Nada como un buen café

domingo 30 de abril de 2023 | 3:44hs.
Nada como un buen café
Nada como un buen café

- ¿Lo de siempre?- pregunta Eve, la moza.

- Lo de siempre – respondo.

Sentada frente a la ventana puedo mirar a los transeúntes. La mañana está tranquila, igual que el cielo, sin nubes.

Me parece irresistible el olor a café en la mañana; en casa sólo mate. El café me amerita un tiempo filosófico de eculubración casi doméstica en la que no quiero interrupción alguna. Pero debe ser en un lugar ajeno a mi casa.Quizá porque lo asocio con los viajes. Con los países con olor a café que suelo visitar en verano, Brasil, Colombia, México. De allí que amo escapar a esa confitería, cuando puedo, casi siempre una vez por semana. Acostumbro a llevar un libro aunque luego, lo abandono en algún capítulo inicial. Pero con curiosearlo me alcanza para conocer el estilo de su autor e intentar saber por dónde va su escrito. También llevo un cuaderno, pero nunca lo abro. Prefiero mi ordenador porque puedo escribir e ir borrando sin esfuerzo y casi en simultáneo lo que sobra. Y eso que he leído bastante sobre los beneficios de la escritura manuscrita, los cuadernos que acompañan las lecturas y otros tantos consejos que no los aplico. No me sirven, observo que  los textos los llevo tan adentro que necesito un enorme esfuerzo para traducirlos en palabras. Un día están todos allí, armados con una fuerza terrible, plenos de sentido, fuertes y amenazantes. Y al día siguiente, se han evaporado.

Me sucede igual cuando me atraganto con palabras y las callo porque temo agredir. He visto ojos oscurecerse luego de haber desahogado mi enojo. Sé cuán mortales pueden ser las palabras. Alguna vez las he probado.Por eso las ahogo y luego tardan en salir. Como en un pozo al que debo hundir un balde y rescatar del fondo lo que ha quedado aprisionado. A veces, al despertar, ellas se escapan a borbotones. Y otras, debo ir a rescatarlas.

Siempre creí tener una enorme facilidad para padecer de faringitis y descubrí, tras años de sufrirlo, que son palabras atascadas e hirientes que pujan por salir. Me obligo, por la dolencia, a callar. Y pasado un tiempo repito el proceso de dolor y silencio.

Hubo una ocasión en particular en que sucedió lo mismo; pero no fue sino tres días después que las pude sacar afuera. No pude con ellas tras aquel suceso. La mañana era increíblemente clara, el cielo sin nubes, y la Ruta Nacional 12 estaba muy tranquila. Viajábamos tranquilos . Decidimos hacerlo un día anterior a la salida de nuestro vuelo . La idea era evitar cualquier imprevisto mecánico y llegar con tiempo al aeropuerto de Foz de Iguazú. Especialmente, porque ingresar a Brasil en verano siempre es  engorroso,  pues una muy larga fila de autos espera  en la aduana para tramitar el ingreso al país.

La ciudad destino nos quedaba a cuatro horas en auto y el plan era ir tranquilos , sin apresurarnos. Esa ruta siempre ha sido  muy transitada , con muchos accidentes debido a la imprudencia de los conductores, a los camiones sobrecargados de rollos de madera, o bien, debido a los envalentonados ignorantes de los trayectos en zig zag.

Nos detuvimos en una estación de servicios , llenamos de combustible el  tanque del auto y cargamos agua en el termo para continuar viaje.  Aprovechamos siempre la ocasión para ponernos al día en cuanto chisme hubiéramos olvidado de contarnos. Uno de los dos dice- olvidé de contarte que- y allí empezamos con aquello que olvidamos voluntariamente porque no es el momento o porque es largo de relatar.  Porque  estamos bajo el apremio de lo urgente que no siempre es lo más importante. Y eso sí, el mate no puede faltar  y así mismo esa mañana.  Iba y venía con la espuma presente hasta acabar el último sorbo, porque no se trataba solamente de matear sino de disfrutarlo.

Una fila de autos estaba deteniéndose a medida que nos aproximábamos a un aparente control policial. Resultó ser un control de velocidad improvisado. Debimos disminuir la velocidad para evitar llevarnos por delante un coche. Y fue de manera simultánea que en ese preciso momento, sentimos un fuerte empujón desde atrás. Y allí sucedió lo  impensado. El golpe fue tan fuerte, debido a la velocidad de una camioneta, que nos levantó del asfalto y empezamos a dar vueltas por el aire.

-¿Qué pasó?- pregunté a mi compañero. – No sé – respondió- algo nos dio por atrás- agregó.

Mientras girábamos en volteretas sobre la ruta, podíamos ver cómo  los objetos acompañaban la danza sin control del auto. Era muy confuso lo que estaba sucediendo y lo único que deseaba era que un tronco de árbol, un vehículo o un barranco no frenaran las vueltas inacabables. No me atrevía a mirar a mi acompañante, porque estaba petrificada, atada al asiento gracias al cinturón de seguridad. Ese tiempo de minutos interminables había borrado todo, el lugar de destino, las hijas que dejamos estudiando, nuestros planes a futuro, nuestros padres a nuestro cuidado, todo. Una vuelta, dos, tres, cuatro...y nosotros allí prudencialmente atados al asiento esperando que el auto se detuviera.

Ante la pregunta, qué se siente tan cerca de la muerte, diría que nada. Quizá porque la sorpresa de hallarnos frente a ella nos encuentra sin defensa, sin argumentos, sin porqués, sin cuestionamientos.  Nada ese día, nada hasta ahora. No sé si fue porque tan fuertemente estuve atada a la esperanza o al cinturón de seguridad o a la incredulidad de que ese sería mi último día en la tierra. Nada , hasta tres días después, en que quedé muda y no he vuelto a hablar de ese tema desde entonces.

- Aquí está su pedido- dice Eve- y solo sonrío.

 

 

Hilce Liliana Díaz

Inédito. La autora es licenciada en Educación, docente. Reside en Oberá. Coordinadora del Taller Leo, luego existo.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?