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Roguemos que le vaya bien

miércoles 06 de diciembre de 2023 | 6:00hs.

En un artículo titulado ‘Belleza y Miseria’ del 2 de diciembre de 2014 en el diario El Territorio, expresaba que los argentinos discutíamos si la inflación, el origen de todos los males económicos, era del 25 o 40%. La primera muy alta, la segunda un horror. También en el devaneo del tome y daca si había once o seis millones de pobres. Y si en el país de las vacas y de los cereales que produce alimentos para más de cuatrocientos millones de personas, de aquella cantidad, sobreviven la friolera de cinco o un millón de indigentes. Todo un despropósito. La clase de los indigentes pertenece al lumpen de la sociedad que habitan la tierra de nadie, donde las fronteras limitan entre la posibilidad de encontrar una changa o delinquir.

De acuerdo a datos oficiales de aquel tiempo, debido a la crisis nacional el desempleo había caído un 30% en el año. Es decir, 150 mil hermanos quedaron sin trabajo y pasaron a engrosar la larga lista de desocupados. La desocupación, se sabe, es de los peores castigos morales que debe soportar el hombre que quiere trabajar. Del que desea ganar el pan con el sudor de su frente como lo hicieron nuestros padres y abuelos. Ver hombres sin trabajo origina amargura y compasión cuando se los ve recorrer como zombis puertas y portones donde sobresalen fríos carteles con la frase “no hay vacantes”. Lo peor, cuando estos seres de buena voluntad se convierten en pordioseros y obligados salen a pedir limosna, porque la falta de trabajo trae embozada inexorablemente a la hambruna. Saciar el hambre es la primaria necesidad de los animales sometido por el estómago, órgano tiránico y despiadado que exige durante las 24 horas del día ser saciado. De lo contrario, incita a cometer cualquier acto de locura a quien lo padece. Y en la historia de la humanidad sobresalen ejemplos.

Según los filósofos de la evolución, las necesidades nutritivas, las necesidades sensitivas y las necesidades morales e intelectuales, constituyen los tres móviles ineludibles que obedece la naturaleza del hombre. Son los tres tramos que han tenido que ascender para ocupar el lugar entre los primates que le asigna la ciencia. Y este equilibrio ético se diluye cuando la primera necesidad no es correspondida. Porque el hambre degrada.

En el devaneo de las discusiones entre quienes gobernaron el país desde el 2007 hasta el año 2023, se acusan mutuamente de los desmanejos que hicieron en la Administración Pública, sin realizar atisbo alguno de mea culpa por la degradante situación actual de nuestra Argentina.

Se lee en los periódicos económicos, entendible para cualquier persona normal, que la deuda interna en nuestro país es de USD 130 mil millones de dólares, tres veces más que el empréstito del gobierno de Macri que hiciera al FMI.

En el segundo mandato de Cristina Fernández la pobreza subió entre 20% y el 25%, de acuerdo con diferentes informes, pues el Indec bajo el dominio de Guillermo Moreno no los difundía. No obstante, el viernes pasado, Cristina afirmó que la suba de los precios en 2014 y 2015 había sido bastante superior a la informada en aquel momento en forma oficial. Esta confesión, podría ser tomadas como prueba por los bonistas que quieren condenar al Gobierno en los tribunales de Nueva York y Londres por la manipulación de estos datos. Se vislumbra otro juicio contra nuestro país.

Cuando asumió la presidencia Mauricio Macri afirmaba: “La inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar. En mi presidencia la inflación no va a ser un tema, no va a ser un desafío. Lo primero que tengo que decirles a los argentinos es que la inflación se produce por culpa de un gobierno que se administra mal, que gasta más de lo que tiene, más de lo que debe. Entonces recurre a la maquinita de hacer billetes y llena de billetes a la sociedad”. Lamentablemente cuando dejó su mandato en 2019 el IPC registró un 47,6% de inflación, el nivel más alto que se registró en esos años, acompañado de un índice de pobreza del 35,5%, que implica unos 16 millones de pobres. Macri había pedido que se juzgara su actuación según la evolución de este índice.

Para finalizar, llegamos a la “finalización” del gobierno de Alberto Fernández. Para muchos presidió el peor gobierno de la historia. Él supo declarar que, de todas las batallas emprendidas, la derrota más clamorosa fue frente a la inflación. Algo que alguna vez definió como “un fenómeno autoconstruido en la cabeza de la población”. Ese fenómeno será cerca del 1.000% al final de su mandato, de 44,7% el índice de pobreza según la UCLA y de 10,1% el de indigencia. Datos comparables con la decadente Venezuela, país que ya vio partir al exilio a cinco millones de sus hijos en busca de nuevos horizontes. Mucho más de los 325 mil argentinos que emigraron por igual motivo.

En cuanto al nuevo gobierno surgido por el voto popular en las elecciones del 19 de noviembre pasado, nos queda rogar para que le vaya bien.

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