Pinceladas de historia

El último Jesuita y el mito del “kechuita”

domingo 18 de julio de 2021 | 6:00hs.

La experiencia vivida entre guaraníes y Jesuitas perduró en los mitos y leyendas que se fueron transmitiendo de generación y generación a lo largo de más de dos siglos entre los pueblos guaraníes que fueron reocupando el espacio misionero. Los nuevos grupos, “mbya” y “pay tavyterá” no sólo reocuparon sus selvas, sino que también tomaron elementos de su historia, la interpretaron a su manera y la incorporaron a su milenaria espiritualidad ancestral. Entre esos mitos se destaca el del “kechuita” que se halla firmemente incorporado a la mitología de los mbya, quienes relatan que,

“…un varón virtuoso (el kechuita) había alcanzado la perfección espiritual (agwyjé) gracias a su amor al prójimo y sin sufrir la prueba de la muerte se traslada al país de los bienaventurados, el “Yvy mará he´y” (la Tierra sin Mal) donde él mismo crea, al igual que otros hombres divinizados a lo largo del peregrinar, su propia morada en la tierra áurea. Antes de su partida pidió a su pueblo que “siguiesen sus huellas y superen sus obstáculos” para poder gozar también de ese país. De lo contrario quedarían abandonados. Dicho esto partió en su “apyka”, una especie de silla de montar y nunca más regresó”.

Esto lo ha escrito León Cadogan, un autodidacta paraguayo, quien vivió entre los mbya y a quien le debemos el conocimiento de la espiritualidad de los guaraníes de hoy. Se sobrentiende que el varón virtuoso, el “kechuita” es una figura legendaria que recuerda el paso de los sacerdotes de la Compañía de Jesús en el pueblo guaraní. Es evidente que lo que se mitifica es la expulsión de los Jesuitas. Pero la utilización del singular “el Kechuita” y no del plural “los Kechuitas” origina interrogantes acerca de la existencia de “algún” cura en particular que haya inspirado el mito. El “Pai” Martínez, antiguo cacique de Fracrán comentaba que “le habían contado que un Padre pudo escapar de su apresamiento y que vivió muchos años entre ellos y que les prometió reencontrarse algún día…”. Y este mito, como la mayoría de ellos, tiene en la historia su explicación.

Hacia 1792, cuando el caos y la decadencia de los pueblos guaraníes después de la expulsión de los Jesuitas había llevado a las autoridades españolas a implementar una serie de infructuosas políticas de salvamento, un rumor sacudió a la Corte del rey Carlos IV: un furtivo sacerdote jesuita había quedado escondido en los montes cercanos al pueblo de San Carlos. Hacía ya 24 años que los Padres habían sido expulsados de la Provincia del Paraguay. Sin embargo el rey creyó la historia y ordenó su inmediato apresamiento junto con la apertura de un sumario “que compruebe que es un Jesuita quien seguramente es el promotor del caos de las Misiones mediante malas influencias sobre los guaraníes en contra de España”. La orden fue remitida al Virrey del Río de la Plata, Nicolás Arredondo y éste la trasladó al gobernador del Paraguay, Joaquín de Alós. Este, por su parte, consultó al gobernador de Misiones, Francisco Bruno de Zabala, quien finalmente inició la investigación. Toda la región misionera fue rastrillada. Se consultó a los administradores de los pueblos, se apercibió a los comisarios, caciques y a los propios indios con amenazas de duros castigos a quienes ocultaran información. Sin embargo, después de un tiempo, desalentado Zabala responde que “…del tal Jesuita no hay noticias”.

¿Quién era ese tal Jesuita “oculto entre los montes”?. ¿Había quedado realmente algún sacerdote por estos lares? Sí. Francisco Brabo, quien catalogó los inventarios de los pueblos después de la expulsión, da cuenta que, cuando llegaron los ejecutores de la orden real al pueblo de Apóstoles, se encontraron que un viejo sacerdote de 82 años, enfermo y postrado en una cama desde hacía varios años no podía ser trasladado a Yapeyú junto con el resto de los expulsos para, desde ahí, remitirlos a Europa. Por eso decidieron dejarlo bajo el cuidado del nuevo sacerdote del pueblo, un mercedario.

El P. Furlong, principal cronista de la Historia de las Misiones Jesuíticas dice que este sacerdote, el P. Francisco Asperger, nacido en Insbruck en 1678, vivió en Apóstoles por cuatro años más después de la expulsión y falleció allí en noviembre de 1772, siendo enterrado en el altar de esa Iglesia. Fue famoso por sus descubrimientos de hierbas medicinales y por su capacidad de “sanador”.

Félix de Azara escuchó la historia del “Jesuita oculto” cuando estuvo demarcando las fronteras entre España y Portugal. En su obra “Geografía física y esférica de las provincias del Paraguay y Misiones de Guaraníes” relata que el “último Jesuita” habría muerto a la edad de 114 años. Pero la fábula llegó aún más lejos. En la década de 1820, cuando esta región estaba prácticamente desierta, un viajero alemán Johann Rudolph Rengger narra que entre los indios del lugar “hay un jesuita, al cual honran como padre y consejero, el cual es tan viejo y decrépito que todos los días deben sacarlo al sol para que se caliente”.

Y en los tiempos presentes el mito sigue vivo. Es común escuchar en las áreas rurales de Corrientes historias que hablan de sacerdotes que viven ocultos en los montes. O aquel otro mito que perdura en San José que relata la presencia de un jesuita que custodia la cripta en la que están enterrados sus compañeros para que descansen en paz.

Historias contadas y retransmitidas por generaciones con nuevos matices, pero que forman parte de un único hecho histórico interpretado de diferentes maneras de acuerdo a la región donde se ha originado el relato.

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