Un día de perros

domingo 10 de julio de 2022 | 6:00hs.
Un día de perros
Un día de perros

Salgo a caminar como todos los domingos temprano, me gusta el silencio, y en la ciudad es la única hora en donde se lo puede concebir, poco tránsito, escasos peatones y casi ninguna moto, se pueden ver y oír a los pájaros y por supuesto, ellos, amos y señores, los perros, todos mezclados en una extraña vorágine, los callejeros con todas sus mañas y los que a hurtadillas o por “descuido” escaparon de su casa y corretean por la plazoleta ensayando una cacería entre ellos, uno hace de presa y el resto lo persigue sin ton ni son chocándose entre sí, mordiéndose y en ocasiones olvidando quien es en realidad el perseguido terminan revolcándose y peleando en un todos contra todos en donde el más perjudicado es siempre el más chico o en su defecto “el petiso”, que casi siempre es el más pendenciero y retobado, todo esto entre las hojas secas de los árboles, que debido a la seca del verano están a montones por toda la plazoleta y en la batahola campal vuelan por el aire junto a pequeñas ramas.

Voy a mitad de cuadra, cuando veo doblar la esquina dos cuadras más arriba un ciclista, en realidad es un vecino cualquiera que salió temprano a hacer sus mandados, veo que en el manubrio trae enrolladas una a cada lado, las clásicas bolsas de supermercado. El petiso que había desistido en la persecución se agazapa a medio metro del cordón y espera a su nueva víctima, por alguna razón que desconozco le pareció más accesible el ciclista que el delgado cuadrúpedo callejero al que el resto de la jauría perseguía.

El vecino, que venía muy plácido en su bicicleta frena un instante y da paso a la jauría enloquecida que pasa sin advertir su presencia o haciendo caso omiso a ella debido al entusiasmo frenético de la persecución, vuelve a apurar su ritmo y cuando se da cuenta del petiso ya es tarde, está a menos de un metro, el petiso le sale al cruce, el vecino levanta los pies de los pedales esquivando el tarascón y el perro lejos de abandonar su presa comienza la persecución. Frena y gira en menos de un metro y sale a la carrera detrás de la bicicleta o el vecino, nunca supe que es lo que persiguen, por ejemplo cuando corren detrás de un auto intentando morder sus ruedas ignorando todos los peligros, no sé si son las ruedas o el vehículo lo que les molesta, en fin, salió a la carrera detrás del vecino que al darse cuenta de su perseguidor intenta apurar el paso, pero el petiso ya está encima gruñendo y ladrando a rabiar como si se tratara del mismo demonio, el vecino levanta el pie izquierdo por esquivar el mordisco y pierde en parte el equilibrio, el petiso aprovecha y vuelve a embestir con furia al vecino que para ese entonces ya gritaba y maldecía al perro a los cuatro vientos incluyendo a sus dueños y al menos dos generaciones venideras más dos  de sus ancestros, incluidos los del animal, por supuesto. El pobre vecino intentando reestablecer su equilibrio pisa con el pie izquierdo que había levantado y el petiso embiste por la derecha, consigue desequilibrar nuevamente a su presa que vuelve a maldecir al animal, una de las bolsas en el ínterin se enreda en la rueda delantera y el petiso observa la debacle, lo que se había metido entre rayos era una botella de cerveza que se destapa dejando escurrir su contenido como si se tratara de un brindis digno de la fórmula uno, el ciclista dando un brinco por sobre el manubrio termina en la plazoleta dando una vuelta carnero. La escena vista desde mi lado, y luego de ver que al ciclista no le había pasado nada grave, era casi cómica, no podía dejar de verle la gracia, pese a saber que no hay que reírse de la desgracia ajena, no podía ocultar la mueca de gracia en mi rostro.

Estaba el vecino en la plaza sentado quitándose las hojas y tierra de sus ropas y el petiso en medio de la calle, como a diez metros observando satisfecho su obra, había logrado dar caza a su presa, solo algo más podía coronar su maldad, casi al mismo tiempo, el vecino y el petiso observan la bolsa rota de los mandados, cuatro chorizos frescos estaban a su merced, con disimulo el vecino se levanta como tratando de engañar al petiso, es en vano el petiso ya arrugó la nariz y levantó el hocico, el vecino corre ofuscado y maldiciendo nuevamente al perro y todos sus ancestros, pero el petiso es más rápido y consigue hacerse de los chorizos. El entrenamiento callejero no había sido en vano, tantos domingos escapándose de su casa para correr en la plaza junto a sus amigos rinde sus frutos, esquiva con presteza al vecino, lo rodea como sobrándole y retoma su carrera en sentido contrario, ese atrevimiento estuvo demás, el vecino lo persigue unos metro y al ver que perdía la carrera se detiene y hace lo menos pensado, lleva sus dos dedos índices debajo de la lengua y emite un chiflido digno de un récord, la jauría que estaba en la mitad de la otra cuadra se detiene al instante al escuchar el chiflido y al ver al petiso corriendo hacia ellos con los chorizos colgando de su boca cambian al instante de modo recreo a modo caza, todos contra el petiso que corría enceguecido en dirección a ellos, cuando se da cuenta de la situación es tarde trata de ensayar una gambeta y esquiva a uno, luego a otro, pero son demasiados, uno más grande lo golpea desde atrás y el petiso se revuelca sin soltar bocado, el resto de la jauría hace lo suyo, los cuatro chorizos terminan en boca de los callejeros mientras el petiso aún se revolcaba a causa del golpe recibido.  El vecino sentado en el cordón, junto a su bicicleta y el resto de sus compras termina de un trago lo que queda de la cerveza que destapó el petiso mientras ríe a carcajadas burlándose del petiso.  

 

Inédito. Pereyra es oriundo de Buenos Aires, reside en Apóstoles. Tiene publicado los libros Cementerio de Almas, Viajeros y Atraco.

Damián Pereyra

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