Lavandera anónima

domingo 15 de agosto de 2021 | 6:00hs.
Lavandera anónima
Lavandera anónima

Vivía en las inmediaciones del Parque Paraguayo, de Posadas, y bajaba la barranca hasta el río, a lavar la ropa, por un sendero escarpado, zigzagueante, entre casuchas, yuyos, basura, mangos, pitangas y bananos. En la orilla, la esperaban el agua del Paraná y las piedras, sobre las que golpeaba las telas sucias para aflojar el tizne, el moho, los desechos.

Pero no era ella sola, había otras mujeres en cuclillas, refregando prendas propias y ajenas.

Y no era únicamente abajo de lo que después fue el anfiteatro, había otras lavanderas, desde la laguna San José hasta El Brete. Por aquel tiempo pusieron el lavadero municipal de Villa Blosset, en Catamarca y Coronel López, con un tanque que aún se preserva.

Pero no estaba el lago de Yacyretá, ni la costanera, ni esa gente pobre había sido relocalizada. No existía el puente, sino lanchas a Encarnación que salían del puerto, donde estaba la usina, y un poco más arriba, el ferry que iba a Pacú Cuá; tampoco había luminarias por todos lados, ni semáforos, ni edificios altos; y muchas calles de la capital misionera tenían ripio o eran terradas con cunetas, y había un farol por cuadra, baldíos y vecinos que se sentaban al anochecer en la vereda a charlar y a sentir el azahar o el jazmín del país.

Vaya a saber cuándo nació la lavandera, y qué pasó con ella ¿o se fue a otro lado? Dejó el palo contra la suciedad, la tabla de lavar, el cesto en la cabeza, la ceniza y la tierra, el jabón de grasa animal. Y los dejó, no por olvido o por haber superado su condición humilde, sino porque el progreso, lo que dicen que es progreso, deja atrás el sistema antiguo de lavado, e impone la lavandina, el quitamanchas, los detergentes, el champú, los suavizantes, los jabones líquidos, y ofrece lavarropas de carga horizontal o vertical, centrifugadora y secadora, con distintos programas, incluso diversas formas de pago para conseguirlo.

No mencionamos las diferencias para añorar lo ocurrido. Nadie quiere volver al siglo anterior. Solo observamos que la ciudad provinciana fue devorada de un solo trago por el tiempo. Aquellos residentes posadeños que se refrescaban con pantalla de mimbre, y dormían con mosquitero, fallecieron sin ver el cambio brutal de su pueblo querido.

Y dados los años transcurridos, nuestra lavandera también habrá muerto, decimos, su oficio, como el del afilador, el zapatero, el lechero, el relojero, el sastre. La vida vira, con y sin pandemia, cada vez más rápido, y arrastra todo. Todo va a parar a ese reducto que se llama pasado y que, si no lo recordamos, pierde su condición de sitio de emociones para ir difuminándose en niebla, en horizonte, en punto, en nada.

Hay, ahora, inéditas sensaciones, relaciones insólitas en la urbanidad moderna, invasión de técnicas y de contenidos. Sucedieron cambios físicos y virtuales, drásticas transformaciones. El paisaje ciudadano es absolutamente otro. Hay nuevas camadas de habitantes, que no tienen idea de cómo era, hasta hace poco, dar vueltas la plaza, o qué era la paleta; ni saben que a la mañana sobre el río se lavaba la ropa y a la noche, más arriba, se bailaba en algunas de las pistas del parque japonés. ¿Nos piden que enterremos ese pretérito nostálgico?

Sí, lo vamos a enterrar, pero antes lo vamos a escribir. Y en el monumento de las cosas idas que son los libros, vamos a poner, como alegoría, una laja misionera sacada de la ribera, que no diga nada, lisa, limpia. La ausencia de inscripción expresará no solo aquel mundo más simple y elemental ya fenecido, sino que simbolizará la inocencia extraviada, la blancura de una época, como si fuera la colada de aquella lavandera que representa a todas, y cuyo nombre no sabremos nunca.

 

Alberto Szretter

Inédito. Szretter es médico de profesión, reside en Puerto Rico. Tiene publicados libros de cuentos y novelas. Ilustración: Las lavanderas, pintura de Mandové Pedrozo

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