El día que...

domingo 26 de febrero de 2023 | 4:04hs.
El día que...
El día que...

Me desperté. Después del gran calor del día de ayer y la humedad, hoy amaneció frío y con lluvia, pero es un gran día. Me levanto y de la emoción me cuesta desayunar, solamente preparo un mate, sorbo esa infusión un par de veces y el tiempo se hace lento, los minutos pasan como horas. Poco a poco, acomodo mi mejor atuendo sobre la cama. El traje es arcaico, pero aún está impecable como el primer día, hace mucho no lo usaba, pero hoy lo amerita, es un gran día. Me ducho lentamente, no quisiera que, por la emoción, resbale y me haga daño. Además, ¿quién vendría a socorrerme?, solo estoy, en todo sentido.

Salgo despacio de la ducha, comienzo a afeitarme esas desgreñadas barba y bigote extensos, me engalano íntegramente. Continúa la lluvia de forma torrencial, deberé caminar despacio para no caerme ni mojarme. Sujeto mi único y añejo paraguas, aún funciona de maravillas. Son las 5.30 h. Debo ir a tomar el ómnibus, carezco de dinero para un taxi y es lejos el lugar donde debo llegar.

Llego a la parada, cierro el paraguas y camino de un lado a otro. No puedo frenar, la emoción cada vez es más magnánima. La calle está completamente oscura y desierta, ni un solo auto, ni personas, mucho menos colectivos, por el momento. Miro el modesto reloj de pulsera guardado en el bolsillo del saco cada segundo, ahora el tiempo pasa velozmente. Se acerca una chica a la parada y la observo muy tranquila esperando el ómnibus, como si supiera la hora en que pasa, la hora en que llegará a su lugar de destino.

Permanecimos distanciados esperando el autobús. Las calles desoladas y plenamente inundadas. Mi botamanga se encuentra mojada en su totalidad. No importa, hoy es el gran día.
Esperando, cruza un auto a bastante velocidad y empapa la mitad de mi traje, el reloj y parte del rostro. Permanezco inmóvil, sin decir nada. Pero veo cómo la chica mira al auto y recita algunas palabras ininteligibles. Ella gira hacía mí y hace un gesto negativo con la cara, como si hubiera tristeza en su mirada por el desagradable momento.

Sigo sumido en mis pensamientos. Ningún colectivo se aproxima aún. De repente, aparecen dos colectivos juntos, ninguno es el mío, pero uno sí es de la chica, ella se sube y quedo de nuevo solo en la parada, esperando.

Luego de un buen tiempo, disfruto del asiento en el colectivo, mis piernas lo agradecen. El viaje es largo así que puedo descansar un poco. Estoy solo, por lo que le pido amablemente al chofer si no me despierta en mi destino, porque quizás me duerma, aunque con la emoción que poseo, lo dudo bastante. El estómago me duele como si estuviera enamorado por primera vez. Ahora otra vez el tiempo es sempiterno, a pesar de que el colectivo va a una velocidad prudente, siento que va parsimonioso. Deseo llegar pronto.

En un momento, siento que el chofer pronuncia algunas palabras. Despacio comienzo a despertarme, como si hubiese dormido toda una vida. Aún sigue lloviendo torrencialmente, pero el cielo ya está un poco más claro. Le agradezco al chofer y bajo cautelosamente con su ayuda. Es un buen muchacho, le regalo una sonrisa y él otra a mí.

Mi ropa sigue húmeda, pero no importa, hoy es el gran día, ya está llegando. Y desde lejos, veo a una niña corriendo a mis brazos, embelesada de conocernos, al fin, era mi nieta de 8 años. Era la primera vez que nos veíamos. Pero antes de zambullirse en mis brazos que la esperaban con ansías, alguien la sostiene del brazo y le grita. Queda atónita. Esa persona es mi hijo. Se acerca y me reta por estar mojado, en mis adentros digo: “Hola, hijo. Tanto tiempo. Yo también te extrañé”. Con tristeza inclino la cabeza y lagrimeo, creo que ya nada importa, viví lo suficiente y conocí a mi nieta, era mi última voluntad. Era en vano seguir viviendo si no podría disfrutar de hermosos momentos con ella, pues su padre lo prohibía. Sin embargo, mi nieta se suelta bruscamente de la mano de su padre y le desafía, apoyándome. Sonrío y en ese preciso momento siento un violento dolor en el pecho, creí que era porque ella sin conocerme me había defendido, el amor que sentía por mí era todo el amor que jamás he recibido de su padre y nunca entendí eso. Le di todo lo que un padre puede dar, amor, estudio, comida, quizás no le di una casa digna, vivíamos en un ranchito de cuatro paredes y piso de tierra, los dos solos porque mi esposa había fallecido en el parto. Quizás fallé como padre, pero hice lo que pude.

Luego de ese dolor, percibo flojas mis piernas y me desplomo en el piso. Mi hijo y nieta corren hacía mí a ver qué pasaba. No escucho lo que mi hijo dice, aunque lo veo sollozando. Solo cabeceo y mis ojos se encuentran con los de mi nieta y ella dice “Abuelo, no te vayas, te quiero abuelo, por favor, quédate conmigo”, y sacando una rosa del bolsillo interno de la chaqueta, tan roja como la misma sangre que nos corre por las venas, le digo pausadamente: “Yo también te quiero y siempre te esperé, ahora nunca más te dejaré sola, siempre estaré contigo vayas a donde vayas”. Con su manita suave, chiquita, sosteniendo la vieja y arrugada mía, con sus ojos llenos de lágrimas y amor, la miro fija y exhaustivamente con una gran sonrisa de felicidad hasta que mis párpados se cierran por siempre. Hoy fue un gran día.

Silvina Amelia Piccioni

Ees de Posadas. Es bibliotecaria y

estudiante de la Licenciatura en Bibliotecología

en la UNaM.

Fue seleccionada en el 28 Certamen Internacional de Poesía y Cuento

con el relato breve "Historia de una quimera",

publicada en la antología ilustrada "Voces del alma 2020".

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