Aguey petit mignon

domingo 06 de junio de 2021 | 6:00hs.
Aguey petit mignon
Aguey petit mignon

Lo suyo había empezado, como muchas otras parejas, en una fiesta de esas en que la risa es fácil y el mundo una postal, con 20 años él y 19 ella.

Desde que la conoció quiso que estuvieran juntos, no fue fácil ella no estaba muy dispuesta, pero una noche bailando, lo besó como nunca podría olvidarlo, y ese beso quedó en la única fotografía que conservó a través del tiempo, viajes y mudanzas.

Fueron un dúo armónico varios años, esos en que crecieron juntos y se inventaron palabras y gestos, los primeros de la facultad, que ella cambio por un profesorado y que él transitó con buenos resultados, hasta que la militancia política lo absorbió.

Ella era una joven ubicada en la clase media alta, hija de un profesional respetado en su empresa, políticamente ubicado pero no comprometido. Su madre una belleza italiana con chispas en los ojos. Llevaba la alegría pintada en el rostro, con una dulzura y suavidad que no impedían un carácter seguro que tenía claro que quería, o por lo menos lo que creía querer a esa edad.

Metódica y responsable, adorada por los padres de él, dirigió con madurez el noviazgo, en medio de una ciudad que estaba empezando a vivir el cambio social y político.

Él, otro tanto, con la mezcla clásica de una sociedad que estaba, sin saberlo, en vías de desaparecer. El resto de la colectividad agraria citadina, esa que aún conservaba campos pero que se habían formado en las universidades heredadas de la Reforma Universitaria, criticando al fascismo, llorando con la rebelión de Varsovia.

Educado en una familia donde la mesa era un campo de batallas de ideas, con la imagen de héroes mitristas y una profunda base cultural inyectada con precisa delicadeza por un abuelo patricio.

Cuando las manos conocieron sus pieles, la vida estalló frente a ellos, se marcaron un límite, no habría embarazos hasta después del casamiento; en ese entonces no concebían otra forma de vivir juntos.

Un día confundió militancia con amor y la dejó. ¿Fue otra mujer? Sí, tal vez una excusa, pero más fue la pasión voluptuosa que sintió al escuchar los aplausos después de su discurso.

En el fondo supo que la vida que se le proyectaba no era posible con ella, pero también que le dejaba su risa.

Pasaron muchos febreros sin que la saludara pero jamás pasó demasiado tiempo sin que su imagen se paseara por sus recuerdos y a su nombre le siguiera un: “te quiero”.

La vida siguió, conocieron otras personas, otros cuerpos, parieron hijas e hijos, besaron nietos, él sentía que sus cuerpos tenían una materia pendiente, nunca dejó de pensarla y sentirla sin importar en que país estuviera.

La amó como a nadie amó jamás, ni más ni menos que a otras, pero de una forma especial que fue capaz de vencer al tiempo.

La digitalización del mundo les permitió encontrarse, hablaron, hablaron y hablaron, con suavidad de recuerdos, se reconocieron, se desearon y se despidieron.

La vida da segundas oportunidades, pero hay quienes las dejan pasar.

Inédito. Baigorri es miembro de Aristóbulo del Valle Escribe (AVE), de la Fundación Cultural Argentina. Tiene publicado los libros: Soy yo a Pesar de mí, Las Cabañas, “Confieso que he pecado...y mucho, Traficando Palabras, Cuatro Mano. El País de las naranjas amargas, premio publicación de la UNNE

Vasco Baigorri

¿Que opinión tenés sobre esta nota?