Ranas

domingo 16 de octubre de 2022 | 6:00hs.
Ranas
Ranas

En un restaurante las ancas de ranas se pagan hasta treinta euros el kilo, le dijeron. Entonces ella pensó que sería un gran negocio producirlas para proveer a estos sitios de esa carne tan preciada. Luego de varios meses investigando acerca de los alimentos, el tipo de agua y el proceso de crecimiento se animó a iniciar el proyecto. No era una tarea sencilla, sin embargo no podía dejar de intentarlo.

Nunca tuvo miedo de jugar con los renacuajos, las ranas o los sapos. Le gustaba acariciar sus vientres y escucharlas croar. Pronto encontró un lugar dentro de su casa que fue apto para ellas. Su emoción era tanta que compartía, con quien deseara escucharla, todo lo que iba aprendiendo. “Sabía que en algún momento aparecerías con una rareza así- le dijo su madre- porque tu padre nunca nos permitió tener una mascota”. El comentario le recordó la prohibición y el sufrimiento que le provocaba no disfrutar, al menos, de un perrito como los otros niños de la cuadra. El único familiar que conocía que vivía con un animal en su casa, era su abuela. El gato tenía más años que ella, siempre estaba acostado y se dejaba acariciar sin problemas. No se sabía si su confianza se basaba en la incapacidad de moverse o en el deseo de recibir mimos, pero ahí estaba el gato, al alcance de las manos de quienes lo desearan tocar.

Fue criando sus renacuajos con mimos, mosquitos y alimento balanceado importado. Todo estaba resguardado en su cuaderno de seguimiento. Había que ser detallista para mejorar la producción. Las primeras semanas pasaron con calma y ya iban a cumplir un mes cuando descubrió unos cuerpos en el fondo del tanque. Le habían advertido que era normal que varios renacuajos mueran antes de culminar el proceso de su crecimiento, sin embargo cuando tuvo que quitar sus pequeños cadáveres del agua no pudo evitar el llanto. Debía ser fuerte porque ella era la que tenía que garantizar un espacio confortable para el resto de sus futuras ranas. Las quitó del tanque y echó los restos en una bolsa. No quería verlos porque le recordaban que había fracasado. Sus crías habían iniciado el proceso de metamorfosis y la maduración de sus cuerpos dependía de ella. Necesitaba un mínimo de cuatro mil especímenes para poder ser considerada criadora, sin embargo ahora no llegaba a quinientos. Tenía que cuidarlos porque quería verlos crecer. Había asumido un compromiso y deseaba concretarlo. Ellos dependían de su capacidad para alimentarlos en forma correcta y de su manera de nivelar la temperatura del agua.

A la noche siguiente volvió al estanque para darles de comer. El verano se hacía sentir y al meter la mano para medir la temperatura del agua, la percibió tan fría que decidió entrar en él. Lentamente fue introduciendo los pies tratando de no espantar a sus bichitos. Luego se sentó y su cuerpo comenzó a relajarse. Se durmió hasta que la alarma del teléfono la despertó. Había pasado la noche junto a sus crías. Estaba arrugada y rosada cuando salió pero, el calor de la habitación le hizo recuperar la circulación. Esa fue la primera de varias noches que dormirían junto a ellas.

Pasaron dos meses y comenzaban a desarrollar cuerpo de seres terrestres. El espacio apenas le permitía moverse y el otoño iniciaba sus noches frescas. Abandonó sus baños refrescantes y para que no sintieran su ausencia se le ocurrió dejarles la radio encendida. Como las ranas toros son extranjeras pensó que disfrutarían de la música en inglés.

La seriedad de su compromiso asombraba a otros y más a ella misma que conocía su escasa capacidad para continuar los proyectos que iniciaba. De hecho, le angustiaba llegar al final del proceso. No quería venderlas, eran su compañía. Le gustaba aprender y convivir con ellas, aunque tampoco podía renunciar a la idea de verlas como un negocio. Incluso decidió iniciar los trámites para registrarse como criadora y de este modo, formar parte de la Asociación de ranicultura. Había invertido su escaso capital y necesitaba empezar a obtener ganancias. En pos de lograr que su producto elevara su calidad se permitió pedir un crédito. Correspondía brindarle el mejor estanque y el mejor alimento. Por otro lado, las facturas de agua y luz demostraban que su consumo había subido. El sistema de drenaje y las limpiezas semanales eran necesarios, aunque representaban el costo más alto de su producción.

