El Uruguay imprime en San Javier una huella dolorosa

Domingo 29 de junio de 2014
“Ahí abajo había casas”, indican los lugareños mientras señalan un área en la que apenas las copas de los árboles convencen de que bajo esa masa de agua barrosa y sucia, hasta hace unos días había algo que no era río. San Javier está movilizada porque el Uruguay sube y, más allá de lo que indiquen las cifras oficiales, son cientas las casas que debieron desalojarse por la crecida, “algo nunca visto” por la mayoría.
Hay que remitirse a 1983 para encontrar una inundación de proporciones similares (y hasta superiores), pero ni siquiera quienes la vivieron salen de la mezcla de estupor, bronca e impotencia por la situación. De un nivel de alrededor de 2 metros habitualmente, el río presentaba ayer alrededor de 15 y creciendo.
Municipalidad, Bomberos, Prefectura, ingenio azucarero y muchos anónimos solidarios ayudaron a las familias afectadas a salvar lo que podían antes de que se venga el agua.
“No pude sacar nada”, cuenta con tristeza Federico Ramírez, quien con su mujer y sus siete hijos se refugió el jueves en el polideportivo sin más que lo puesto. Dentro de su casa del barrio San José quedaron todas sus pertenencias, a la deriva de un Uruguay que no le dio tiempo.
En Itacaruaré hay 28 familias evacuadas de la isla Chica, también en Mojón Grande hubo que reubicar a pobladores y en algunos parajes aún hay gente aislada.
Entre el polideportivo, el viejo hotel, escuelas e iglesias se distribuyó a los evacuados de San Javier. Podrán ser alrededor de 100, como se informó oficialmente, pero la cifra podría triplicarse de acuerdo a lo que se observa a simple vista y a lo que cuentan los pobladores.
Esto puede explicarse porque muchos optaron por buscar asilo en casas de parientes o amigos. Aunque en ciertos casos ni siquiera esta medida fue suficiente. “Con algunos tuvimos que hacer dos mudanzas, porque los llevamos a otra casa pensando que no iba a llegar el agua y también se inundó”, contaron trabajadoras del ingenio azucarero, quienes junto a sus compañeros utilizaron los vehículos de la industria para ayudarse entre sí, en un primer momento, y luego para asistir a quienes lo requirieran.
La situación en La Dulce está lejos de hacer honor al apodo de la localidad. El río sube y la lluvia, que cae copiosamente desde hace una semana, dificulta toda actividad. La ropa seca, hora tras hora se vuelve un recuerdo.
Elizardo González no pudo dormir en la noche del viernes, la primera que pasó en el polideportivo, pensando en lo que dejó en el barrio San José. Tampoco lo había hecho en la jornada anterior, porque el Uruguay ya rugía. Pero ni ese ruido lo llevó a creer que la inundación sería tan pronunciada.
“Uno se pone a pensar en lo que le costó conseguir las cosas, una casita, el huerto, y de repente no queda nada”, analiza. Tiene 30 años y no vivió lo del '83. No le hace falta. Su mirada de un día de trepidantes tensiones envejeció un par de décadas.
Las fuerzas vivas de la localidad se organizan con mucha voluntad para tratar que nada les falte a las víctimas. Escasean los pañales en los centros de asistencia, síntoma de la gran cantidad de bebés que habitaban las viviendas anegadas. Familias de clase trabajadora, algunas viven con lo justo, otras tienen un poco más. A nadie le sobraba nada como para tomar precauciones. ¿Qué precauciones podían tomar?
“Mi hija está llorando. Hace una semana le festejamos el cumpleaños, tiene 3, con pelotero y todo. ¿Cómo le explicamos lo que pasó?”, se pregunta Gimena Mayer. Ella y su familia abandonaron ayer el barrio Santa Teresita después de ayudar a muchos otros vecinos a los que la desgracia les tocó primero la puerta. A siete cuadras en línea recta corría el torrente que ahora, desbocado, les moja los pies.
Alejandro Báez despide a sus hijos y sobrinos, que se llevan unas bolsas de arpillera con lo que no habían podido transportar el día anterior, cuando dejaron la casa rumbo a una zona más alta. Era el mediodía. “Maten una gallina para almorzar”, les dice el hombre. Él se queda, esperando sin esperar que el mismo río que expulsó a sus vecinos avance definitivamente sobre su casa. “Me quedo porque me preocupo por las gallinas, por las cosas”, señala.
El futuro es incierto. Cuando baje el agua, volver a habitar bajo el techo que les fue arrebatado demorará quién sabe cuánto tiempo. Erradicar la humedad, empezar la recuperación. Nadie sabe con qué se encontrará.
El Territorio le pregunta a Elizardo González si quiere volver al barrio San José, donde quedó el 40 por ciento de los muebles de su casa y diez chanchitos con los que la economía familiar no tambaleaba tanto. “Me gustaría no volver, no vivimos cerca del río porque queremos, sino porque no tenemos plata para comprar un terreno en un lugar más seguro. Pero tenemos que regresar y vamos a tardar mucho en poder tener algo de lo que teníamos”, reconoce.
Evacuado y con una hija, González, changarín, piensa en otros que como él dependen de los trabajos ocasionales: “¿Qué van a conseguir si no para de llover?”.
Gimena ve partir la camioneta con parte de su mudanza forzada. “Los verdaderos héroes son los Kolzer”.
Los Kolzer viven al lado de los Mayer. Su pick up 4x4, al mando del mayor de los hijos de Albino se va pero volverá. El hombre estuvo sacando gente del barrio desde la madrugada (más de diez familias y contando) y lamenta que se está quedando sin combustible. Le gustaría que alguien se acerque a darle aunque sea un vale de gasoil, aunque no lo pedirá. “Nosotros aguantamos, subí todas las cosas al piso de arriba y voy a esperar, si sigue subiendo, pongo la camioneta de culata y tiro las cosas”.
San Javier sufre. No alcanza el azúcar para endulzar tanta agua.

Por Mariano D. Bachiller
@marianobach


:: Notas relacionadas
El drama del agua
“Hay que llegar con todo a la gente”, pidió el gobernador
Panambí sufre con la crecida del río
Bajó el agua y Garuhapé Mí pudo salir del aislamiento
Todas las producciones tendrán algún grado de afectación
En Santo Tomé el agua tapó campos y hay 215 evacuados
Andresito entró en alerta por una nueva suba del río Iguazú
“Las causas están en la tala, las represas y el cambio climático”
La solidaridad acompaña a los afectados por las inundaciones