Censo del Bicentenario

domingo 27 de marzo de 2022 | 6:00hs.
Censo del  Bicentenario
Censo del Bicentenario

“El Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010, tiene por función relevar y anotar metodológicamente de acuerdo al Manual, en un solo día, todas y cada una de las personas, hogares y viviendas que se encuentran en el territorio del país…” leía por enésima vez el Supervisor de Zona, en el curso de capacitación. Las docentes Antonia y Mabel, lo sabían de memoria, habían concurrido a las capacitaciones y en sus casas leyeron y releyeron el extenso Manual de Instrucciones. El Supervisor continuaba explicando las acciones a desarrollar, que a su parecer eran básicas, seguramente pretendía que les quedaran gravadas a quienes fueran a hacer el trabajo de campo, y volvía a leer “…en cada vivienda se censarán todas las personas que pasaron allí la noche del martes 26 al miércoles 27 de octubre, con independencia que ese sea su lugar de residencia habitual.

—No olviden de censar a las personas que se encuentren en esa vivienda, aunque no hayan pernoctado en la casa, cuando ustedes lleguen a esa vivienda y no fueron, ni serán censados en otro lugar.

Las maestras anotaban y subrayaban en el Manual de Instrucciones las cuestiones que el Supervisor acentuaba como importantes.

Antonia y Mabel, organizaron la partida al lugar del trabajo, irían en el coche de Antonia, que la pasaría a buscar a Mabel por la casa con tiempo suficiente que les permita solucionar cualquier inconveniente que pudiera surgir en el inicio de la jornada. Antonia llegó sobre la hora, se demoró porque al embarcar, el auto tenía una goma pinchada, su esposo el Quique había usado el coche la tarde anterior y al estacionarlo, no se percató del inconveniente. Antonia lo hizo levantar para que le cambie la rueda, estaba furiosa, porque la tarde anterior le había advertido que una goma de atrás estaba con poco aire, partió apurada y sin goma de auxilio; llegó nerviosa y despotricando por el descuido del marido.

A pesar del neumático pinchado llegaron a la hora indicada a la esquina de las calles Clavel del Aire y Azota Caballo, en el barrio de Cien Hectáreas. Las estaban esperando, con los pisos de la casa lavados y la mesa del comedor vestida con un mantel limpio, como habían escuchado en la radio que debían esperar a los censistas, también habían atado a los dos perros en el fondo del terreno. Se encontraban en la casa una pareja mayor, con dos nietos adolescentes, que vivían con ellos. Les ofrecieron mate con chipas, no aceptaron alegando que ya habían desayunado. Antonia pidió que bajaran el volumen del televisor.

La primera vivienda censada no presentó ninguna dificultad adicional al lógico nerviosismo de la inexperiencia en la tarea de Antonia y Mabel. El trámite demoró más de lo normal por la cantidad de preguntas que en teoría eran sencillas, pero estaban redactadas para un contexto socio ambiental distinto. En voz baja Antonia hizo un breve comentario:

—Esta pregunta es para Buenos Aires. —Mabel asintió con un gesto.

Antes de terminar el relevamiento, la señora insistió en que aceptaran llevarse algunas chipas para consumirlas más tarde, a media mañana, y Mabel se excusó, explicando que el reglamento era muy estricto, por ello no aceptaba el ofrecimiento. La dueña de casa con picardía, insistió:

—¿Quién les va a ver? Total, acá no vino la televisión.

Corrieron el coche y se acercaron hasta la próxima casa, retirada a media cuadra; tuvieron que anunciarse golpeando las palmas, tenía un cuidado jardín en el frente. Fueron recibidas por una señora que se hallaba sola, y que también había dejado presentable su vivienda. Al ingresar al living les llamó la atención un importante altar recostado en una de las paredes, con distintas figuras religiosas y una pequeña estatua de un santo montado a caballo, luchando con un dragón. Mabel le explicó a Antonia, cuando la señora se retiró a cerrar la puerta del fondo, que se trataba de San Jorge, que a las otras imágenes no las conocía y menos aún a una estatua de treinta o cuarenta centímetros de altura de una señora de raza negra y robusta, con turbante y ropa blanca. El altar estaba cubierto con una carpeta blanca tejida que colgaba casi hasta el piso y se completaba con dos velas a medio uso, apagadas y colocadas en candelabros que parecían ser de vidrio de color rojo, dos tijeras clavadas en un pan de jabón tipo gran federal marfil, una cruz colgada en la pared con un Cristo de yeso pintado de marrón, y dos pequeños ramos de flores frescas colocados en sendos floreros, seguramente cortadas esa misma mañana en el jardín del frente.

Cruzaron una mirada y de algún modo entendieron un sutil comentario deslizado por la señora de la casa anterior, cuando se despidieron: se encontraban en la vivienda de la curandera del barrio.

