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Una noche de marzo

domingo 23 de mayo de 2021 | 6:00hs.
Una noche de marzo
Una noche de marzo

Venía en el caballo lobuno, al tranco. Gorra, camisa con dos bolsillos y botones, pantalón metido dentro de los borceguíes que había traído como recuerdo de la conscripción y que, por alguna razón que no entendía muy bien, le servían ahora para salir de paseo. Una Tala calibre 22 le colgaba del cinto, a la derecha. Al pasar frente al rancho de Napoleón Machado tuvo que levantar la mano a modo de saludo y desde allí le respondieron. Cuando cruzaron el arroyo, metros después, el animal bebió largamente hinchando los ijares bajo el talón sin espuelas del jinete. Al recuperar el camino parecía más petizo y más gordo. El hombre, delgado, de unos veintidós años, silbó mientras acariciaba con el rebenque la crin.

Antes de doscientos metros ganó la calle, perpendicular a la ruta, que llevaba al rancho adonde se dirigía. Era el atardecer de un sábado de marzo, A lo lejos se perdía el camino sinuoso que se incrustaba en el cerro. Aquí no se hablaba de valle ni de sierras. El lugar se llamaba Pozo feo y era, en efecto, un pozo no muy bien parecido, rodeado de cerros.

-Ahí viene el maestro- dijo alguien en el rancho y unos cuantos bultos pasaron del patio a la galería, en tanto que los perros abandonaron la galería rumbo al patio. Los ladridos se transformaron en seguida en un movimiento de colas y el jinete ató al lobuno en la cama de un paraíso. Más allá del patio, cerca del chiquero, gallinas y patos se movían ruidosamente en cualquier dirección. Saludó el maestro y don Juan Queirós, el dueño de casa, hizo una gárgara con el eterno catarro que lo aquejaba. Los muchachos acomodaron los bancos en la galería y ordenaron el mate para agasajar al recién llegado. Este tosió al tiempo que colgaba la gorra en un clavo de la pared de madera.

- ¿Trajiste los implementos?- preguntó Esteban, en tanto que don Juan solicitaba permiso para retirarse, pidiendo al maestro que se sintiera como en su casa.

-Todo, hasta el tintero. Hay un portafolios en la montura. Tengo también el tapamangas de lienzo y unos anteojos tipo carey.

-Enrique fue al arroyo a bañarse. Dentro de un rato se presentará en ropa de gala, listo para la ceremonia. Está convencido de que el maestro es también el juez y lo va a casar a domicilio.

Entró Marita con el mate, sonrosada y sonriente. Preguntó a sus hermanos por el padre y al no hallarlo se dirigió al maestro. “Parece una torta de cumpleaños”, pensó éste. “Quién pudiera hacer el primer corte”.

-¿Lista para la ceremonia? – preguntó. La otra asintió sonriendo sin entusiasmo.

-No me gusta mucho - acotó- ¿Qué va a pasar después? Vos te vas a tu casa y yo me quedo con el problema. - Al devolver el mate el maestro le rozó la mano. “Quisiera estar en su lugar... si fuera en serio”, susurró entonces y ella salió contoneándose y muy ruborizada.

Pedro, el otro hermano, en verdad el promotor de todo, abandonó la galería y se dirigió hacia el arroyo. Atravesó el sector viejo de la chacra, parte con mandioca y maíz, más allá con raleadas plantas de té entre las enormes de tung, cruzó el rozado donde habrían de plantar tabaco y sigilosamente se acercó al arroyo. Intuyó los preparativos de Enrique para la boda y no quería perderse el espectáculo. Lo vio en la parte más playa, enjabonándose con energía los brazos, cuya piel a fuerza de suciedad acumulada ya no podía volver al estado natural. Tenía una especie de taparrabos orlado de flecos, de un color indefinido. Su rostro trasuntaba una bestial felicidad y emitía sonidos que oscilaban entre el gruñido y el canto. Satisfecho de su higiene, caminó por el borde del arroyo hasta una tapera de tacuaras y barro, con una abertura a modo de puerta, donde comenzó a vestirse.

