Perdón

domingo 12 de febrero de 2023 | 6:15hs.
Perdón
Perdón

Ya nos dijimos todo lo que deseábamos decir. Señalamos cada uno de nuestros defectos y nombramos cada uno de nuestros errores. Tus gritos y mis gritos consumieron mi energía.  La herida sangra y no vamos a intentar curarla. Ahora solo nos resta irnos. Sin embargo te miro y aunque me duele cada adjetivo que salió de tu boca para describirme, no me quiero ir.

Estoy confundida y no sé si te sigo queriendo o estoy demasiado agotada como para huir. Necesito recuperarme y el silencio hace  eterno este momento. Mi cuerpo se deja caer en el sillón. No tengo fuerzas para moverme, sin embargo no me siento cómoda en esta casa. En cambio, vos te servís un vaso de agua y te vas a la habitación. Elegiste ese lugar como trinchera, de modo que ni siquiera puedo ir a buscar mis zapatillas para irme a caminar. Me encerraste en mi propia casa y ahora que quiero salir, no sé a dónde ir.

Cargo la pava y limpió el mate. Quizás sea mejor seguir tu estrategia, quedarme y esperar.  En algún momento vas a necesitar salir. El sol empieza a caer. Elijo sentarme en el balcón a tomar un mate y ver la gente pasar. Mirar como otros viven su vida, me distrae de la mía. Vos elegiste el departamento con vista hacia la plaza, yo pensaba que los ventanales expondrían nuestro mundito. Cuando tomamos la decisión de mudarnos, pese a no estar de acuerdo en el lugar que deseábamos alquilar, solo nos quedaba esta opción. Tengo que aceptar que ahora la disfruto.

Veo a las madres colocarles un abrigo a sus hijos mientras los intentan convencer de volver.  La plaza de juegos es sencilla, pero siempre está llena de niños. De hecho, nunca me senté en las hamacas, aunque me gustan. Las miro desde acá e intento calcular si mi cadera no quedaría trabada entre las cadenas.  Se va el vendedor de golosinas y la señora que vende garrapiñadas y pororó guarda sus utensilios en el carrito. A veces el aroma del azúcar y la vainilla llega a despertarnos de la siesta.

En un rato llegará el vendedor de hamburguesas. Durante la semana, una de las esquinas se llena de uniformes escolares. En esa parada de colectivos se cruzan las dos líneas que recorren la ciudad. Hoy, solo una señora vestida con un ambo espera a alguno de ellos. Va de mangas cortas y se nota que tiene frío porque se abraza a sí misma.

Sigo pensando a dónde podría irme, en el caso de no poder arreglar el conflicto. No me interesa dormir en la misma cama con una persona que no me habla. Siento que ya no soy tan cercana a mis amigas como lo era antes, por esa razón voy a tener que dormir en el sillón o pedirle que hablemos. Sé que yo no empecé la discusión y si bien dije algunas palabras hirientes, creo que no soy la que debe pedir perdón. Odio que siempre discutamos los domingos. Siento que arruina todo el fin de semana. El viernes, con la poca energía que me quedaba, acepté cocinar y mirar una película de esas que solo a él le gustan. Me dormí a la mitad y supongo que no me dijo nada porque sabe que estaba cansada. Ante algunas situaciones sus actitudes me hacen pensar que me quiere, que es considerado y en ocasiones como hoy, creo que peleo con un niño caprichoso que se enoja porque es incapaz de considerar que exista una persona que piense diferente. El problema es que, lamentablemente, eligió vivir con esa persona. 

No voy a ir a ver a sus amigos y perder mi tarde con personas que fingen ser felices. Según él, son felices. Le dije que podía ir solo y así comenzó la discusión.  Se preocupa más por lo que van a pensar los otros, inventa excusas y me las cuenta para que sea cómplice de su mentira. No vaya a ser que ellos se den cuenta de que no la paso bien cuando compartimos un espacio.  En ocasiones creo que él tampoco se los banca y que me usa de excusa para quedarte. La idea de una pareja que va a todos lados juntos me parece terrible. Yo no quiero perder mi individualidad. Sin embargo, estoy pensando a dónde ir y ninguna de las opciones me parece oportuna.  Quizás sea la edad o el hecho de que al vivir en un pueblo chico pareciera que debiéramos aceptar una norma que indica que debemos juntarnos, casarnos y tener hijos siendo jóvenes.

El viento empieza a ser más frío y creo que voy a tener que cerrar las ventanas. A su vez, es la hora en que los mosquitos empiezan a dar vueltas. Me quedaría afuera, pero no tengo un abrigo. La opción que me queda tomar la campera que él dejó tirada sobre el sillón. No lo voy a hacer, tal vez lo malinterpreta.

Escucho que abre la puerta de la habitación y se va al baño. Es mi oportunidad para ir a buscar las zapatillas y una campera. Dejo el mate en la mesa ratona y saco del placard lo primero que cae. Como siempre, mi lado es un caos y de su lado, todo está prolijamente acomodado. Intento ser rápida para ponerme las zapatillas y salir de su trinchera. Cuando me levanto del piso después de atarme los cordones, decido ir a la sala y me topo con él en la puerta. No podemos seguir ignorándonos. Digo “perdón” y no sé si me refiero al hecho de haberlo chocado o a la discusión. Entonces, él me abraza, me da un beso en el cabello y no me puedo resistir. “¿Tenés mate?” me pregunta. Ahora sé que puedo y quiero quedarme en casa.

Noelia Albrecht.

Albrecht es profesora de Lengua y Literatura.

Su primer libro de cuentos y microrrelatos se titula “Lo que escribí mientras no me mirabas”.

En junio del año pasado salió su segundo libro “Sueño de perro”.

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