Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

De esto no se habla…

sábado 06 de abril de 2024 | 6:00hs.

En general, cuando se hace referencia a los habitantes nativos de estas -y otras- tierras se utilizan algunos eufemismos en la creencia que de esa manera se hace más “compasivo” el relato, porque en el fondo muchas personas todavía tienen problemas para considerarse “pares” de guaraníes, tobas, makás y demás.

Cuando no, el abuso de los diminutivos irrumpe en un relato casi infantil… para no definirlo descarnadamente; estas prácticas -de las que no escapamos ninguno- incluyen el sostenimiento de la imagen nativa positiva, social y occidentalmente aceptable, capaz de soportar todo en pos de “la vida eterna” o la versión más empática, acceder a la “Tierra Sin Mal”; el derrotero de estos grupos se ató al devenir de la historia nacional -oficial- y la ausencia de algunos adjetivos calificativos, no terminó de disimular la discriminación que se siente, se porta y ejerce siempre y cuando “no se note tanto”.

Si nos quedamos en la historia regional misionera, los guaraníes -en general- que habitaron la actual provincia fueron carne de cañón de los llamados ejércitos de la independencia, a los que fueron incorporados mediante levas forzadas, es decir sin consentimiento alguno, obligados; así engrosaron las líneas del Cuerpo de Patricios, la Expedición al Paraguay, la Expedición al Norte, el Regimiento de Granaderos a Caballo, el Cruce de los Andes y la lista sigue; el único líder que formó sus huestes con paisanos convencidos fue José Gervasio de Artigas

Tendemos a creer que “todos” los guaraníes fueron buenos o malos, haraganes, inmaduros, inconstantes, eternamente necesitados de guías e incapaces de autodefinirse o autopercibirse como cualquier otra persona… salvo Guacurarí -a quien todavía se le falta el respeto llamándolo Andresito-; el relato histórico los colocó en una línea común y la realidad no fue así, hubo de todo en “la viña del Señor”: guerreros, artesanos, artistas, constructores, maestros, opyguas, retobados, sometidos, responsables, visionarios y blanqueados.

A estos últimos vamos a conocer repasando la vida de una persona que se ajusta a esa calificación: Pablo Areguatí

Nació en la Reducción de San Miguel Arcángel -actual territorio brasileño- en 1780, hijo del Cacique y Corregidor Pascual Areguatí, a los trece años fue favorecido con una especie de beca implementada por la corona española para herederos nativos, viajó a Buenos Aires, asistió al Real Colegio de San Carlos donde cursó gramática, filosofía, lógica y teología; todo indicaba que se ordenaría sacerdote, pero no fue así y tampoco finalizó sus estudios.

Los datos biográficos aparecen algo mezclados, integró el Cuerpo de Patricios y también fue granadero de San Martín como cabo, se desempeñó como comerciante en Entre Ríos, en Concepción del Uruguay para ser más exacto y además vivió en Yapeyú.

A fines de 1810, en el marco de la Expedición al Paraguay, Manuel Belgrano organizó Mandisoví -en Entre Ríos- al regreso en 1811, designó a Pablo como Comandante de Milicias del pueblo, pocos meses más tarde, un gran ataque brasileño puso en peligro la zona, el accionar de Elías Galván fue fundamental para mantener la plaza.

Dos años después las huestes artiguistas atacaron Mandisoví, la asonada se extendió a otras localidades hasta alcanzar el río Uruguay, para agosto de 1813 Mandisoví estaba sitiada; meses después el Director Supremo Posadas designó a Pablo Areguatí, Capitán de Milicias de Entre Ríos y Santa Fe; fue un feroz anti artiguista que luego de un nuevo ataque y sitio a su pueblo, resultó prisionero durante seis años de los brasileños -no se sabe la causa-; al recuperar la libertad parece que ofició de baqueano para Lavalleja, luego se instaló en Santa Fe, después se mudó a Buenos Aires y se convirtió en un reconocido comerciante.

Todo indica que al iniciarse la década de 1820, Pablo era un respetable vecino porteño; hacia 1823 Jorge Pacheco, otro comerciante de aquella ciudad, presentó a las autoridades de la provincia de Buenos Aires, un pedido para explotar carnes, cueros, ganado vacuno y lobos marinos en las islas Malvinas -entonces dependían administrativamente de esa provincia-; Pacheco era un veterano de guerra y proveedor del Estado, dueño de varios saladeros, se encontraba en una situación financiera complicada pero con buenas relaciones, Luis Vernet le prestó un poco de dinero, pero Pacheco quebró totalmente, para subsanar la deuda cedió a Vernet la mitad de una concesión de treinta mil leguas y así, asociado además con Robert Schofield y Areguatí, se ofreció en la nota presentada, refaccionar las edificaciones existentes en el lugar, se pidió el nombramiento del último como “comandante de las islas”, sin sueldo, con el fin de formar una Compañía de Cívicos, explotar una propiedad de la patria en su beneficio, proveer de las armas y municiones necesarias, sumar cañones de hierro que podrían brindar las autoridades bonaerenses para mejor defensa del puerto existente y del futuro presidido a construirse.

Los otros socios se comprometieron a domesticar ganado, introducir dos mil ovejas merinas y poner en marcha una industria lanar para beneficio del país; a mediados de diciembre del mismo año se consiguió el permiso y el nombramiento, en febrero del año siguiente los socios llegaron a Puerto Soledad -Luis Vernet dejó el lugar a su hermano Emilio- y de inmediato se pusieron a trabajar.

Como suele suceder en estas empresas, las condiciones geográficas, topográficas y climáticas fueron subestimadas, los vientos complicaban la mayoría de las tareas al aire libre, una gran cantidad de los caballos trasladados murieron por las bajas temperaturas o quedaron impedidos debido a las condiciones del suelo y relieve de las islas; en agosto de 1824 -sólo seis meses después- Areguatí regresó a Buenos Aires con Robert Schofield y Pacheco, Vernet continuó un tiempo más tratando de colonizar el lugar.

Schofield sufrió una cirrosis que lo llevó a la tumba, Pacheco se perdió en las crónicas de entonces, Vernet tuvo su recorrido propio en la historia argentina -como comerciante, empresario y emprendedor- y Pablo Areguatí retomó su comercio, en 1830 ocupó un alto cargo en la Aduana de Buenos Aires, falleció un año más tarde como Oficial de Justicia de la Receptoría General.

Pablo se había casado con Eugenia Pasalagua, tuvieron -al menos- tres hijos: Agustina Rosa en 1814, Cirila Manuela en 1819 y Rafael del Carmen en 1824; y en la ciudad de Concordia viven descendientes de la familia Areguatí, en la actualidad, una tataranieta llamada Evangelina, docente de la escuela N° 74 “Juan José Valle” y José Luis Godoy, director del periódico digital 7Paginas, como él mismo aclara “hijo de Ramona Areguatí y nieto de José ‘Chengo’ Areguatí”.

Pablo Areguatí fue uno de los guaraníes “blanqueados” por la historia, por su propio devenir en el tiempo que le tocó vivir; ¿fue un traidor de su etnia? ¿fue un colaborador de la elite política de su época?... no lo sé; fue una persona que sobrevivió y superó las condiciones sociales y culturales de su tiempo histórico, un resiliente como tantos miles.

¡Hasta la semana próxima!

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