Pedro se aproximó diciéndole en voz alta: “Enrique, ya está todo listo. El juez y la novia te esperan. Si no llegás a tiempo el juez te roba la novia”. El otro gruño mientras se colocaba una camiseta color tierra. Al costado, sobre un baúl, se veían un candil y una botella con una vela en el pico. La tapera, algo trapezoidal, estaba construida de tacuaras, palos, barro y paja. Y el colchón tenía un color indefinido y luego otro sinfín de colores en la línea del rosado al marrón, pasando por el blanco lechoso.

- ¿Aquí van a vivir? - preguntó Pedro. Enrique asintió con un gruñido, salpicando de babas un cajón que hacía las veces de mesa de luz. Se peinaba ante un pedazo de espejo colocado en un relieve entre el barro y las tacuaras. “La verdad que aquí está fresco”, dijo el visitante. Enrique gruñó con satisfacción. ” Pero hay que ver si a la novia le gusta. ¿Ya la trajiste a ver el camastro?” Sonrió por toda respuesta mientras terminaba de vestirse.

-Ahora me voy. Que todo salga como se merece un tipo de tu calaña. Chau, cuñado. Ojalá mi hermana no te arañe. Ah, me parece que lo mira mucho al maestro, quiero decir, al juez. Cuidate que en una de esas se la lleva el juez y a vos te casa con la chancha.

El maestro bajó el portafolios con los implementos: un código civil, un libro de actas, lapicera, tintero y el tapamangas.

-Traje la Constitución Argentina, por las dudas- le dijo a Esteban y ambos rieron. Pero la risa del maestro fue breve y sus manos temblaban casi imperceptiblemente. Dispuso los objetos sobre una mesa y se sentó en una silla cuyo respaldo daba a la pared.

-Prestame la Tala- dijo Pedro, que llegaba en ese instante. Hay un gavilán en el paraíso. Por lo menos lo espanto. Enrique te paga la bala junto con el casorio. Anduvo vendiendo ramas de mandioca, así que debe estar chaludo.

Marita volvía con el mate y el otro notó que la uña funcionaba cada vez más claramente, pero la expresión de la cara del maestro no estaba del todo en consonancia. La uña era una cosa y la situación otra. Se miraban como diciendo: “renunciemos a esta broma. No hay derecho a hacerle esto a un idiota”. El maestro divagó acerca de las ilusiones, creer que va ocurrir algo y encontrarse con lo contrario, chasco, castillo de naipes, locura, berridos, desesperación bestial, sangre de algún modo. Pero le sonrió cuando ella le alcanzó nuevamente el mate. En verdad estaba linda. En la ciudad las hay mucho mejores, pero aquí ella era una reina, del mismo modo que un maestro es una especie de ministro del monte, todos le piden consejo… Me sonríe. Tal vez hoy mismo pueda, si no fuera por esta boludez de Pedro, Ahora me está gastando las balas, payaso. Le sonrío. Claro, no debe notar que estoy preocupado. Mi estómago golpea como una campana que me anuncia una extraña misa. Cuando se acerque otra vez le diré que la quiero. Hacerlo sólo con la uña es poco. Cada vez me trae más seguido el mate. Marita, te quiero... quiero decir, para mí. Deseo tomarte, apretarte, quitarte lentamente la ropa y besarte todo el cuerpo, no abrirte las pierna a lo loco como hacen con las mujeres: aquí estos montaraces.

“Te quiero, Marita “, alcanzó a decir y ella asintió marcándole un beso con los labios. “¿Hoy?”, inquirió el maestro. “Esta noche”, respondió ella. “Quedate hasta tarde y entonces... por la ventana de mi pieza...”. En ese momento la deforme y abultada silueta de Enrique apareció en el patio. “Qué asco”, dijo ella, y después le susurró en el oído: “Yo también te quiero. Desde que te ví. Ya me dolía quererte tanto sin poder estar con vos”. Algo se le encendió en el pecho mientras ella se alejaba y entonces vio que el idiota asomaba la cara a un costado de la puerta. Detrás de él sonreían Esteban y Pedro.