Precisaba dinero para culminar el proceso de cría. Visitó varios bancos, sin embargo no obtuvo respuestas positivas. Una empresa de nombre desconocido le prestó un pequeño monto para finalizar su inversión, pese a que no tenía trabajo. Su respaldo era la casa que habitaba, herencia de su abuela. Volvió contenta y cuando se fue a ver sus crías notó que se habían atacado entre ellas. El proceso de metamorfosis había culminado y comenzaban a engordar los cuerpos que pronto serían vendidos. Había leído que durante los sesenta días podrían generarse situaciones de canibalismo. De todos modos, no pudo contener su enojo y las retó. Por primera vez, les gritó. Comían mejor que ella. De hecho, había probado la biomasa y no entendía cómo esa mezcla de sabores desconocidos, exageradamente cara, podía servir de alimento. Su cuerpo se veía modificado, perdió peso y necesitaba estar en contacto constante con el agua. La convivencia las estaba afectando, o eso creía porque ambas estaban cambiando. De hecho, no recordaba cuando había comenzado a dejar utilizar zapatos para empezar a andar descalza. Sentía los dedos más largos y anchos. Su menique del pie derecho había emergido demostrando que las falanges continuaban allí, solo tenía que forzarlas a pisar para sentirlas. Dentro de su casa caminaba en medias y hasta le molestaban colocar sus pies en zapatillas, pero más aún en sandalias.

Los días fueron pasando lentamente y se sucedieron dos episodios más de canibalismo. Tenía que controlarlos porque perdía ranas, pero lo que le preocupaba aún más era que se mataran entre ellas. Su familia naturalizaba la violencia juzgándola como un rasgo de especie. De todos modos, no entendía por qué se podía quitarle la vida a un semejante. Les daba doble ración de comida, por lo cual no deberían sentir hambre. ¿De dónde provenía esa necesidad de apreciar al otro como alimento? Quizás racionalizaba acciones que simplemente se justifican en instintos. Ellas no habían pasado por situaciones de hambruna como para considerar que todo lo que estaba frente a sus ojos podría ser devorado. No siempre se piensa lo que se hace. En definitiva, nosotros también somos instinto. Para su tranquilidad la etapa de canibalismo se superó y se acercaba la fecha de faena. Sin embargo, no conseguía dejar de comparar el proceso de evolución de sus ranas con su vida y la del resto de los humanos. Estamos en este planeta por un lapso de tiempo mínimo y a veces decidimos cuándo irnos, aunque generalmente lo determina alguien o algo que no sabemos si existe. Lo único real es la muerte, supongo que por eso jugamos a ser felices, amamos e intentamos disfrutar de lo que nos hace bien.

La idea del fin daba vueltas en su cabeza porque debía matar a sus crías. Conocía el procedimiento. Había leído sobre cuáles eran los pasos a seguir, aunque no consideraba que tuviera el coraje para iniciar las tareas. Tenía que matarlas. Sus cuerpos ya estaban listos para ser alimento de otros cuerpos. Ellas eran parte de la cadena alimenticia y correspondía apelar a su instinto primitivo para transformarlas en algo que se pueda presentar en un restaurant. Ese era su compromiso.

Ingresó a la habitación donde estaban los tanques y las miró. Las bolsas de alimento estaban cerca de ella, entonces se preguntó ¿qué pasaría si tan solo les brindara un día más de vida? Tomó la biomasa y les dio de comer. Debía explicarles lo que había decidido y les habló. Les contó el procedimiento. Primero, debía someterlas a un día de ayuno. Hoy lo iniciaría ella. Quería saber qué le pasaba a su cuerpo cuando no consumía alimentos. Luego de doce horas notó que no se sentía tan mal. De hecho, apreciaba sus manos, sus brazos y sus piernas con mayor conciencia. La experiencia no era negativa, por lo tanto, debía iniciar el proceso. Había supuesto que se sentiría débil y conjeturó que quizás las ranas podrían soportar más de un día sin alimentos. No quería matarlas si ofrecían resistencia. A ella le correspondía obedecer a los mandatos de la evolución, aunque no le interesaba hacerlas sufrir. ¿Acaso podría considerarse un animal en situación de cacería? Sin dudas se veía como un animal, pero no como una asesina. Si realmente venimos a obedecer ciclos ¿qué pasa cuando no se puede o no se desea cumplirlos?

