados y desprotegidos militarmente.
Entre los años 1628 y 1631, los bandeirantes Raposo Tavares, Manuel Preto y Antonio Pires, con sus huestes, azotaron periódicamente las reducciones del Guayrá, cautivando miles de guaraníes que luego eran subastados en San Pablo.
En la entrada de los años 1628 y 1629, los paulistas habían cautivado 5.000 aborígenes de las reducciones, pero únicamente 1.500 llegaron a San Pablo, el resto había perecido en el trayecto víctima de la brutalidad de los esclavistas, los que simplemente ejecutaban a quienes no estaban en condiciones físicas de continuar la marcha.

Por Antonio Villalba
avillalba@elterritorio.com.ar