Travelling

domingo 23 de agosto de 2020 | 4:30hs.
Travelling
Travelling

Ignacio Vázquez

Desde la mañana fue todo una continua sorpresa, y bastante desagradable. Primero, el ruido del tanque del inodoro del baño del departamento de al lado, el “A”, desbordado por el agua. Se despertó entre los gritos del vecino y los golpes de martillo contra la pared. Segundo, en la calle, los bocinazos de lo que se oía como un embotellamiento en la esquina sin semáforo, sonaban cada vez más fuerte. Ella vive en el “C”. En el “B” se prepara una fiesta. La madrugada anterior, cuando bajaba a comprar chocolate al 24 horas de la vuelta para acompañar el café, escuchó hablar a sus vecinos del tema. (Después no dormiría hasta muy tarde a causa del café y los chocolates). Claro, luego de saludarla y entablar la típica conversación de las dos de la mañana subiendo las escaleras, la invitaron a participar de la reunión. Fue entonces que le contaron de Jalil y sus pretensiones de filmar una película con los vecinos del edificio de involuntarios co-protagonistas. Al parecer empezaría en el edificio esa misma noche. Una, al pensar en nuestros vecinos, no puede al comienzo, más que esbozar una sonrisa que de inmediato se convertirá en mueca de fastidio. Hacer juntos una película es una locura. No nos conocemos. Ni más ni menos. No pienso andar por ahí entablando amistad con el del “D”, por decir algo... Bueno, pero qué estoy pensando. Debo estar loca para imaginar que ese bobo podría siquiera hablarme. Quizás debería dejar esas novelitas que me entretienen de noche; ya estoy hablando como esa estúpida de Carol que no sabe si quiere o no quiere... En fin. Mejor vuelvo a casa, hace mucho frío. Tendría que abrigarme más.

Así fue que me enteré de lo que tenía planeado ese “mercenario del séptimo arte”, como le gusta auto denominarse a Jalil. Pero qué caterva de ignorantes. Mirá que pretender hacer una película con el montón de anormales que somos los del edificio. ¿Será por eso mismo? Mh…Cine realidad, sin actores…

Les dije que sí, total, mi papel no es protagónico, por supuesto. Hola. Mi nombre es Glenda. Sí, como lo oyeron. Glenda. Ustedes se ríen pero yo no le veo la gracia. Pero no me importa tampoco. Les doy la bienvenida a este little-tour-d’amour. Los hemos convocado para esta reunión en agasajo de nuestro ignoto y apenas apreciado novel director: mesié Jalil, bemvindo, welcome… Thanks, my name is Jalil. Mientras el turco hablaba en un dudoso inglés con trazas de francés inadaptado al español, Toti traducía simultáneamente las inquietudes del realizador que ninguno conocía pero que, verdaderamente entusiasmado, se dirigía a todos los incrédulos que los rodeábamos, gesticulando acerca de las primeras tomas y secuencias que se filmarían en el edificio. Otros bebían y comían, dando vueltas alrededor de la mesa dispuesta en el centro del living con vista a la avenida. Alguien encendió la tele y se sentaba a mirarla sin dejar de prestarle atención a Jalil. La música estaba a un volumen considerable, lo que poco significa, se escuchaba, digamos. Algunos bailaban suavemente, sonriendo y conversando, fumando y bebiendo junto al ventanal.

Después de la presentación del turquito quedamos todos en total silencio por el espacio de tiempo que dura un cigarrillo al ser consumido (…) pensando en las reales posibilidades de filmar allí. Luego, la reunión se reanudó sin estridencias. La noche transcurría. Me vi como flotando en el reflejo de los vidrios de la ventana –no se veía la luna; nueva, seguro–; el reflejo me devolvía una imagen etérea, flotando en el cielo sin nubes de la ciudad. Mi personaje es bastante exótico, sí, esa es la palabra. Glenda se llama. ¿Ya les dije? Hablo varios idiomas, pero mal; en realidad entiendo más de lo que puedo hablar, aunque puedo traducir la mayoría de ellos con la ayuda de un diccionario plurinlingüe de edición limitada que, precisamente, tenemos en la pequeña biblioteca que me encargo de regentear y viene a ser la cara legal del burdel instalado para el rodaje en el edificio; allí se filmarán algunas escenas. Esto pagará mis honorarios, por decirlo de alguna manera, y no, como algunos creen, de otra forma menos respetable. Una se las arregla como puede. A veces alguien me compra un ejemplar. Los más solicitados son Las Palmeras salvajes y Kama Sutra. Me quieren hacer creer que la biblioteca no tiene nada que ver con los alcahuetes y las demás mujeres. En fin, me voy a tomar mate con Milton. Milton es otro de los personajes. Un tenaz perdedor que vive con su hermana; ella es la estrella de la película, Marlene, se llama, es la novia del dueño del edificio, a quien traiciona. Sí, casi telenovela.

