Tregua

domingo 05 de abril de 2020 | 1:00hs.
Tregua
Tregua

Por Fran Linares Escritor

Me cago en la vida y sus constantes vaivenes. Suena lindo por momentos y sobre todo cuando no le está pasando a uno, eso de “Bienvenidos los cambios” y demás frases hechas. Suenan increíbles, suenan a tirarse de un paracaídas sabiendo que cuando vayas a jalar la piolita, la cosa esa se va a abrir y pronto vas a estar flotando sobre la tierra como una burbuja gigante a punto de aterrizar.
Yo venía de subirme al avión, de un tremendo despegue, de un vuelo hermoso sobre un cielo turquesa, porque de hecho, el color de los ojos de Pedro era ese ¿Seguirán así? Tengo bloqueada su mirada. La última vez que lo vi estaba sentado en el avión, un avión que ya no tenía piloto, que se estaba cayendo. Le imploré que saltara conmigo, lo abracé, le di cachetadas, lloré, pero Pedro estaba obstinado en terminar nuestro vuelo de una manera diferente a la mía: encendió un pucho con todo el viento del mundo apagándoselo, mientras yo, con todo el miedo del mundo, daba un paso y saltaba al abismo. Salté por cobardía, por instinto de supervivencia, por querer vivir un segundo más, salté por esperanza de que haya, más allá de lo vivido, algo más. Salté para flotar nuevamente pero la piolita de mi paracaídas jamás se abrió y me hice mierda.
La vida, mi vida, sin Pedro no es ni siquiera un poco agradable. No le encuentro sentido a estar conmigo mismo. Me levanto por las mañanas y estiro el brazo para sentir el calor de su piel y su cabellera abundante a mi lado, pero Pedro no está o peor, Pedro está muerto. Decidió estrellarse en ese avión al que durante mucho tiempo lo llamamos amor o proyecto o vida. Entonces, ahora, cuando estiro el brazo al despertar, ni siquiera encuentro otra almohada o un poco más de colchón, sino que mi brazo cae directamente hacia al suelo frío donde se apoya una triste cama de una plaza. Parece estúpido, probablemente lo sea, pero esos cuarenta centímetros de caída hacia el suelo me generan el peor de los sentimientos.
Perdón, por cierto, la historia todavía no comienza, porque primero quería darles un poco de lástima ¿Cómo están de empatía? Bueno, mejor acomódense un poco y quítense los prejuicios. Porque para empezar esta historia no la está contando ni Lucrecia ni María Laura, esta historia la cuento yo, Rodrigo: hombre, veinticinco años, barba tupida.
Hace menos de una semana estaba frente a la computadora, mirando videos o mirando la pantalla, no sé muy bien si llegaba a concentrarme en el contenido. El atardecer comenzaba a pintarse lentamente del otro lado de la ciudad y Buenos Aires es demasiado grande, así que supongamos que eran más o menos las seis de la tarde, cuando de pronto ingresa una notificación de Facebook. Intenten comprender que para mí cada notificación era la esperanza de volver a conectar con Pedro, de saber si se había matado efectivamente o había renacido como un hermoso y brillante ave fénix, porque esa sí que era una de sus particularidades: Pedro siempre supo renacer.
El mensaje era de un ex compañero de la secundaria, Ignacio X (equis), digámosle. Llevaba fácilmente diez años sin saber nada de su vida, habíamos sido un poco amigos en el colegio pero no más que eso. Era uno de los pocos compañeros que no me había dejado una mala impresión en la secundaria. El mensaje decía algo así como “¡Ey, tanto tiempo! ¿Qué es de tu vida? Te cuento que estoy viviendo en Buenos Aires con mi novia y mi hija recién nacida. Hace poco nos mudamos a un edificio precioso, con pileta en la terraza y demás, así que muy feliz. ¿Vos? … te mando un abrazo, espero que podamos contactarnos.”
El mensaje era una buena noticia dentro de tanta monotonía. Decidí aceptar su solicitud y responder: “Igna, querido. ¡Qué sorpresa! me alegra mucho saber que estás bien y que fuiste padre. Yo también estoy viviendo en Buenos Aires, después de un tiempo largo por tierras brasileras. Una larga historia. Abrazo.”
En menos de un minuto tenía la respuesta de Igna. Me contaba un par de cosas más y me decía que vivía a unas cuadras de mi casa. “¿Te querés venir a conocer a mi familia? Dale que hace mil no nos vemos”.