-Aquí está el novio, juez, dijo éste-, limpio, perfumado y apurado. Ya preparó el rancho con todos sus primores.

-Bien. Pase señor Enrique y tome asiento.

Segundos después Pedro traía del brazo a Marita. El bestia la miró golosamente y no pudo contener una baba. Se incorporó hasta que la novia tomo asiento en la otra silla.

-Todo está dispuesto para la ceremonia. Soy el maestro y hago las veces de juez de paz y encargado del Registro Civil, Procederé a unirlos en matrimonio. Después podrán ver al cura si desean celebrar el matrimonio religioso.

Marita no podía contener la risa, una risa nerviosa, entrecortada. Finalmente se levantó con estrépito, abandonando el lugar. Pedro corrió tras ella: “Marita, Marita”. Era un desaire al novio. Este se incorporó y miraba furiosamente hacia la puerta. El maestro tenía el código civil en la mano. Estaba subrayado en parte, de la época en que estudiaba abogacía. Por un momento se vio ante la mesa examinadora. Luego los adustos rostros de los profesores fueron reemplazados por el bestial de novio.

-Conserve la tranquilidad, señor Enrique -aconsejó-. La novia se siente indispuesta pero ya regresará. Tome asiento, señor Enrique. El bestia comenzó a armar un chalita, que pegó con su baba, El maestro abrió el libro de actas y apuntó en la primera página en blanco: “En la localidad de Pozo Feo, a los trece días del mes de marzo de mil novecientos cincuenta y ocho...”

- Ya está hecho el encabezamiento. Ahora aguardaremos a la novia para evitar que el acto sea nuÅ‚o. El bestia sonrió con profunda serenidad, como agradeciendo al funcionario-. Permiso, señor Enrique -prosiguió-, tomaré un poco de agua entretanto. -Hizo una seña a Pedro y éste se le aproximó.

- Decile a Marita que venga. Se me ocurrió una idea. Como el asunto puede ponerse feo si cree que lo casamos, simularé que vuelco el tintero sobre el acta y que eso no puede arreglarse, que hay que pedir nuevo tumo al Registro Civil de Posadas. Así ganamos tiempo y el loco se ubica.

 Pedro asintió. Convino en que sería sacarse un problema de encima y lo mismo habría un poco de espectáculo: la cara del bestia cuando viera la tinta derramada sobre el acta, cuando escuchara la decisión del juez sobre la postergación del casamiento, cuando viera a la novia fuera del alcance de sus manos.

A los pocos minutos volvió Marita al lugar asignado. Enrique le dedicó una baba doble, como un gracioso paréntesis, apagó el chala en un platito que hacía las veces de cenicero y unió sus manos sobre el lienzo áspero de los pantalones. Tenía los ojos tristes, grandes y saltones, como huevos fritos. Marita deformaba sus pecas con una sonrisa nerviosa. Musitó algo como “Y bueno...” y se frotó las manos con impaciencia,

- Vamos a continuar con la ceremonia - dijo el maestro colocándose los lentes tipo carey. El libro de actas estaba abierto y el acta comenzada. Aproximó el tintero como para lograr mayor comodidad y continuo: “... ante mí, juez de paz y encargado del Registro Civil...”

-Su libreta de enrolamiento, señor Enrique.. -Este le alcanzó el documento forrado en papel de diario. El maestro manipuló con estudiada torpeza, rozando el tintero. Una exclamación y la tinta cayó sobre el acta. Todos se pusieron de pie, algunos fingiendo alarma.

