El violín de la selva
Hace ya como unos 25 años, cuando en una de esas caminatas por la selva desde lo profundo del monte escuché música. Me llamo la atención pues sabía que por allí no había moradores. Movido por la curiosidad seguí el sonido atravesado la espesura, machete en mano, hasta llegar a un espacio descampado a orillas de un arroyo y desde una precaria casita de maderas y ramas venía ese sonido limpio y melodioso.
Con cautela fui acercándome, y en un tronco como banco un hombre de barbas larga ejecutaba con sorprendente maestría un viejo y descascarado violín, fregaba sobre sus cuerdas un arco remendado e hilachento.
Me quedé mirándolo mientras seguía tocando como si no me hubiese visto. Al percatarse de mi proximidad, dejó su instrumento a un lado y comenzamos a conversar. Su pregunta fue ¿a qué viniste acá? Lo miré y no sé de dónde me salió la respuesta, le dije, vine a escuchar la música de un maestro.
Me respondió agachando la cabeza con una tristeza que inundó la selva. Lo fui sí, fui maestro y músico de la sinfónica de Moscú.
Conversamos por horas, supe de su historia y de por qué vivía en esa soledad.
Su nombre era Dimitri Jakimenko.
Conoció en su época de ópera a una joven de la que se enamoró con locura, pero al tiempo ella emigró a sudamérica con parte de su familia. Luego de buscarla por toda Argentina, supo que andaba por Misiones.
Viajó a buscar a su amor por esta tierra, pero ella no le recibió y supo que ya estaba casada con un joven industrial de Apóstoles.
Su pena se transformó en una vida sin rumbo. Y en la melancolía de su música lo llevo al monte de Colonia Isolina donde lo encontré.
La amistad siguió por años. Cada tanto le llevaba comida y algo de ropas.
Un día se presentó un vecino de esa zona a mi trabajo que por entonces era el hospital de Oberá. Me preguntó si yo era Erico el amigo de El Ruso. Le contesté en afirmativo. Me dijo él está muy enfermo. Fuimos con un paramédico y lo traje al hospital. Se puso mejor y pidió regresar a su monte. Unos meses después el mismo vecino viene a buscarme. Dice está muy mal, fui nuevamente a traerlo al hospital, pero por lo visto ya sabía su final. Envuelto en un trapo viejo trajo su única pertenencia, el viejo violín. Eran como las tres de la tarde, yo me retiraba del trabajo y lo fui a ver. Me dijo te dejaré mi violín y te pido que te encargues de mi entierro. Le dije no te preocupes lo haremos.
No le di importancia a su viejo violín por muchos años hasta que un día mirándolo con detención vi una etiqueta en su interior. Decía Antonius Stradivarius Cremonese.
Y una fecha. Lo hice restaurar y lo vi sonar vibrante y bello en manos de mi hijo Gabriel fallecido en 2013 y volverá a dar su música en manos de Betany mi nieta. El Amor y la música no mueren jamás.
Erico Dal-Ri
Inédito. Dal-Ri es metalúrgico. Aficionado a la escritura. Describe la vida en la selva misionera y cuenta las experiencias vividas en ella. Vive actualmente en la ciudad de Oberá.