Yo era una maldita rata en un laberinto, estaba encerrado como si estuviese cumpliendo una condena por haber creído en el amor o por haber apostado, más que nada. Ese plan me parecía lo mejor que me había pasado en mucho tiempo ya que no tenía que socializar en masa, y a lo sumo tendría que saludar a la señora X nada más.
Acepté la invitación, me puse una campera liviana y salí. El Atardecer ya estaba por la mitad, Buenos Aires es muy grande. Esto ya lo dije, pero quiero que entiendan, por si no viven en Buenos Aires, que la soledad duele el triple. El sol cae en cámara lenta, igual que mi brazo cuando quiero tocarte por las mañanas, Pedro.
Salí. Agarré Santa Fe derecho y me perdí entre la gente. Mírenme desde arriba, un poco más lejos, como si una grúa con cámara estuviese haciendo foco en mí a unos veinte metros mientras me pierdo entre la gente de esta enorme ciudad: miles de personas, miles de historias y yo, con un vino en la mano yendo a conocer a la familia de un ex compañero de secundaria ¡Patético! Ese soy yo, un gusto.
Llegué al edificio. Igna no me había mentido en absoluto. Se había mudado a un lugar increíble. Nada que ver con el edificio de cinco décadas en el cual yo cumplía mi condena por haber saltado cuando Pedro me dijo que no lo hiciera ¿Me dijo eso o le dio lo mismo? No recuerdo bien ese momento, había mucho viento, el avión se venía a pique y el corazón me latía a mil por hora. ¿Y si me pidió que me quedara y muriera con él? Los dos en el fondo del mar comidos por peces. Es ahora la imagen más romántica que puedo tener. Hubiese preferido morir, Pedro, a tener que vivir sin vos.
Timbre /14 A. Voz de radio “Hola, pedile al portero que te abra” cierre de comunicación. Entré al ascensor y me miré en el espejo. Tuve mejores versiones de mi cara pero no me importaba, no necesitaba estar demasiado presentable para Igna y Flia X, eran mi excusa para salir a la vida y engañar un poco más al tiempo.
Se abrió la puerta del ascensor y me encontré con un Igna muy distinto al que recordaba. Si bien había chusmeado un poco sus fotos de Facebook no se notaban ciertos cambios. Igna había sido siempre el tipo flacucho que no le daba ni pelota a lo físico, ni a lo estético. A ver, tampoco es que se abrió la puerta y me encontré con un modelo italiano. No. Pero estaba como más estilizado y creo que ese look vintage que se usa hoy lo acomodo más a la moda. Podría decirse, en resumidas cuentas, que la moda se acomodó a Igna X y no él a ella.
“¡Qué hacés loco!” dijo Igna- y nos estrechamos en un abrazo. “¡Uh trajiste un re buen vino! Yo tengo uno también pero no sé si es tan bueno, ja!”
Nos sentamos en la mesa del living y abrimos primero su vino. Igna dijo que si lo hacíamos a la inversa íbamos a tener un “punch” muy feo al probar el segundo. Sinceramente me sorprendió ese entusiasmo de pensar que llegaríamos a tomar dos vinos sin que antes me quisiera borrar por completo. Yo por las dudas ya tenía preparada una coartada de salida. Es una que uso para todas las ocasiones en las que siento que el mundo es un lugar demasiado pequeño para toda mi tristeza. Mi tristeza y yo solo nos sentimos bien cuando pienso en los momentos felices con vos, Pedro. Pero ahora dejame seguir, porque tengo que seguir, porque mi vida, aunque no lo creas, continúa.
Igna X dijo que su mujer había tenido que salir de urgencia y que la beba estaba durmiendo en el cuarto, así que teníamos tiempo para beber y charlar tranquilos. Tenía razón en que su vino era una porquería pero la charla se había vuelto más interesante de lo que esperaba. Tenía el recuerdo de un Igna bastante más nerd, es decir: nerd es una palabra que jode en la secundaria y que, dependiendo de tu propia evolución, se acomoda bastante mejor. Igna X tenía el encanto de un nerd bien añejado, el encanto de toda reliquia.