-Esto sí que es una desgracia, señor Enrique. Vamos a tener que suspender el acto y pedir al Registro Civil de Posadas que nos habilite otra hoja. Esta era la hoja destinada al matrimonio de ustedes. Estas cosas son así: hay una hoja para cada matrimonio y no estoy autorizado a utilizar otra. -Asentó una mano sobre el viejo código y la otra sobre la constitución-. Vivimos en un país donde todo está previsto por las leyes. - Enrique comenzó a gruñir en una mezcla de portugués y castellano. Guardó la libreta dentro de un pañuelo a cuadros, atando las cuatro puntas. Al retirarse de la mesa dio con la silla en el suelo, alarmando a Marita, que no sabía qué hacer con las manos. Pedro y Esteban dijeron al novio que había que tener paciencia, Posadas no queda tan lejos, algún día va a llegar el permiso. “Ahora hay que irse, Enrique. Te cuidaremos la novia. El juez va a apurar el asunto”.

En la cara de Enrique comenzaban a mezclarse las babas con las lágrimas al tiempo que desplazaba su enorme figura hacia la galería. Su llanto dejaba de ser silencioso y aparentemente mascullaba amenazas o se quejaba de su mala suerte. Todos advirtieron que comenzaba a sospechar la verdad y Pedro, en el idioma, trataba de consolarlo. Llegó a palmearle la espalda al tiempo que le invitaba un cigarrillo.

-Quedate a cenar con nosotros- le dijo Esteban al maestro-. Los viejos se fueron a lo de Celeste y pasarán la noche allá, Marita va a preparar algo.

Aceptó al ver que la muchacha le guiñaba un ojo. Pero advirtió que nadie actuaba con naturalidad y entonces decidió guardar los implementos en el portafolio, y borrar así las huellas de algo que comenzaba a disgustarlo. Hubo que limpiar con un trapo la mancha de tinta que se había extendido hasta la mesa. Cuándo se irá el tipo -se dijo-. Sigue allí, se lamenta, gruñe, no puede aceptar la situación. Es una burla muy grande. No tenía que haberme prestado a esto. Por más opa que sea es un ser humano. Una de decepción así debe ser brutal. Tendría que explicarle que Posadas no autorizará otro acta para que ya se saque de la cabeza... es feo que siga teniendo esperanzas y, para colmo, ella me propuso... dentro de unas horas puede ocurrir lo que tendría que haber ocurrido con el tipo si el matrimonio no hubiese sido una farsa. Puede averiguar que no estoy facultado para casar a nadie. ¿Qué tendrá en esa cabeza podrida para ser un hazmerreír de todos? No tendría que vivir en verdad. Esas babas y esa cara horrible, ¿Cómo puede pensar que una chica como ella lo va a acompañar a su inmunda tapera? Andaré con cuidado...

-Eh, che, vamos al almacén a comprar vino. Yo también tengo aquí mi caballo. -Pedro le hablaba pellizcándolo.

