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Jauría de perros

domingo 15 de agosto de 2021 | 6:00hs.
Jauría de perros
Jauría de perros

Cuando, en 1924, llegamos a los Montes de los Carlos, en las colonias de las Misiones, escuchamos de la existencia, en estas selvas, de una jauría salvaje de perros. En la misma noche en el hotel de inmigrantes, allí en la subida del puerto, los trabajadores nos contaron historias al respecto. Al hacer algunas preguntas comenzaron a decir que había por la zona una jauría de trece perros de inmensa estatura. El líder era un perro muy flaco, negro, de un porte de unos ochenta centímetros de alto. Seguramente esa jauría era el remanente o los descendientes de los perros que utilizaban los mensúes para protegerse de los yaguaretés o de los chanchos salvajes. Pero posiblemente también para amedrentar y perseguir a los jornaleros en los yerbatales, cuando estos escapaban antes de pagar sus deudas a los capangas. Contaban los vecinos que esa manada de perros solía llegar de noche y se alzaba siempre con algún chancho o ternero de los precarios corrales hechos por los colonos. Había una versión de que se sabía que en una de las chacras habían despedazado a tres de los chicos de la familia antes de que el colono pudiera disparar su escopeta.

Para mí todas eran historias inventadas a partir, seguramente, de algunos perros sueltos en el monte. Hasta que en el segundo año de nuestra residencia en estos lugares salimos a recorrer uno de los riachos abriendo una nueva picada hacia los cerros. En la segunda noche de nuestra expedición monte adentro escuchamos ladridos a los lejos. Algún cazador del Paraguay, supusimos, o alguna avanzada en búsqueda de yerbales en los montes.

En la tercera noche se nos desató el infierno, ya habíamos preparado el fogón y armado la carpa grande. Lo hicimos temprano por la lluvia que amenazaba. A eso de las diez de la noche se hizo un silencio profundo en la selva. Algo llamativo en este monte misionero ya que siempre hay ruidos de ramas, aullidos o el canto lamentoso de algún Urutaú. Los más experimentados del grupo se dieron cuenta de lo anormal de la situación. Tomaron escopeta y agregaron leña fina para avivar el fuego.

—Cualquier cosa a trepar a los árboles, —fue la orden de uno de ellos. En eso se escuchó el primer gruñido y al momento tres ladridos cortos. Desde todos lados comenzaron a aparecer perros. Gruñendo se abalanzaron sobre la provista. Un escopetazo los hizo dudar. Aprovechamos ese momento para trepar a las lianas y a los isipós más cercanos. Yo me encaramé a un tronco inclinado trepando a una altura de unos diez metros. Los perros volvieron a atacar. Venancio, uno de los guías más avezados intentó asustarlos con un tizón, pero ninguno de los perros retrocedió sin antes atacar y despedazar al tateto que teníamos carneado y listo para asar. El peón se subió a una rama y esperó. La jauría comenzó una fanfarria de ladridos abalanzándose sobre la carne fresca, la despedazó y huyo con los trozos a cuesta. Minutos después bajamos de los árboles en silencio. Nos reencontramos avivando el fuego. Sobre la lona comenzó a caer la lluviarada. Los ruidos del monte que volvieron a su normalidad, y el arroz blanco que hirvió Venancio, nos volvió el alma al cuerpo. No sabíamos si lo que atacó nuestro campamento fue una jauría de perros o seres del mismo infierno que está escondido en este monte misionero.


(En memoria y en honor a nuestros bisabuelos que llegaron a estas tierras para enfrentarse, a veces, con seres salidos del mismísimo infierno).

 

Waldemar Von Hof

Von Hof publicó los libros De letras y tierra roja, Siesta en el río de los pájaros, De letras chicas y anotaciones al margen, entre otros.

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