La historia de Lidia

domingo 23 de mayo de 2021 | 6:00hs.
La historia de Lidia
La historia de Lidia

Es una historia que sucedió hace ya muchos años. Yo fui testigo de ella. Por eso la cuento, hay en ella cosas que hoy parecen increíbles, pero que hace 50 años tenían plena vigencia. Las familias de inmigrantes no aceptaban que sus hijas tuvieran una relación con un criollo, por la sencilla razón que los calificaban como poco adeptos al trabajo.

¿Quién era Lidia, la protagonista de este relato? Era una muchacha simple, hija de colonos, trabajadora, buena y sencilla. Como a todas las chicas de la colonia por entonces le gustaba tener y tenía una vestido floreado para los bailes y una blusa blanca, cerrada con botones para ir a Misa. Lidia no se cuidaba las manos ni las uñas, no había tiempo para eso, además las tareas de la chacra: carpir el maizal, cosechar la yerba, lavar ropa en el arroyo, amasar el pan, no le daban tiempo. Lavaba a veces las ropas en la pileta al lado del pozo de agua o en el Chimiray.  Juntaba leñita en el yerbal, cambitos y chircas secas para encender al amanecer todas las mañanas el fuego en la cocina a leña. El ruido que provocaba al quebrar la leña para empezar el fuego despertaba a sus padres. Apenas si pudo completar la escuela primaria en Escuela de El Paraíso. Le encantaba escuchar la novela de la radio ZP5 de Encarnación y la música, la radio a batería era su única compañía en la soledad de la chacra. Le acompañaba a sus padres en todos los trabajos de la chacra, ordeñaba las vacas, cuidaba los terneros, carpía el mandiocal y el maizal, tareas que hacía al amanecer, antes que calentara el sol. Corría alegre con una azada, tapando los hormigueros, cuando con su padre mataba las hormigas en la chacra. Andaba él con una especie de fragua con una turbina portátil para insuflar el veneno: gamexane o arsénico que se ponía en una hornalla con brazas que calzaba justo dentro de esa turbina. Cuando se la hacía funcionar el humo empezaba a salir por los hormigueros, entonces Lidia  con una azada debía taparlos para que las hormigas murieran. Terminada la jornada Lidia era la que guardaba el veneno y los elementos en el galponcito cercano al gallinero. Nunca todavía el amor había golpeado las puertas de su corazón.

Un sábado, Lidia fue al pueblo, acompañando a su comadre Isabel y al esposo de esta, fueron a un baile, que se realizaba en el  Club JEMPA, y allí conoció a un militar, un cabo primero salteño que había llegado hace poco al Regimiento de Apóstoles. Todo fue tan rápido que ese mismo día, en el baile, después de tomar una cerveza y una chinchibira, el militar le propuso matrimonio. Cuando Lidia les dijo a sus padres, mientras almorzaban al mediodía del domingo, lo que sucedía en su vida, estos rechazaron terminantemente la idea. Jamás su hija se casaría con un “chorni” (czarny). Siempre lo habían comentado: su hija se casaría con algún ucraniano, nunca un criollo ni un polaco. Lidia esa misma tarde tomó la drástica decisión. Caminó con los ojos llenos de lágrimas el trecho que quedaba de su casa en la Estafeta hasta la Capilla San Miguel, se arrodilló ante la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa. No supo cuánto tiempo estuvo arrodillada, después salió en silencio, no se dio cuenta que un pajarito negro le seguía los pasos. Se dirigió al galponcito, ella era la única que sabía donde dejaba el veneno para las hormigas. Con una tranca de madera cerró la puerta y cumplió su cometido. El ave seguía allí, solamente después que la joven ingiriera el arsénico, alzó vuelo y se perdió en el yerbal.

En la vieja estafeta de la colonia se realizó el velatorio, donde vecinos y parientes acompañaron a la familia. Un carruaje tirado por caballos blancos de la empresa fúnebre de Apóstoles condujo el féretro directamente al cementerio ya que a los suicidas le estaba vedada la ceremonia en la iglesia.

Desde ese día todas las madrugadas los padres de Lidia al amanecer escuchaban los ruidos en la cocina. Como quebraban la leñita y los cambitos, el chasquido del fósforo, el crepitar de la llama y el ruido de la pava. Iban a mirar y no había nadie. Un día fueron a verle a don Juan Bieski, el famoso curandero. Bieski hizo el ritual de siempre en el vaso con agua, con el rosario, grande fue la sorpresa cuando observaron la imagen de su hija en el vaso con agua, mientras el adivino les decía “su espíritu no se quiere ir de ese lugar, va ser por un tiempo, hay que rezar mucho” –Van a encontrar un pájaro negro, siempre rondando el patio, no hagan caso, pero persígnense ante ese bicho, que es el maligno”- y no dijo nada más. -El adivino no les quiso cobrar nada, antes de las despedida y en un gesto extraño en él les invitó un trago de caña que tomaba natural es decir sin hielo. Los viejitos se perdieron en el camino terrado en un viejo sulky, un  camino a la chacra que definitivamente ya no sería el mismo.

Zajaczkowski se define como narrador de historias de Apóstoles Misiones, docente jubilado. Sus libros son utilizados como material de lectura y consulta en escuelas  de la provincia

Mario Zajaczkowski

 

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