El ruido prolongado y sordo de algo cayendo por las escaleras –al menos es lo que me pareció a mí, sensibilizada como estaba por la madrugada y las copas– nos llamó la atención. La fiesta se detuvo. No faltó quien bajara el volumen de la tele y la música, ante la indignación de algunos. Los que bailaban giraron bruscamente las cabezas en dirección al palier. Los ojos, confundidos, buscaban una rápida explicación. Nadie atinó a decir nada. Tulio y Nelson definieron en ese instante la larga discusión, que había comenzado un rato antes, acerca de quién bajaría a comprar más bebidas al kiosco. Todo pasando demasiado rápido. Vamos juntos, dijeron. Los ruidos del departamento de al lado nos trajeron a la realidad. Cuando bajan a buscar más alcohol, casi chocan con el despreciable del “D”. Jalil, cámara en mano, detrás. Ni se miran, o al menos eso parece. Nosotros, en la reunión que se volvió silenciosa de pronto, comenzamos a prestar atención a los ruidos que subían de la calle revotando entre los edificios cercanos. Unos pasos alejándose corriendo por la vereda. Un estallido de vidrios rompiéndose y unos gritos. La puerta de un auto y un chirrido de gomas. Una alarma. Los pasos corriendo de regreso. Nuestras miradas se despejaban del alcohol, desconcertadas. Me abracé a Milton. Él, de un sorbo, terminó el trago que hace un momento le había traído su hermana. El primer sacudón contra la puerta de al lado nos sobresaltó más todavía. Alguien levantó el teléfono para hacer una llamada que nunca realizaría. Una sucesión de gritos.

A mi lado dormían plácidamente abrazados boca arriba, Uli y Mariela, la pareja del 1º “A”. Intenté levantarme. No se dieron cuenta de mi presencia en la cama. Me caí tratando de no molestarlos, con tanta mala suerte que conmigo arrastré el velador, la jarra con agua y un vaso que estaban en la mesita de luz. Miré por encima del hombro, angustiada y expectante y... nada. Seguían dormidos. Me levanté como pude, mientras el agua mojaba gran parte de la alfombra. Con los pies mojados y una medio sonrisa, abrí la puerta del dormitorio. Toti me miró sorprendido sacudiendo levemente de arriba hacia abajo los cinco dedos juntos de la mano izquierda y, entrando a la habitación, subió el volumen de la música desde el control remoto. Cerró la puerta detrás de él, me sentó en la cama tomándome de los hombros y, sentándose a mi lado, me preguntó si tenía alguna idea de lo que estaba pasando. Yo lo miré y le pregunté si él tenía alguna idea de lo que me preguntaba. Se rió con ganas y se levantó de la cama. Mariela se dio vuelta y su cara se reflejó en el espejo del placard dándonos la espalda. Uli sonrío en sueños. Después, Toti volvió al living.

Sentí náuseas. Tropezando llegué al baño a lavarme la cara. Me vi en el espejo con los ojos medio desorbitados y un par de venas dilatadas. Sobre los ojos, un violáceo me ensombrecía el maquillaje y el desagüe se llevaba las aspiraciones de una supuesta actriz en ciernes. Y qué, salvo Toti, nadie me vio así. Es cuestión de volver a montar el personaje. Estos todavía duermen la mona... A ver un poquito... Eso. Acá tenés sombras y labiales del color que quieras. Bien. Así. A ver... Mhh... Delineador ahí va, eso. Bueno, ahora más labial... No, este no. A ver este otro... Sí. Ya está. Pis... Sí. (...) Bueno. Lista. Al abrir la puerta del baño, Uli apoyado en sus codos me clava una de esas miradas ausentes suyas, que en realidad indican una pregunta del tipo: “¿Y vos, che?...” “Nada” –le contesto y salgo de la habitación. Lo primero que hago es preguntar por Jalil, pero nadie sabe dónde está. “Se fue con Toti” –me dice uno. “Ya vuelve” –me dice otro. Un nuevo asomo de náusea en la boca del estómago. Respiro profundamente, aunque no demasiado. Contengo un momento el aire. Exhalando voy hasta el balcón más próximo y miro hacia abajo, hacia la esquina, justo para ver a un chico en bicicleta doblando a toda velocidad.