Instantes sempiternos en pandemia

domingo 24 de enero de 2021 | 6:00hs.
Instantes sempiternos en pandemia
Instantes sempiternos en pandemia

Por Silvina Piccioni*

Tendida en mi modesta cama, alzo los párpados y observo cómo ingresa la majestuosa claridad del amanecer en el lúgubre techo gris. Reclino levemente la cabeza hacia la ventana y avizoro una bella alba de color rojizo que manifiesta un día exageradamente frío, pero con un sol radiante.

Lentamente, mi apacible figura humana se acerca al ventanal. Suspiro y contemplo los edificios, la calle, el gélido cemento de la urbe. En pleno centro de la ciudad de Posadas, se escucha pasar algún que otro bus urbano, que por el ruido destartalado de sus chapas se puede deducir que solamente se encuentra el conductor dentro. No hay una sola alma caminando por esas veredas, ni un solo auto circulando por las calles que, hasta hace unos meses, parecía un hormiguero.

Mañana divina, frío sublime, corazón de la ciudad tan desguarnecido como un cementerio a medianoche, ideal para vestirse con el atuendo más cómodo y huir de estas paredes asfixiantes tomando mate y disfrutar de un día más de vida.

Suspiro nuevamente, pero esta vez con un aire de frustración. No puedo escapar, no debo. Podría ocasionar un mal a mí misma y a la gente que anhelo. Además, ni siquiera podría disfrutar del sorbo del mate, porque mi boca se hallaría tapada de un artilugio que protege mi salud y la de los demás.

Por ende, solo queda disfrutar de este desventurado día desde la ventana del edificio que provee una inimaginable vista al río. Y comienzo con la idéntica rutina de hace varias semanas.

Desayuno unas deliciosas tostadas con manteca y tomo esa exquisita e imprescindible infusión verde, infaltable en la vida de los misioneros. Enciendo mi única compañía, la computadora, y comienzo a trabajar, en fin, intento matar el tiempo con el famoso “teletrabajo”.

Sin darme cuenta, es hora de preparar la comida. Algo sencillo y rápido, mientras la ropa se limpia en ese artefacto tan modernoso que llaman “lavarropas”. Una vez que almuerzo, toca la limpieza de los platos, el piso, los muebles, ordenar y planchar si hubiere algo de ropa arrugada.

Sigo matando el tiempo. Con las nuevas tecnologías puedo comunicarme con mi familia a través de videollamadas que me permiten esbozar una pequeña sonrisa, porque a pesar de la situación vivida y la distancia, estoy feliz porque ellos están bien, aunque se nota en mi transparente mirada la tristeza de tenerlos lejos y no poder abrazarlos ni besarlos, y darles el calor humano que tan imprescindible es para vivir.

La charla dura unas cuantas horas. Risas, anécdotas, chistes. Se corta. Suspiro nuevamente y dejo caer unas lágrimas en mi rostro por ese inexplicable extrañar a los que uno ama e inadvierte, hasta ese momento de distancia, de aislamiento, lo necesario e increíble que es poder dar un beso o un abrazo a la familia todos los días. Tener esa posibilidad es inefable.

La ducha de agua caliente dura más de lo normal, pensando y extrañando, sigo matando al tiempo. La cena es una copia mala del almuerzo. Reposo temprano, algo que jamás había hecho en una vida tan acelerada y ajetreada. Me sumerjo por horas en alguno de mis libros predilectos para desvanecer este penoso contexto, invitándome a vivir en la aventurada ficción de los personajes de la obra.

Mis párpados cansados, manifiestan que es hora de volver a la realidad. Observo nuevamente por la ventana la desolada ciudad y un cielo totalmente claro y estrellado, mientras prevalece un silencio tan pulcro como perturbador. Acomodo mi sedentario ser morfológico en la cama, contemplo el sombrío techo gris dejándome llevar por el sueño y el agotamiento de la reclusión, de la nueva normalidad. Ya no existen las horas, ni las fechas, y el día y la noche pasan como una estrella fugaz, pero en cámara lenta. Simplemente debo esperar, continuar venciendo al tiempo, comprendiendo que el nuevo día que me depara, no será nuevo, solo un plagio módico de hoy.

 

* La autora nació en Posadas. Es bibliotecaria y estudiante de la Licenciatura en Bibliotecología en la UNaM, además es correctora de textos en la Editorial de la UNaM. Publicó en antologías.

Silvina Amelia Piccioni

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