El hijo del Yasy Yateré

domingo 25 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
El hijo del  Yasy Yateré
El hijo del Yasy Yateré

Raimundo Dornelles se presentó el lunes en la hora anunciada, y esperó el camión que recolecta tareferos. Iba a un yerbal grande, ya lo conocía, porque el año anterior había trabajado para el mismo contratista y calculó que habría tarefa por un buen tiempo. Cuando llegaron al yerbal se encontraban esperando cuatro personas, entre ellos Josué Lisboa, quienes se integraron al grupo de tareferos que se bajó del camión, vivían en una nueva villa sobre el camino que bordeaba la propiedad donde se encontraba el yerbal. En un descanso Dornelles hizo relación con Lisboa, hablaron y escuchó que Lisboa también tenía hijos en edad escolar que concurrían a una escuela cercana, a menos de dos kilómetros de la villa donde vivía, que llevaba una vida tranquila y que trabajo no faltaba en la zona. Dornelles gravó la información y comenzó a hablar con su compañera de vender las mejoras que tenían en el barrio para trasladarse a Campo Ramón, más cerca de la tarefa y que también existían dos secaderos de yerba, donde hasta podía conseguir un trabajo fijo todo el año. Amalia Bojarín se había criado en una chacra cerca de Pueblo Mártires, no le disgustó la idea que comenzó a rondar la mente de su compañero, pero la primera dificultad que se les presentó era la venta de la casa, que, si bien era de madera, el terreno tenía un buen pozo con agua clara que no fallaba en el verano, también habían construido un horno de ladrillos al que Amalia le sacaba buen provecho haciendo pan casero y cuca que sus hijos vendían en la vecindad.

Hizo buena amistad con Lisboa, y una mañana antes de comenzar la tarefa, le dijo a Dornelles que quería hablar para hacerle conocer una propuesta de trabajo. A media mañana hablaron y Lisboa le anotició que un colono importante le propuso que fuera su chacrero y que no había aceptado, y que el hombre le manifestó que busque a alguien de su confianza. 

— Como me dijiste algunas veces que querías cambiarte para estos lados, en una de esas te interesa.

El sábado siguiente, Dornelles temprano caminó hasta la terminal de ómnibus y embarcó hacia Campo Ramón; Lisboa le había explicado donde se encontraba la chacra del colono y que lamentablemente no lo iba a acompañar porque lo esperaban para hacer una changa de limpieza de un terreno en el pueblito de Campo Ramón. El productor no anduvo con demasiadas vueltas, luego de intercambiar opiniones sobre los trabajos que pretendía en la chacra, le dijo que principalmente, necesitaba quien dirija la limpieza del yerbal y controle el romaneo, que cuide y alimente a los vacunos que criaba para vender a los carniceros de la zona, entre otras tareas normales en una chacra. Manifestó que estaba apurado, porque su chacrero últimamente no vencía el trabajo, y que sus hijos imprevistamente los vinieron a buscar y se los llevaron a Buenos Aires, donde por lo que contaron vivían y trabajan bastante bien. Ofreció a Dornelles un sueldo mensual y una casa para vivir con la familia. Recorrieron la chacra, la casa, y llegaron al galpón donde guardaba una cosechadora de té y algunas herramientas y preguntó:

—¿Sabe manejar tractor? Más al fondo hay un poco más de cuatro hectáreas de té.

—Calcule, fui criado en una chacra en Campo Viera, el té no tiene secretos para mí.

Dornelles no dudó, aceptó inmediatamente la propuesta para trabajar en la chacra, porque ya había hablado con Amalia y ella había coincidido en mudarse si a su marido le gustaba la propuesta del colono. Volvió entusiasmado y no pasaron diez días cuando un camión enviado por su nuevo patrón cargó su mudanza con destino a la chacra en Campo Ramón. No vendieron la casa, la dejaron en préstamo a una hermana de Amalia, la menor, que hacía poco tiempo se había acompañado con un policía y estaban alquilando.

La nueva casa era mejor y más espaciosa que la que tenían en barrio Caballeriza, Raimundo Dornelles había guardado una sorpresa a su compañera, la casa tenía luz eléctrica, lo que hizo lagrimear de alegría a Amalia:

—¡Por fin luz eléctrica!

Sería la primera vez que viviría en una casa con energía eléctrica.

