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Caballero

domingo 29 de mayo de 2022 | 6:00hs.
Caballero
Caballero

Con su acostumbrado positivismo salió de la casa dispuesta a cumplir con su obligación de amistad: jueves de setenta. 

Tan optimista era que no le importó que le dijeran que había huelga de choferes de colectivo. Estaba segura de que alguno no se adheriría pensando en el prójimo que depende de los transportes urbanos para trabajar, estudiar, visitar…

Hacía más de media hora que estaba como un poste en la esquina, mirando hacia el frente por donde aparecería el 12 en su recorrido y también se fijaba hacia la izquierda que era la dirección obligada del 17. Pero nada. 

De pronto, surgió a su derecha, en silencio, espectralmente, un hombre canoso, bien vestido, de ojos penetrantes, piel muy blanca y una sonrisa contagiosa dejando destellar una blanquísima dentadura.

Por supuesto que después del obligatorio y educado saludo, el tema de conversación fue el paro de ómnibus y los inconvenientes que ocasionaba. Luego comenzaron a compartir datos del barrio, intercambiaron nombres propios y de conocidos mutuos. Cuando se dieron cuenta estaba ocultándose el sol y la oscuridad avanzaba. Fue el momento en que a Ismael (así se presentó: Ismael Regalado) se le ocurrió una propuesta: detener un remís de los tantos que pasaban por la 115 como habían comprobado durante la larga espera. Lógicamente, siendo un caballero a la antigua usanza, pagaría hasta la plaza San Martín que era donde debía bajar él ya que ella no quería de ninguna manera que un hombre corriera con sus gastos, ésa fue la oferta que al final, después de varios regateos aceptó Espirituosa porque ya se había convencido de que ningún colectivo vendría  y perdería el encuentro programado. Además, a pesar de que con la SUBE no pagaba pasaje, le quedarían pocas cuadras y serían unos escasos pesos los que tendría que abonar después de que él bajara. 

Consiguieron enseguida el medio que los llevó raudamente hacia el destino y, con la amena charla intercambiada entre los dos, en la que el chofer no intervino, llegaron sin percatarse del recorrido. A pesar de lo pactado, la dejó exactamente donde ella se encontraría con sus amigas y ni bien aseguró sus pies en la vereda, desaparecieron auto, chofer y caballero. No le sorprendió mucho el hecho ya que hacía un tiempo sus movimientos se lentificaron y podría haber pasado que, mientras ella acomodaba sus articulaciones, sus compañeros tuvieron tiempo suficiente para esfumarse. Ni siquiera a sus amigas les contó lo sucedido.

Espirituosa Alegre era así como su nombre la definía y además era sociable y curiosa. Así que pasaron unos días. No vio al ocasional acompañante del viaje urbano. Como quien no quiere la cosa preguntó a un vecino, luego a otro y a otro sobre Ismael Regalado. Los más antiguos le señalaron una casa a dos cuadras de la 115 donde había vivido una familia con ese  apellido. Fue hasta allí, la uña de gato envolvía totalmente la casa aunque en cierto lugares se notaban atisbos de aberturas descoloridas, desencajadas, con maderas faltantes. La planta estaba íntegramente adornada con sus flores blancas amarillentas y un nimbo dorado que la rodeaba circularmente. 

Espirituosa quedó más intrigada aún. Siguió investigando hasta que ubicó a Juan Regalado, dueño de esa casa pero que vivía en Itaembé Miní. Éste le explicó que Ismael había sido su tatarabuelo y que, según pasó de generación en generación, la historia cuenta que había sido un señor con todas las letras, caballero, atento, generoso, simpático pero tuvo la desgracia de perder a su esposa, a la que amaba entrañablemente. Desde ese día se encerró en esa casa, solo, porque todos sus hijos ya habían  formado nido aparte como él decía. 

Lo más notable del informe fue que había una fecha en que Ismael salía a la luz para hacer algún gesto caballeresco, el 10 de agosto, como si rememorara y homenajeara el día en que se casó con la humilde y cariñosa Ermelinda. Los vecinos de alrededor de lo que fuera su hogar nunca se quejaron, nunca pidieron que limpiaran el terreno, nunca protestaron por las luces, que en esa fecha, únicamente en esa fecha, iluminaban la tapera como si hubiera fiesta y los sonidos de valses y foxtrot antiguos inundaban el vecindario pero suavemente como canciones de amor inmaterial y eterno. 

Ése era el motivo por el cual sus descendientes nunca se atrevieron a vender la propiedad ni ocuparla como un monumento a sus ancestros, al amor y tampoco osaron habitarla porque se sentirían como intrusos, espías del pasado. 

Espirituosa volvió a su casa flotando en una nube: Había sido homenajeada por un gran caballero que le brindó una atención que nunca hubiera imaginado: una atención del otro mundo.


Del libro Myr… arte.  Moreno ha publicado “Angeles conviviendo con el síndrome de Rest”, “A la una… a las dos… y a las tres” -en colaboración- y varios títulos en la Colección Taca taca.

Myrtha Magdalena Moreno

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