La señora explicó que era separada y que tenía dos hijos:

—El más chico se fue este año a trabajar al Chaco, parece que el padre le consiguió un trabajo, y la “mayora” es enfermera en el Hospital Regional.

 

Explicó que a la hija, que es enfermera la vinieron a buscar desde el hospital en la noche, porque una compañera tuvo un inconveniente familiar y la tuvo que cubrir en el servicio, y que esa era la causa por la que no se encontraba en ese momento en la casa. Lo dijo con tono de excusa.

—No hay problema, seguro la van a censar en el hospital. —Comentó Antonia.

Cuando comenzaron con los interrogatorios, Mabel giró su mirada hacia la pared que daba a un pasillo lateral, a su derecha y a la espalda de Antonia, y vio una foto tipo afiche, enmarcada en un prolijo cuadro. Se trataba de un hombre conocido por ella que aparecía en pose artística, con una sonrisa de costado “tipo gardeliana”, no tuvo dudas, pensó, “es el marido de Antonia”. Su mente se retiró de las exactas preguntas de los formularios del Manual de Instrucciones del Censista, y su dilema fue claro, ¿“Le digo o no le digo”?.

Imprevistamente, alguien golpeó las manos con insistencia, era la señora de la casa censada anteriormente, y cuando la dueña de casa salió a atender, escucharon con claridad, las palabras agitadas de la vecina:

—Murió Kirchner, están dando en la televisión. ¡Parece que le mataron!

Mabel y Antonia salieron también hasta el frente de la casa y preguntaron por más detalles; en realidad lo único concreto era que según la televisión “el hombre se murió”, como repetía la vecina que muy nerviosa aumentaba sus dichos con interpretaciones que las censistas entendieron que eran producto de la imaginación. Inmediatamente llamaron al celular del Supervisor que daba permanentemente ocupado.

Ingresaron nuevamente a la casa y pidieron a la señora que encienda el televisor, donde Canal 12 de Posadas retrasmitía noticias de los canales de Buenos Aires, todo era confusión, lo único concreto era que se había muerto Néstor Kirchner. Antonia llamó a su marido quien le confirmó acongojado la muerte del ex presidente, por quien sentía una marcada predilección, estaba prendido al televisor, cuestión que le molestó a Antonia porque ella no tenía ninguna simpatía por el santacruceño:

—Eso ya sé, ¿escuchaste algo sobre el Censo? ¿Sí sigue o se suspende? —Nada había escuchado.

Mabel oyó la conversación de Antonia con el Quique y volvió a recordar la foto encuadrada prolijamente en la pared, pensó que por ahora era importante saber qué iban a hacer, si seguían con el censo o se volvían a la central. Esas mismas dudas tenían otras censistas amigas que estaban en otros barrios, con las que se comunicaron por los celulares. Hasta que Antonia recibió un escueto mensaje del Supervisor, que le indicó que el Censo seguía normalmente, pero que se mantenga atenta y con el celular encendido.

Costó algún tiempo reencausar la normalidad del interrogatorio escrito en los formularios del operativo censal, sobre todo porque la señora ya sin tapujos, explicó que ella había “visto” desde hacía unos cuantos días al “hombre ya muerto”, y tuvo la premonición, por la posición que ella visualizaba al cadáver, que “el hombre no quería morir”, y desconfiaba que lo mataron, y que lo iba a descubrir en los próximos días con sus trabajos.

Cuando terminaron con la entrevista y se pusieron de pie, antes de despedirse, Antonia en una mirada general a la vivienda, se encontró frente a frente con la simpática foto del Quique, su marido. La imagen lo mostraba distendido y feliz, en pose de artista de cine y sonrisa típica de fotografía. Mabel comenzó a retirarse como si no se diera cuenta de la sorpresa en el semblante de Antonia, pero fue Antonia quien llamó a su colega, y con una seña le indicó la ubicación del cuadro; sin más trámite le preguntó a la supuesta vidente:

—Linda foto, ¿quién es?

La señora con una sonrisa de afecto y picardía, respondió:

—Es el novio de la “mayora”.

Se despidieron de la señora con cortesía y siguieron censando hasta la media tarde, hasta cumplir con el organigrama que les habían asignado. No hubo más comentarios sobre el cuadro con la foto del marido de Antonia, con sonrisa “tipo gardeliana” que adornaba la pared.

En la casa de Antonia, su esposo el Quique, se mantenía prendido al televisor siguiendo acongojado las incidencias del trágico hecho ocurrido en el Calafate, mientras tanto la esperaba.

El relato es parte del libro Nevada en Oberá Cuentos & Relatos. Argañaraz publicó además Federico Batista, matador de tigres (novela)

Ricardo Argañaraz

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