Mi amigo de San Ignacio

domingo 30 de abril de 2023 | 3:40hs.
Mi amigo de San Ignacio
Mi amigo de San Ignacio

 

Estaba alojado en un hotel de San Ignacio para inspeccionar algunas parcelas de tierra que podrían ser aptas para mis futuras plantaciones de Kiri, un árbol de origen chino de rápido crecimiento.

Preguntando aquí y allí, me enteré que había una persona que vivía cerca de las ruinas de San Ignacio que podría tener una parcela en venta. Esa mañana el dueño de casa no estaba, pero me invitaron a tomar unos mates a la tardecita.

Efectivamente me encontré con el dueño de casa esa tarde. Tenía una parcela para vender. Me gustó su manera de ser sin rodeos y me gustó su familia. Su señora sabía mucho de plantas, tenía un hermoso jardín y una colección hermosa de orquídeas. Su casa prácticamente no se veía por estar cubierta de verde.

Me mostró unas plantas de Estevia (Stevia Rebaudiana Bertoni) Caá Jeé (hierba dulce) en Guaraní. Es una planta autóctona de la zona. Se sabe que por milenios los indígenas la usaban para endulzar. Nunca la había visto, pero había probado su dulzura en una visita que había hecho hacía muchos años a una tribu de Guayaquíes en el Paraguay.

 Santiago Moisés Bertoni, un botánico y científico polifacético suizo que se instaló en el Puerto Bertoni en el año 1894, cerca de lo que ahora Ciudad del Este, frente Foz de Iguazú, hizo estudios sobre la zona, el clima, el río Paraná. Editó en el primer diccionario Guaraní- Castellano. Era también antropólogo. Estaba en contacto con todo el mundo. Lo prueba la impresionante colección filatélica que vi en el museo dedicado a este extraordinario hombre.

Despertó mi curiosidad y averigüé que el Caa jeé es 40 veces más dulce que el azúcar de caña y 300 veces la de la sacarosa. Se extrae la dulzura de sus hojas por destilación, proceso simple, obteniendo cristales.

 Pensé que tenía una enorme potencialidad. Hice un viajecito Pirapó (Paraguay) y allí me informaron que había plantaciones cerca de Villarrica, no muy lejos. Al tratar de informarme en ese lugar encontré una persistente resistencia que se transformó en agresiones verbales en Guaraní. Opté por retirarme.

Pensé: carpintero a tus zapatos y volví a dedicarme de lleno a mi plantación de Kiri.

Años más tarde me enteré que poderosas compañías farmacéuticas siguen haciendo todo lo posible para que este producto extraordinario no llegue a comercializarse. Recién hace un año fue aprobada para su venta en la Unión Europea.

¡Qué potencial tiene este país! Conocí a un señor que había conseguido una hermosa parcela de tierras fiscales en San Juan en un valle en la precodillera, con la condición de hacer una perforación y sacar agua. Con un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo hizo una perforación y la encontró. Con eso obtuvo sus título de propiedad y con el agua regaba una plantación de 75 Has de almendros.

Ya había cosechado dos años y estaba instalando una planta para prensar aceite muy pedido y valorado en la industria cosmética. Tenía mucho interés en invertir en mis plantaciones y las conversaciones estaban bastante adelantadas. Desafortunadamente perdió la vida en un accidente automovilístico.

Pero volvamos a nuestra historia.

Mi nuevo conocido me mostró la propiedad que quería vender, eran pastizales con algunos arroyos y manantiales en cuyos bordes había selva. Era ideal para mí, no sólo porque era lo que estaba buscando en calidad de suelos sino por la relativa proximidad de una población, en este caso Santa Ana y San Ignacio.

Un día mi nuevo conocido me contó la historia de su familia.

Creo que ya sus bisabuelos habían emigrado de Alemania al Sur de Brasil, al Estado de Santa Catalina, cerca de la costa Atlántica donde hay tierras aptas para el trigo. Eso debe haber sido por los años 1860 o 70. Parece que había allí colonias alemanas que se hicieron muy prósperas con este cultivo. Vendían toda su producción a Suecia.

Por muchos años fue viento en popa, pero en determinado momento parece que el estado Brasilero dejó de ofrecerles protección. Por alguna razón retiraron las fuerzas de seguridad. Las colonias quedaron desamparadas. Los mismos veleros que transportaban el grano, aparecieron como piratas que saqueaban la comarca y se llevaban la cosecha. Esto sucedió durante varios años seguidos. La zona se fue despoblando.

Uno de los colonos tenía un pariente cercano que se había instalado en Misiones y mantenía correspondencia con él. Se enteró que el Estado Argentino estaba entregando parcelas en Misiones para su colonización.

Él y algunas familias vecinas decidieron arriesgarse. Prepararon sus carros con bueyes y emprendieron su éxodo a nuevos horizontes. Calculo que ese horizonte estaba más de 1500 Km.

Deben haber estado en una situación muy desesperada para emprender semejante viaje.

La travesía tardó un año y medio. Durante la travesía nació mi nuevo conocido.

Sólo me puedo imaginar los problemas que tuvieron que superar.

Llegaron Posadas. La Gobernación les otorgó tierras donde instalarse. Volvieron a sus carros. Para llegar tuvieron que recorrer 150 Km gran parte abriendo picadas en la selva.

Al año abandonaron la zona porque la mayoría de las parcelas era pura roca.

Volvieron a Posadas. Se les volvió a otorgar parcelas esta vez en la Colonia Alem. En esta zona, con tierras fértiles pudieron echar raíces y prosperaron.

 

Gerardo Klomp

El relato corresponde a vivencias del autor en la década del 50. Son parte del libro Recuerdos de Misiones, inédito. Klomp tenía propiedades en Eldorado. Falleció en 2019 en Buenos Aires.

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