Poca información
"No es justo que el autor posea toda la información de una historia." J.L. Borges
Había revuelo en el pueblo por la inauguración del teatro. Todos fueron llegando con sus sillas de madera o hierro al galpón de la Municipalidad. Hacía frío y la lluvia se anunciaba con luces en el horizonte. Se hablaba a los gritos y algunos, animados por la cerveza o el vino, gritaban de fila a fila, si es que esas líneas sinuosas podían llamarse así.
Pero no es esta la historia que interesa sino lo que estaba pasando en las afueras, junto a los corrales del matadero, en el descampado que moría cerca del arroyo.
Allí, un hombre de unos cuarenta años que lucía un negro chambergo calado hasta las orejas y que se cubría con un ampuloso sobretodo de paño negro, se empeñaba en enterrar un objeto del tamaño de una valija. Cada tanto miraba alrededor con movimientos nerviosos y epileptoides. Por fin, apisonó la tierra con la hoja de la pala y corrió hasta las luces de la calle más próxima.
Aquí este personaje se perdió para siempre.
Unos años más tarde, quizá cuatro o tal vez cinco, los infaltables niños descubridores de objetos enterrados mientras juegan, hallaron el extraño bulto y lo abrieron. Era un envoltorio de cuero como una bolsa a medio hacer, y en su interior descubrieron un extraño objeto de metal, madera y hueso. Para los niños parecía un instrumento musical y trataron de arrancarle algún sonido soplando, rasgando, golpeando, sacudiendo, pero no hubo caso. Finalmente lo arrojaron al arroyo.
Aquí este objeto se perdió para siempre.
Unos años más tarde el pueblo quedó sepultado por una inundación.
Fue así que se perdió para siempre.
Pero hay algo seguro: su final trágico nada tiene que ver con los sucesos anteriores.
Y esta es la historia.
Nada más hay que decir.
Porque las historias nos dan a veces muy poca información.
Roberto Abinzano
El relato pertenece al libro Esquirlas y Perdigones, Editorial Universitaria. Abinzano es docente emérito de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Unam.
