La zapatilla

domingo 07 de marzo de 2021 | 6:00hs.
La zapatilla
La zapatilla

Mejor salgo ya, que está fresquito. Aunque ni bien salga el sol, te regalo! Pero tengo que ir, qué se le va a hacer…

Se calza las zapatillas, porque caminar por el empedrado –cuando hay- es peor que andar sobre la tierra roja y reseca.

Toma su bolso viejo, gastado y descascarado y comienza la rutina.

Nadie en las calles a esa hora. Bueno, sí, un hombre en bicicleta que ni la mira, unos perros que ladran cuando pasa frente a la única casa que tiene muro y un portón. No pueden salir –se dice- y sigue.

Tropieza con una piedra floja y siente que la zapatilla del pie derecho tiene la suela casi despegada.

¡Lo único que me falta! No puedo andar descalza por esta zona…

Se agacha, mira el daño. No es para tanto; si avanza con cuidado, aguantará.

Comienza a sentir el calor, le traspira la frente y las axilas. Se apura.

Desde una casilla una abuela zarandea un trapo y habla sola; no se le entiende. Tampoco contesta el saludo. Capaz que es sorda, piensa.

Faltan muchas cuadras aun. La zapatilla chasquea la suela.

Aguantá, se dice. Y piensa con qué calzado la va a reemplazar. El único par decente lo reserva para cuando…

El viejo verde ya está frente a la casucha. La espera. Le dice zafadurías. Menos mal que no avanza; apenas puede moverse. Ella hace como que no lo ve.

Sigue. Tres muchachotes aparecen. Se aferra a su bolso destartalado. No tiene por donde tomar un atajo y de nada le serviría apurar el paso.

Pero ni se fijan en su figura escuálida. Menos mal.

Avanza. Falta poco. Tiene sed. Y un nudo en la garganta cuando recuerda, cuando piensa en…

Ya está en la villa que no tiene veredas. Sin querer, pisa algo blanduzco y maloliente. ¡Carajo! Busca algo de pasto para limpiar la zapatilla, menos mal, del lado izquierdo. Solo ve yuyal, basura, bolsas de plástico, latas, un gato muerto, restos de vaya uno a saber qué.

Siente el sol quemante sobre la espalda. Se hubiera puesto un sombrero, si lo tuviera.

Rememora la cara que pusieron las demás, cuando ella se animó a hablar, a decir, a proponer.

Es una locura. Que quien se va a atrever. Que es peligroso. Que no vale la pena. Que…

Ella se animó. Porque ellos no tienen la culpa. Y alguien debería hacer algo.

La zapatilla chancletea más, ahora. Si tuviera un piolín, ataría la suela. Pero no tiene. Levanta el pie con cuidado y va más lento.

Cien metros más y ya está.

Cuando Juanchi la ve, grita:

¡Mae! Viniste! ¿Me trajiste libritos para pìntar?

Le brillan los ojitos y hasta lagrimea.

A ella también se le llenan los ojos de lágrimas.

Aunque fuera por un solo alumnito, que por la pandemia no puede ir a la escuela, vale la pena el sol, el calor, la caminata, la zapatilla que tendrá que aguantar nomás el camino de vuelta…

(Dedicado a todos los docentes que caminaron hasta cada casita de nuestro interior, llevando los deberes y libros a los niños).

Inédito. Escalada Salvo ha publicado más de treinta libros de cuentos, poemas, novelas, teatro y antologías compartidas.

Rosita Escalada Salvo

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