¿Me estaba excitando Igna X? puede ser. Creo que si, en un momento ya con un vino completo y mientras Igna estiraba fuerte del sacacorchos para abrir mi vino, sentí como una sensación de libertad. ¿Leíste eso, Pedro? Para olvidarte no hace falta tanto al parecer: un ex compañero de secundaria y un vino de mierda. Te idealizo tanto porque no salgo a la vida, no conozco gente, entonces tu figura romántica no para de crecer. Pero Igna tiene algo que vos no tenés, algo que no sé cómo explicar. Igna X no está pendiente de cada movimiento que hace. Fluye, abre el vino en cámara lenta, como el atardecer que se va en Buenos Aires o mi brazo que cae al suelo, todo lo que suele dolerme en lo cotidiano, las cámaras lentas de la vida, en Igna X se ven muy bien.
Definitivamente me estaba excitando Igna X ¡Qué sensación más excitante descubrir que te alguien te excita! No. No soy estúpido, ni soy redundante. Hay dos tipos de excitación distinta en la misma oración. Una es la excitación en sí, y la otra, es el proceso de ser consciente de esa excitación, lo cual provoca una dosis paralela, una dosis por descubrimiento.
Entre anécdota y anécdota el cielo se cubrió de noche. “Tu nena duerme sin problemas eh” le dije a Igna que me contestó con los labios morados ¿Querés fumar un habano? Tengo uno increíble. Por la nena no te preocupes es una genia. Igna sacó el cigarro de una caja y antes de encenderlo me dijo: ¡vamos a la terraza, no sabes la vista que hay! ¿Y la nena?, le pregunté. No pasa nada, llevo este aparatito donde la voy pispiando. Llevemos las copas y vamos a arriba.
Nos metimos en el ascensor y nos miramos al espejo cagándonos de risa por un comentario de Igna. “La vejez nos hizo mierda, boludo” “No somos tan viejos”, le respondí, aunque al lado de él me sentía su tío. Mirá como quedé Pedro, aislado y hecho mierda, sintiéndome inseguro al lado de un pibe que hace diez años parecía mi abuelo. Ojalá estés muerto, Pedro.
Llegamos a la terraza. La vista era única. La ciudad por primera vez en mucho tiempo, se había convertido en algo pequeño, como una maqueta insignificante, un decorado. Un poco porque la estaba mirando desde un piso cuarenta, y otro, porque era yo él que se sentía mucho mejor, mucho más grande. Me estaba expandiendo como baldazo de agua que corre por los escalones, pero en vez de bajarlos, los estaba trepando.
En la terraza y después de la primera pitada, Igna dejó de parecerme padre, ex compañero, novio y todo eso. Al contrario, todo eso desapareció, dejó de existir. Estaba mareado por el alcohol, el cigarro y por la libertad. La libertad también marea, nada es gratis. Igna no paraba de hacer chistes sobre ridiculeces que hacíamos cuando éramos chicos y entre risa y risa nos pusimos de frente. Hace un frío, boludo, le dije y él me respondió con un abrazo silencioso, sentí sus brazos en mi espalda y su aliento en mis orejas. ¡Que caliente me puse! le di un beso en el cuello y otro más cerca de la mejilla y entonces el giró y empezamos a besarnos como si fuera la última vez, una película ridícula de los años cincuenta, un beso de dos personas atrapadas, queriendo escapar mediante el cuerpo de la otra.
Nos fuimos corriendo unos metros entre besos y risas. “¿Qué es todo esto?”, le dije y se me abalanzó. “Dejá de pensar, todo esto es lo que está siendo. No existe nada más que esta terraza y nosotros dos”.
Pero si existía y lo supimos en el preciso momento en que una de las copas estalló contra la pared. “¿Qué es todo esto?” dijo la señora x, dándome la razón. El susto hizo que en vez de alejarme de Igna, lo abrace más fuerte, al menos por un instante hasta que vi los ojos de ella y una posible muerte espantosa en el fondo de su mirada. “Borrate de acá, vos no tenés nada que ver” me dijo y crucé la terraza de Este a Oeste como el sol que recorre Buenos Aires en cámara lenta. Mírenme a unos veinte metros de nuevo con la cámara colgada desde una grúa. Ese soy yo, corriendo de miedo en una terraza enorme. Miedo a quedarme y que me maten, y miedo, por supuesto, a volver, Pedro, a llegar al departamento, abrir la puerta y que no estés.

El autor es licenciado en Recursos Humanos. Publicó El viejo truco de no recordad (Poesía y textos cortos) 2015 y El costado frágil de la inocencia (Novela) 2018