Tú eres mío, mío, mío... 

domingo 18 de julio de 2021 | 6:00hs.
Tú eres mío, mío, mío... 
Tú eres mío, mío, mío... 

Rosana vivía en el borde del pueblo, allí donde lo urbano es una línea confusa en lo citadino y lo bucólico. De sufrida infancia, coexistía con su madre y hermano, en una pequeña pero coqueta casita, la que fue armando palmo a palmo, con cada peso que el esfuerzo de su trabajo le daba.

Trabajaba en tres casas de familias, desde el amanecer hasta la noche. Era coqueta, limpia, exigente, independiente con un aire de chica bien, que la distinguía en el barrio.

En ocasión de ir al baile lo conoció a Armindo, un hijo de colonos prósperos con quien inició una relación. Lo invitó a su casa, lo llenó de mimos y desde el primer momento supo que estaba enamorada perdidamente de él. Armindo la correspondió y se convirtieron en una pareja joven y alegre. En las madrugadas frescas de las sierras misionera, bajo un inmenso cielo azul, custodiado por la luna del estío ella lo besaba y le decía:

- Armindo, tú eres mío, mío, mío. -repitiendo la expresión como lo hacemos los misioneros cuando queremos poner énfasis a una expresión.

- Por supuesto, -respondía el mozo confortado.

Rosana trabajó duro, armó una pieza nueva revistiendo las paredes con machimbres, piso alisado; la barnizó, lustró, colocó cortinas, compró una cama matrimonial y un ropero. Esperó hasta poder darle el confort necesario incluso con un ventilador de techo, de tanto en tanto le decía a su madre:

Termino la pieza y me caso.

Armindo no solo participaba de los adelantos edilicios, sino que incluso ayudaba

en la construcción y a acomodar los muebles.

Aquella noche de sábado Rosana estaba espléndida, con su madre y hermano prepararon la cena: un asado, la torta, el vino fino, la sidra para el brindis. La casa humilde se llenó de luces, brillos, olores de fiesta y todos: madre e hijos sentían una indisimulada ansiedad. Es que el plan era que a partir de esta noche Armindo se quedara a vivir con ellos.

El mocetón llegó, ella lo recibió con cariño, lo mimó, lo hizo pasar diciendoArmindo soy tan feliz, de saber que eres mío, mío, mío.

Pero algo comenzó a flotar en él ámbito de la fiesta, algo imperceptible aún, pero que ya había captado la madre de Rosana, con la percepción que le dieron los sufridos años vividos, a la dama se le apagó un poco el brillo festivo de la mirada. Algo...

Comieron, bebieron, cortaron la torta, brindaron. Pero algo... se mantenía latente y sin manifestarse.

Llegó el momento.

Armindo, a partir de hoy queremos que te quedes a vivir con nosotros.

El mancebo sonrió indeciso, sin asentir ni negar... La madre y el hermano se retiraron a levantar la mesa. Ella, le volvió a insistir. Pero el solo le dijo:

- El sábado próximo sábado empezamos. Era la respuesta anhelada. El próximo sábado comenzaría su vida de pareja. ¡Qué hermoso!

Cuando Armindo se fue, luego de estrenar el dormitorio y la cama matrimonial. Ella llamó a su madre y le comentó:

A partir del próximo sábado, mamita, se queda a vivir acá. Armindo es mío,

mío, mío...

Pero la mujer no sonrió. Solo miró con cierta lástima a su hija. Y le aconsejó:

Esperalo. - La casa apagó sus luces y se llamó a silencio.

Mirando el cielorraso, se decía a sí misma. Qué hermoso, Armindo es mío, mío, miiiio.- Soñó un futuro con hijos, paseos, progreso.

Pasaron muchos sábados, a cada tarde de cada uno de ellos, Rosana armaba el escenario se vestía de fiesta y lo esperaba en el corredor... Armindo no venía:

Pero vendrá, él es mío, mío, mío...- un atardecer su madre se sentó al lado y le comentó con desgano, en vos baja casi como para que no escuchara:

No volverá, no sufras. No lo esperes.

Sollozando clavó sus ojos negros y brillantes en los de su madre y exclamó

Va a venir, mamita, va a venir, porque Armindo es mío, mío, mío.

Cuando el almanaque acrecentaba su ansiedad, se enteró que Armindo todos los sábado iba al baile en el Club Sol de América. Se compró una minifalda y ropa colorida, se arregló llamativamente, y con unas amigas, se fue al baile. Lo vio espléndido con otra, en una mesa. No lo molestó solo bailó mucho y llamó la atención de todos. Especialmente de Andrés, a quien sedujo, le hizo el amor y solo le comentó que quería que le haga un favor. El sábado siguiente se repitió la rutina, pero enamoró a Pedro y le dijo que le pediría un favor.

Al tercer sábado se arrimó a un camión con planchada que todos los fines de semana estacionaban frente al salón, su dueño se iba cuando terminaba el baile, con la mano suave removió las cortezas de madera sobre la rústica y áspera planchada, luego entró al salón. Fue la reina de la noche, bailó con todos, incluso con Armindo, a quien frente a su novia dio un atrevido beso en la boca.

Luego salió un rato, lo hizo adrede sabía que a las cuatro en punto Armindo se iba del baile, al rato el joven con su novia aparecieron en el umbral de la puerta. Ella lo llamó:

Armindo, quiero hablar un rato con vos.

Si ya voy... - Cortésmente abrió la puerta de la camioneta, dejó a la otra mujer en ella y se acercó a hablar con Rosana.

Ella le comentó:

Te extraño mucho, ¿cuando vas a ir por casa?

En cualquier momento voy Rosana.

Le tomó de la mano, le recostó la espalda sobre el camión hablándole en forma simpática y seductora pero sin molestarlo mucho, cuando lo sintió relajado, hizo una seña, al momento Pedro y Andrés tomaron a Armindo de ambos brazos dejándolo inerme, Rosana tomó el cuchillo que había escondido en la planchada y mirándolo a lo ojos le dijo:

Armindo, quiero que sepas que vos sos mío, mío, mío y solo mío.

Por cada vez que decía mío, le asestaba una puñalada feroz. Al rato cayó el joven muerto, cuando llegó la policía Pedro y Andrés se habían escabullido. Rosana reconocía la autoría del hecho macabro, los policías dudaron y a pesar que hubo más de cincuenta testigos, nadie vio nada.

Cargaban el cuerpo de Armindo en la carrocería del patrullero y sentada sobre la baranda una coqueta mujer lleva el pelo suelto al viento y una sonrisa plena de felicidad. Custodiando hasta el último momento a Armindo. Dentro del salón el locutor dice a viva voz:

Siga el baile, siga el baile, hasta el amanecer.

En el rancho lindo de la villa, la madre de Rosana se estremece sobresaltada, y recuerda el sentimiento que había visto en los ojos del enamorado de su hija: la duda.

 

Diego Luján Sartori

Sartori es docente y periodista. Reside en San Vicente. Publicó ocho libros personales y participó en veinte antologías

¿Que opinión tenés sobre esta nota?