Olvido

domingo 21 de junio de 2020 | 1:30hs.
Olvido
Olvido

Por Evelin Rucker Escritora

Tal vez si no me hubieses hecho sufrir tanto…
Tal vez.
Pero al menos nos estamos muriendo juntos. Este es el consuelo que llena mis días.
El médico dice que ya no te das cuenta de nada, pero yo sé que sí. Yo sé que tenés mucha culpa y que cuando me apretás la mano y fijás tus clarísimos ojos en los negros míos me pedís a gritos que te perdone para llegar en paz a la puerta que se avecina.
A mí me cuesta moverme. Es como si mis pulmones ya no tuvieran la capacidad de atraer el aire. Pero aún puedo sentarme en el sillón que está clavado al lado de tu cama. Y mirarte. La mente tampoco me responde tal como quisiera. Me lleva a la rastra hundiéndome en recuerdos solemnes, en pesadillas asombrosas, en lugares comunes que se repitieron en cada engaño tuyo.
Sé que tenés miedo de este tiempo que está llegando.
Tuviste a la muerte muy controlada siempre: la ignoraste. Hiciste como si no existiera ya que a tu idea del más allá la tenés pobremente relacionada con el infierno. Te sabés merecedor de él. Sos ahora más consciente que nunca del sufrimiento que endureció mis arterias.
Y te lastima el rechazo. Sabés que no va a estar tu Dios con un coro de ángeles esperándote en la puerta. Te están tomando de la mano el pecado y la culpa. No la tuviste antes pero ahora sí. Ahora estoy sólo yo mirándote a los ojos
A los ojos y al alma. Y yo comparto tu culpa. Yo mentí con vos, me dejé engañar; te permití herirme. Fui cómplice de cada uno de tus desenfrenados abusos.
Viviste corriendo riesgos infames en desesperada obsesión por parecer fuerte. La boina roja que te acompañaba en cada salto sabe de la necesidad de acallar recuerdos de llantos. No los querías ver ni a los míos ni a los de las tantas otras.
Saltar en paracaídas y huir de quien se enamoraba de vos te producían la misma sensación de alivio.
Cuando tu cabeza se inclinó hacia un costado en aquella mueca triste con que nos hiciste saber que comenzabas a morir hace ya diez días magros, las mentiras dejaron de salir de tus labios.
Fueron parte tuya a pesar de que tardé treinta larguísimos años en descubrirlo.
Y el resto de mi vida lo pasé intentando creer que podía superarlo o que dejarías de mentir o que las mentiras no eran tantas.
El temblor de mis manos intenta acariciar las arrugas profundas que ahora marcan tu cara.
El temblor de mis manos intenta llorar cada pena derramada.
Quisiera partir ya pero, pero la voluptuosidad del rencor sigue atrapándome en los recuerdos.
Estamos muriéndonos juntos.
¡Qué irónico juego de pensamientos cansados!
Este es el final que idealicé a mis 20 años juntos y de la mano.
Sigo mirándote a los ojos y me das mucha, muchísima lástima.
Pobre hombre que sólo disfrutó seduciendo y huyendo.
Pobre yo, que te permití nublar mis días.
La sombra negra que fue acercándose con mucha cautela a tus pies me indica con un guiño que ya no estás en la casa; después acaricia mis manos sanándolas de temblores y me devuelve la risa y permite las ganas.
Ahora sí, por primera vez en larguísimo, decido soltarte, decido ya no mirarte a los ojos e irme feliz.
Tal vez si no me hubieses hecho sufrir tanto, ahora estaría llorándote. Pero te espero impasible en el frío nicho marmolado.
Sólo deseo que el olvido no se demore.

Evelin Rucker es docente, crítica literaria y conductora de programas de radio.
Integrante de la Asociación de Escritores de Literatura Infantil y Juvenil de Misiones