Cuando regresaron, Enrique ya no estaba en el patio, pero en dirección al chiquero algo se movía y se oyeron unos gemidos. “Parece un lobizón -observó Pedro. Creo que se nos fue la mano. Pero no te preocupes, es un infeliz”. De la cocina llegaba un rico aroma y la mesa estaba puesta. Ella se sentó a su lado. Había como una especie de connivencia. Es claro -se dijo-, todo está preparado. Ahora comemos, después se irán a dormir, no tan pronto como para que no parezca muy evidente. Me dejan solo con ella. Pedro le aflojó la cincha a mi caballo y le quitó el freno para que pueda pastar. Sabe que el caballo es manso y apenas se moverá unos metros. Cuando llegue el momento salto la ventana. Ella me esperará ansiosamente. Todos saben que nunca anduvo con nadie. Cuida su virginidad para alguien como yo. Me sentiré obligado. Es la mejor de la zona. No haré mal papel ante los otros maestros. A todos les ocurrió algo parecido. Uno llega y después el mundo se le va reduciendo a estos dos arroyos y a estas pocas casas, las cuadreras de los domingos, el pucherón, los bailecitos, los casamientos. Ir a Alem una vez por mes a comprar algunas cosas, a veces a Posadas. Muy poco. El mundo se achica. De pronto aquí también hay mujeres hermosas, virtuosas a su modo. La conquista es más expeditiva. Llegar de visita significa una intención: una mirada, otra; una señal al recibir el mate, el tercer paso. “Te quiero”, algo así como “deseo casarme con vos”. Ese es el caso, aunque lo veo tan cortito, algo que puede empezar pero... Ella sonríe. Los hermanos tratan de que esté cómodo. Una farsa de casamiento puede transformarse en un casamiento verdadero. Esta es la verdadera ceremonia. Nadie se puso de acuerdo previamente, pero todo desembocó en esto, siento una extraña sensación en el estómago, comemos al principio un poco en silencio, llegué a comentar algo favorable sobre la comida, me agradeció, creo que los dos pensamos en lo que ocurriría más tarde, adivino sus rodillas, la piel blanca, las pecas en la cara, mi corazón no está del todo contento, hay algo cuando comienza de nuevo a conversarse sobre Enrique, debe de andar por ahí rondando, mezclado con los perros mansos de la casa, un lobizón doméstico, las enormes manos armando un chala, fuma a grandes bocanadas entre babas espesas, qué es el amor para que un bestia así llore de decepción o de amor, o supiera que dentro de una o dos horas ella estará conmigo, sus piernas se abrirán por primera vez ante un tipo un poco nervioso, esto es un poco al revés, primero el acto y después el amor, vendré a verla no sé cuántas veces por semana, el tiempo me parece un montón de líquido que atraviesa un embudo, semanas, meses, años, o apenas unas horas, es como si sólo me quedaran las horas, ellos están buscando un pretexto para retirarse, ya comimos, yo busco un pretexto para quedarme un rato más, con el silencio es suficiente, se fueron, para ir a sus piezas deben atravesar la galería, quedamos solos, es como si nos hubiésemos encontrado al azar en una casa extraña y entonces cada cual cuenta lo que le parece más conveniente, en parte la cosa sale así, en parte uno trata de pensar lo que va a decir, de golpe sugiere que no hará falta saltar por la ventana, los perros podrían ladrar y el hombre tal vez andar rondando y ver, me tranquiliza, debo pasar por el dormitorio de los viejos, total no están, no verán mi bulto, no ven mi bulto, ya estamos juntos, seguramente los muchachos se habrán dormido, pocos preámbulos quizá a causa de los nervios, comprendo que es la primera vez, la manera de abrazar y el gritito, y a los pocos minutos quiere de nuevo, cree que es cuestión de apretar una ficha, sin embargo al poco tiempo lo conseguimos, y luego otra vez, me hizo decir una promesa vaga al comienzo, casi sonreí, tal vez sonreí en la oscuridad, no pudo haberlo visto, pero ahora le haría alguna promesa, no me lo pide porque seguramente ya la hice, no podemos dormir, a cada rato nos estrechamos, al amanecer ajustaré la cincha al lobuno, le colocaré el freno y regresaré a la escuela, no pensaba que esta noche terminaría así, y hay tantas noches por delante, semanas, meses, o tal vez horas, horas, habrá estado pastando el caballo, pero no se alejó demasiado, encontré el freno sobre una planta de mandarina, los perros merodean, no ladran al amanecer, la ruta está desierta, el lobuno trota lentamente, me trae por el mismo camino que recorrí ayer, qué, está loco este tipo, me tira de uno de los borceguíes, el caballo comienza a galopar, el otro borceguí queda enganchado en el estribo, me estoy golpeando la cabeza, el tipo me tiene ahora de un brazo, el borceguí se desprendió del estribo, no puedo moverme, algo le pasó a mi pierna, recoge con las dos manos una enorme piedra y viene hacia mí, cada vez la piedra es más grande, querrá asustarme, pero no, en sus ojos hay algo que no veré otra vez, olvidé mis pistola en el comedor, creo que allí la vi antes de entrar a la pieza de Marita, el mundo se empequeñece, mi vida es esta pierna que no puedo mover y esa piedra que se acerca bajo una cara horrible y con babas. Cuando mi caballo pare por la casa de Napoleón, de regreso a la escuela, solo, pensarán ¿qué le habrá pasado al maestro?

El relato es parte del libro La tumba provisoria. Toledo fue poeta, periodista, abogado, profesor de Filosofía y ciencias de la Educación.

Marcial Toledo

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