La curiyú

domingo 20 de febrero de 2022 | 6:00hs.
La curiyú
La curiyú

Fue aquel un invierno riguroso, como pocos en Misiones. Apenas se levantó la helada, el hombre salió a hacer la recorrida. Veterano en las tareas de la chacra, se dispuso a recoger unos tronquitos de leña, que había apilado días atrás. Eran para alimentar el fuego de la cocina. Abrió el baúl de su automóvil, que ya comenzaba a acusar los años de mal trato, y echó adentro unos cuantos troncos. Con ellos metió un reptil entumecido. Ni lo advirtió entonces, ni alcanzó a saberlo nunca, porque al llegar a la casa se sintió descompuesto, y se tumbó en la cama, ya para no levantarse más.

La chacra quedó abandonada, durante unos meses. Hechos fortuitos coincidieron para alejar durante ese lapso a los dos únicos hermanos que podían ocuparse de la misma, tras el deceso del progenitor. La tercera era la mujer, se había casado, y vivía con su marido y sus hijos pequeños en la ciudad.

El auto permaneció en el galpón, convertido en garaje para su resguardo.

Regresados los hermanos, hicieron cortar la capuera, podar las plantas de té y yerba; carpir. Luego pensaron en poner en condiciones el automóvil. Las gomas no se habían desinflado del todo, quizás por ser radiales, sin cámara. De cualquier manera, de la auxiliar no podrían echar mano, por no tener la llave del baúl. El padre la había quitado del llavero, para poder usarla sin necesidad de parar el motor, pues el vehículo solía quedarse sin arranque. Y vaya a saber a dónde la había dejado…

El hermano mayor decidió ocuparse del auto. Iría hasta el poblado, haría calibrar las gomas, cambiar el aceite, agregar agua de batería… De ida le pareció sentir un raro movimiento en el baúl. Quizás la rueda auxiliar suelta, o algunas cosas olvidadas allí por el viejo. Después verían si encontraban la llave o mandaban a hacer otra.

Con el auto en condiciones aceptables, emprendió el regreso. Apenas tomó por el camino vecinal, percibió un sonido como de resorte que se suelta, no ya en el baúl, sino debajo del asiento trasero.

El hermano menor supuso que había quedado en el pueblo. O en casa de una amiguita que vivía en una de las chacras colindantes, con la que mantenía relaciones íntimas.

A la mañana siguiente le trajeron la noticia. Un colono madrugador había encontrado el vehículo fuera del camino, cual si el conductor hubiese perdido el dominio del volante por algún desperfecto.

- O quizás se quedó dormido -reconoció haber pensado.

Cuando fueron a retirar el cadáver, se encontraron con una tremenda curiyú que dormitaba plácidamente en el asiento trasero. El médico dictaminó que no había alcanzado a estrangularlo. Lo había envuelto y estrujado; pero el hombre se había defendido con ambas manos, soltando el volante, se veía. Con el pie, que permanecía endurecido sobre el pedal, había logrado frenar. Detenido el auto, pudo defenderse mejor. Pero le falló el corazón.

En el interior del vehículo todo estaba intacto. Sólo faltaba un lechoncito, desollado y listo para asar, que el difunto había comprado de paso, en la carnicería…

Este cuento forma parte de “Paisaje de luz, tierra de ensueño.” Editorial Colmegna. 1985. Amable fue un prolífico escritor que abordó todos los géneros literarios: cuentos, novelas, poesía, ensayos y trabajos de lingüísticos

Hugo Wenceslao Amable

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