Los hijos de Raimundo y Amalia, sin dificultades se integraron en la escuela con los niños de la colonia; en las reuniones que citaban los maestros, comenzaron a conocer a sus vecinos y con algunos comenzaron a construir amistad y relaciones de confianza. Los fines de semana los niños se visitaban y jugaban en los patios de las casas y se aventuraban en las capueras vecinas, generalmente andaban en grupos numerosos, sobre todo en horas de la siesta. Amalia se preocupaba y advertía a viva voz que no se alejaran en el monte que siempre encierra riesgos, por la segura presencia de distintas alimañas, víboras, espinas y arroyos con pozos donde se bañaban y nadaban. Trataba de persuadirlos:

—¡Cuidado con el Yasy Yateré! ¡No se metan tan lejos en el monte!

Amalia explicaba a sus hijos los peligros del monte y el riesgo de encontrarse con el Yasy Yateré que era un niño rubio y de ojos azules que deambulaba por el monte, con un bastón de oro y con un silbido mágico que encantaba a los niños y los llevaba secuestrados para jugar, alimentarse con miel de yateí, nadar en los arroyos y que de tanto jugar, los niños se perdían y muchas veces los encontraban muertos enredados en los isipó o ahogados en los arroyos. Cuando Yusara fue más grandecita, a solas le explicó, que a las nenas cuando crecían, el Yasy Yateré hasta las podía dejar embarazadas.

Yusara era una niña distinta, obediente, buena alumna y adornaba su personalidad con su porte y belleza. Terminó la primaria y se trasladó a vivir a Oberá a la casa de la maestra, la señora Beatriz, que era divorciada y tenía un hijo de ocho años, allí hacía de niñera y ayudaba en las tareas escolares del niño. Comenzó la secundaria en la escuela de Comercio “Santiago de Liniers” en el turno de la tarde. Los fines de semana, volvía a la casa de sus padres.

Cuando en la escuela en la que había cursado la primaria y también donde daba clases la señora Beatriz, se organizaba alguna actividad extracurricular los fines de semana o en los eventos para conmemorar las fiestas patrias, Yusara se involucraba y ayudaba, le encantaban esas actividades, era la oportunidad de reencontrarse con ex compañeros. Así fue que mantuvo contacto con los amigos que habían cursado la escuela primaria, que igual que Yusara participaban de esas celebraciones y eventos. Karin era de su misma edad y su hermano Hans que había terminado la escuela primaria un año antes que ellas, eran los hijos del colono de la chacra lindera de donde trabajaba su padre Raimundo. Hans había quedado a trabajar en la chacra, por los inconvenientes que comenzaba a generar la mala salud de su padre. Se conocían desde niños, porque formaban parte del grupo que recorría y jugaba en el monte en horas de la siesta, desafiando al Yasy Yateré anunciado con preocupación por la señora Amalia.

Con el correr de algunos años comenzaron un apasionado romance, ella cursaba el quinto año del secundario en la Escuela de Comercio. Fue un romance montaraz, en las tardes de los sábados Yusara anunciaba ir de visitas a la casa de alguna amiga en la colonia y pasaban con Hans recorriendo el monte que unía las dos chacras, al que conocían como a la palma de sus manos, tenían ubicados en sus mapas mentales cada pozo del arroyo que surcaba ese monte, donde nadaban, también a las plantas de frutas silvestres como la pitanga y el guabirá, Hans se consideraba un especialista en encontrar y melar los panales de abejas yateí en los agujeros de los troncos de los árboles, y con su habilidad para silbar imitaba a distintos pájaros, todo lo hacían juntos y felices. Contaban con la complicidad de Karin, la hermana de Hans de la misma edad de Yusara que también cursaba el quinto año, pero en el Instituto Carlos Linneo.

Disimuló su embarazo por unos cuantos meses, era alta y no se le notaba tanto. Fue la señora Beatriz quien la vio distinta y cayó en cuenta de la realidad, el niño o la niña nacería en el mes de mayo. Amalia se cuestionó haberla dejado ir a estudiar a Oberá y en una tensa conversación requirió saber cómo y quién la embarazó y entre sollozos Yusara alcanzó a decir:

—Fue en el monte…

Y no dijo más nada.

Amalia confirmó sus creencias aprendidas desde niña, era cosa del Yasy Yateré. Le cuestionó no haber escuchado sus prevenciones. El convencimiento de su madre le ayudó a mantener el mutismo sobre las circunstancias de su embarazo y sobre todo para evitar confesar quién era el padre del bebé que esperaba. En cambio, su padre Raimundo pensó que la historia se repetía, él no había conocido a su padre y su madre lo había tenido muy joven, con quince años de edad.

