Pinceladas de historia

El destino del patrimonio histórico misionero

domingo 27 de junio de 2021 | 6:00hs.

El valiosísimo caudal del arte escultórico que nacía en los talleres de cada uno de los pueblos jesuíticos constituye un patrimonio original que ha dado lugar a un nuevo estilo en la historia del arte americano: el arte guaraní-jesuítico. Diferente al barroco americano, este estilo se funda en los elementos espirituales ancestrales de la cultura guaraní mezclado con el arte religioso católico traído por los Jesuitas a estas tierras.

Miles de imágenes religiosas de madera noble fueron construidas por los santo-apohára (constructores de santos) y la sobrevivencia de gran parte de este patrimonio, fundamentalmente por la devoción popular de la que son objeto, ha permitido ser valorada y analizada por prominentes historiadores del arte para fundar este estilo guaraní-jesuítico. Bellísimas imágenes podemos admirar a lo largo de gran parte del Litoral rioplatense en museos públicos y privados e incluso en muchos hogares particulares. La pregunta que inevitablemente surge es ¿qué ocurrió con las imágenes que fueron construidas en los once pueblos de la actual provincia de Misiones?. No las vemos ni en museos, ni en templos, ni en casas particulares.

En otros artículos hemos hecho referencia a la profunda relación existente entre los grupos guaraníes y sus imágenes. En especial en los tiempos de las guerras artiguistas, medio siglo después de expulsados los Jesuitas, cuando de los pueblos incendiados, sus habitantes, especialmente mujeres, niños y ancianos huían con sólo las imágenes religiosas a cuestas. Esas imágenes les daban cohesión como grupo en esos tan difíciles trances de la historia guaraní-misionera.

En 1817 los pueblos del departamento de Candelaria fueron destruidos e incendiados por orden del jefe paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia y las familias de esos pueblos fueron conducidas a aquel territorio. Con ellas también marcharon los íconos de las iglesias, así como sus campanas y otros elementos del culto. Hoy ese patrimonio se preserva en importantes museos de Asunción, y en antiguos pueblos jesuíticos como San Ignacio guazú, Santa Rosa, Trinidad, San Cosme y otros. En esa invasión paraguaya a los pueblos misioneros, algunas familias lograron salvarse refugiándose en la selva con sólo las imágenes rescatadas de la destrucción e incendio de los pueblos. Esas familias misioneras se trasladaron y fundaron algunos años después los pueblos de San Miguel y Loreto, en Corrientes. Un riquísimo patrimonio artístico de estas imágenes se conserva, especialmente en oratorios particulares aún hoy en aquellas localidades. Otras imágenes de los pueblos misioneros podemos ver también en los pueblos cercanos, como Caá Catí, Concepción, Mburucuyá y muchos parajes cercanos. Incluso en la capital correntina podemos apreciar obras fabulosas de los talleres jesuíticos, como el Cristo Yacente de la Catedral.

Los Siete pueblos orientales, aquellos fundados al otro lado del Uruguay, en actual territorio riograndense terminaron abandonando sus tierras para seguir al caudillo oriental Fructuoso Rivera en 1828, en el fin de la Guerra con el Brasil. Esos remanentes fundarán en 1828 el pueblo de Santa Rosa de la Bella Unión, de vida efímera, pues una nueva anarquía en 1832 llevó a dispersarse a sus pobladores por la campaña oriental, entrerriana y correntina.

Pero Rivera no condujo sólo indios. Junto con las familias del éxodo viajaban sus imágenes, sus campanas, sus símbolos religiosos salvados de la depredación de las décadas anteriores. Donde fueran las familias guaraníes, allá marchaban sus imágenes. Las encontramos por eso en Entre Ríos, en Uruguay, en Corrientes, en Paraguay, en Buenos Aires, en todo el sur brasileño.

Hacia fines del siglo XIX, es decir en la época del Territorio Nacional de Misiones también existían aquí muchas y variadas imágenes conservadas por la devoción popular. Pero no quedaron aquí, sino que fueron destinadas al Museo de La Plata, que nacía en aquellos tiempos. Para tal fin fue enviado don Adolfo de Bourgoing, con la misión dada por el perito Francisco Moreno para rescatar para ese museo testimonios de la época jesuítica. En la nota de justificación del viaje de aquel a esta región, el director del museo, el perito Moreno, indica que “las colecciones argentinas que posee el museo, si bien son muy valiosas, se refieren principalmente a las provincias andinas y regiones australes, siendo poco numerosas las del litoral paranaense...abundan en Misiones, en las ruinas de sus pueblos, interesantes vestigios muy pocos estudiados bajo el punto de vista artístico....necesitamos la conservación de los muchos restos transportables que aún quedan, estatuas de madera y piedra, trozos arquitectónicos, altares y piedras sepulcrales.......haría alto honor al museo de La Plata, que salvaría de una pérdida segura una forma de arte muy digna de ser conocida”.

Este viaje, fue exhaustivamente relatado por de Bourgoing en unas memorias que nos permiten apreciar el grado de expropiación del patrimonio jesuítico de esta zona. En Apóstoles, por ejemplo, debió sortear una sublevación del pueblo que se negaba a permitir que sus reliquias fueran retiradas de allí. La intervención del Comisario de Concepción evitó que el conflicto pasara a mayores. Pero es bastante dramática la exposición que de Bourgoing realiza sobre la despedida de los restos por parte del pueblo: “Algunos se mostraban llorosos y desesperados, creyendo que les llevaríamos todos sus queridos santos....¡Adiós promesas!....¡Adiós milagros! Exclamaban e iban a arrodillarse por última vez ante aquellos objetos de su veneración....santos, en fin, decapitados, mancos, cojos, tuertos o sin narices”.

Finaliza de Bourgoing su travesía en Misiones con una reflexión sobre el traslado de aquellos objetos. Dice en el final: “El espectáculo que ofrecía la caravana, en doble hilera de individuos, cargados con bultos y estatuas de tan vivos colores, cruzando aquellos solitarios pantanos y pajonales era algo que causaba un efecto indefinible, en fuerza de la originalidad del contraste, pero lo más atrayente era pensar en el viaje que emprendían aquellos objetos de arte, a centros más civilizados después de haber permanecido por siglos en lugares tan lejanos como salvajes”.

Hacia el museo de La Plata, y con la positivista justificación de la civilización versus la barbarie, fue a parar el patrimonio artístico jesuítico que aún sobrevivía en el territorio misionero de fines del siglo XIX. rebeliones que poseían una característica comúdmanifestad.

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