Al día siguiente, las sometió al ayuno recomendable por todos los especialistas. No era una experiencia negativa. Fueron veinticuatro horas de inanición. Se imaginó que ellas distinguirían el cambio y estarían nerviosas. Dicen que las vacas se tensionan en su recorrido al matadero. Tal vez, sus crías, podrían notar que se acercaba la muerte. Les habló y les cantó para que se supieran acompañadas. De mientras, ella las acompañaba con su segundo día de ayuno. Quería saber cómo estaban, por ello se acercó al tanque y las observó. Sacó a una de sus crías del agua y ésta apenas movió sus patitas. Estaban débiles o al menos eso parecía. Si lo pensaba desde el punto de vista del tamaño, posiblemente el ayuno afectaba más a sus pequeños cuerpos. Dejó la rana en el agua y sacó a otra. Generalmente comenzaban a croar cuando se sentían manipuladas o fuera de su hábitat, sin embargo no emitió sonido. Le acarició el vientre intentando escucharla, aunque nada sucedió. Se estaban quedando sin fuerzas.

Ahora correspondía bombear el agua helada para anestesiarlas. Después de verlas crecer por tanto tiempo, dudó. Sabía que estaba matándolas lentamente mediante la hipotermia. Primero se congelarían sus extremidades, luego las ancas y posteriormente, sus corazones dejarían de latir. Debe ser horrible morir de frío, por eso decidió creer que ellas ingresaban en un sueño profundo y olvidaban las sensaciones de su cuerpo.

Las observó y apreció que sus movimientos eran escasos. Era la última vez que las vería juntas. Tomó la primera, la acarició y miró sus pequeños ojos saltones. Luego la acostó sobre la mesa de faena con el vientre hacia arriba. Apenas se movió cuando clavó el cuchillo. El último movimiento reflejo, pensó o ¿podría ser que el agua no haya producido el efecto deseado en todas? De todos modos, debía terminar la tarea que había iniciado. Después de la primera muerte, todo debería ser más sencillo. Siguió cortando las ancas haciendo más fuerza de lo que necesitaba y el cuchillo se resbaló hasta detenerse el hueso de su dedo pulgar. No quiso mirar. El agua fría podría anestesiar su propia herida. Decidió creer que el líquido vital provenía del animal. Sin embargo, la sangre fue cubriéndolo todo y ya no pudo distinguir dónde iniciaban sus manos y dónde empezaba el cuerpo de la rana. Quizás el agua fría ayudara a frenar el sangrado. Ingresó al estanque tratando de no lastimar a los animales. Intentó mantenerse despierta, pero se desvaneció. Sintió que su cuerpo cedía ante un sueño profundo. Se dejó ir en el hasta que despertó por la sensación de picazón que sentía en su pierna derecha. Intentó rascarse, aún con los ojos cerrados y al apoyar sus dedos recordó que estaba junto a ellas.

Abrió los ojos inmediatamente y notó que las ranas flotaban. Estaban muertas y ella era la culpable. Salió del estanque sintiendo su cuerpo frío y dolorido. Observó unas manchas rojas a la altura de su cadera. Tenía puesto su delantal de trabajo y estaba manchado. No podía focalizar la mirada. Pestañeó. Hizo un esfuerzo más y se sentó en la vieja silla de madera desde donde solía hablarles. Luego, miró sus piernas. No pudo reconocerlas. Se estiró hasta la llave de luz y la presionó. Pestañó para calmar el impacto repentino. Fue en ese momento que notó que una membrana unía las falanges de sus pies.

Noelia Albrecht

El relato es parte del libro Sueño de Perro. Albrecht es profesora de Lengua y Literatura. Su primer libro de cuentos y microrrelatos se titula “Lo que escribí mientras no me mirabas”.

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