Una sonrisa colgada de la nariz

domingo 30 de mayo de 2021 | 6:00hs.
Una sonrisa colgada de la nariz
Una sonrisa colgada de la nariz

Hay días en los que una se levanta mal. Cara de …Mala cara.

A veces con motivo, otras sin. Las lagañas pegan los párpados que se niegan a separarse para ver la luz.

Si me levanto mal, seguro que me va a ir mal porque lo semejante atrae a lo semejante y a la noche voy a decir con justa razón:

-¡Qué día de porquería!

La cuestión está mal planteada desde el principio y ahí es donde aparece el darse cuenta, la propuesta de cambio.

Frente al espejo que refleja mi deplorable imagen, intento una sonrisa. Patética, quizás, pero intento. De a poco se me va descontracturando la mandíbula. Sigo insistiendo y, al final, sonrío.

Salgo a la calle con mi sonrisa construida colgada de la nariz. La gente me mira y, como lo semejante atrae a lo semejante, alguno me devuelve la sonrisa y un perro me acompaña unas cuadras y mi jefe ya no es tan malo y la bruja de mi compañera me pasa un mate.

Y, al final, el día fue bueno.

Y a la noche, antes de acostarme, me lavo los dientes, me desvisto y cuelgo cuidadosamente mi sonrisa al lado de la cama junto a la ropa que me voy a poner la mañana siguiente.

La tortuga

Cerca de mediodía entré hecha una tromba a mi casa apurada por preparar el almuerzo. La mañana me había resultado muy corta para las diligencias que tenía que cumplir y las once y media me sorprendieron en el reloj.

Acelerada guardé el auto y mientras cruzaba el patio apurada pensando qué iba a cocinar me salió al paso la tortuga, me miró fijo y estiró el pescuezo reclamando comida.

Mi amiga Inés dice que la tortuga es un animal que la desespera porque ni ladra ni maúlla ni emite ningún ruido.

Un poquito de razón tiene pero lo que yo aprendí con los años de su compañía es que la tortuga sí habla… pero con el cuerpo.

Enfrentándome la tortuga me miró con su profunda mirada prehistórica y cuando estaba justo por pasarla por encima, algo me hizo clic y me di cuenta.

Bajé un cambio mi acelere. Fui a la cocina. Abrí la heladera. Saqué dos pedazos de zapallo hervido. Caminé hacia donde ella estaba y se los di.

Fue entonces, medio segundo antes de lanzar la primer mordida, que la tortuga inclinó un poquito su cabeza hacia la izquierda y, mirándome dulcemente a los ojos, ¡me sonrió!

Del canto y mi perrito aullador

Adoro la música.

Adoro el canto.

Y como Salieri que envidiaba a Mozart por tener el don de la música, yo me pasé la vida envidiando a quien podía tocar un instrumento o cantar.

No sé en qué lejano tiempo se produjo el trauma. Posiblemente alguna antigua profesora que me excluyó del coro:

- Vos no tenés voz.

Quizás algún comentario ponzoñoso dicho al pasar:

- Como desentonás…

Quizás por alguna risita burlona como respuesta a una canción que intenté cantar o por alguna otra causa desconocida, la garganta se me cerró para siempre.

- Yo no sé cantar.               

Hasta que un día dije:

-Basta.

Y empecé a estudiar piano y canto, escribí canciones y las canté o las grité o ambas cosas a la vez pero me divertí. Sentí correr por mi garganta el canto como un vino tibio y áspero que arrastraba los silencios y los bloqueos  liberando las cuerdas vocales.

Y canté.

Y cuando le conté a Griselda Rosales, mi profesora de piano, alma generosa y aguantadora si las hay, que cuando yo cantaba mi perrito aullaba a mi lado, ella me contestó con la ternura que la caracteriza:

-No aúlla. Hace la segunda voz.

Del libro Darme cuenta (Tips para la vida) La autora ha publicado más de una docena de libros. Socia fundadora de la ALA: Asociación Literaria de Alem.

Norma Varela

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