La madre y la maestra, antes del fin de año simularon un imprevisto viaje de Yusara a Buenos Aires a la casa de una familia conocida, iría a ayudar a la señora por una enfermedad y terminaría el secundario en la capital. Este viaje fue anunciado a sus hermanos y también se enteraron sus amigos de la colonia, entre ellos la familia de Hans. Quedó aislada en la casa de la señora Beatriz en Oberá.

La señora Beatriz fue su sostén, la conocía desde niña, había sido su maestra en la colonia cuando llegaron mudados desde Oberá, la llevó a los controles médicos, la acompañó como a una hija y era la única persona que sabía que el padre del bebé era Hans.

La angustia de Yusara era doble porque sabía que Hans en enero había sido convocado al Servicio Militar y las transmisiones del Canal 12 de Posadas y la radio L.T.13, anunciaban y mostraban el horror de la Guerra en las Islas Malvinas. La extraordinaria circunstancia del conflicto bélico, conmocionó al pueblo argentino, sobre todo a la juventud, lo que de algún modo hizo que el embarazo de Yusara fuera minimizado en las conversaciones de los más íntimos que conocían su existencia: sus padres y la señora Beatriz. Para ella la guerra tenía nombre, Hans.

El parto ocurrió en el Hospital de Oberá, y Amalia, al recibir de brazos de la enfermera a su rubio nieto, no tuvo duda:

—¡Fue el Yasy Yateré!

Cuando terminó la guerra, el niño llamado Juan, al que en la canción de cuna Yusara llamaba Hans, había cumplido un mes, y por primera vez lo llevó a la casa de sus abuelos. Por la mañana, recorrió con desesperación el camino hasta el almacén, con la esperanza de encontrarse con algún conocido para tener alguna noticia de Hans, no halló a nadie. Emprendió el camino hasta la casa de la familia de Hans y se encontró con Karin antes de llegar:

—¡¿Volviste de Buenos Aires?!

Fue interminable el abrazo del encuentro en el camino vecinal, solas, sin testigos, con un viejo pinar encapuerado en un lado y un prolijo tesal en el otro. Se sentaron en una tora abandonada al costado del camino y preguntó por Hans; recibió la noticia de que efectivamente estuvo en la guerra, que ahora se encontraba bien y recién había regresado al Regimiento de Monte Caseros, en la Provincia de Corrientes y que en pocos días volvería a Misiones, y comentó:

—No te imaginas Yusara la angustia que teníamos, cuando estábamos en casa escuchando la radio, o frente al televisor viendo las noticias de la guerra, que se veía bien porque papá compró una antena nueva.  — A Yusara se le hizo un nudo en la garganta.

Intentó explicar lo que también había padecido frente al televisor durante la guerra, no pudo, y rompió en un llanto intenso e interminable, que llamó la atención de la hermana de Hans y entre sollozos todo fue contado por Yusara. Karin era la única persona en el mundo que había conocido desde el inicio el romance y que tenían relaciones íntimas, era la confidente de su hermano. Karin no lloró, estaba impresionada y desde ese mismo instante no dudó, tenía un sobrino, el hijo de su hermano al que amaba, lo quería conocer y tenerlo en su falda. Organizaron una visita a la casa de Yusara esa misma tarde. Cuando se tranquilizaron, le contó lo que creía su madre, que el padre del niño era el Yasy Yateré, ambas rieron a más no poder, porque les parecía inaudito que Amalia creyera en la existencia del Yasy Yateré y acordaron no traer a colación este tema con Amalia, pues respetarían su creencia. Comentaron que el Yasy Yateré era un mito, una creencia de la mitología guaraní, que con el trascurrir del tiempo y la presencia de las familias venidas de Europa a la región, se le atribuyó nuevas artes, como eran las justificaciones de embarazos no buscados.

En la tarde, al ver al niño, Karin exclamó:

—¡Dios mío, es igualito a Hans!  — Y continuó:

—Esta vez, el “abuelo del Yasy Yateré” se vino de Suecia.

Ambas no podían disimular las pícaras risas, menos mal que la abuela del bebé luego de saludar a la visita, se había retirado hasta la cocina.

        Esperaban a Hans.


El relato es parte del libro Nevada en Oberá (cuentos). El autor ha publicado además la novela Federico Batista, matador de tigres y Batalla naval de Mbororé

Ricardo Argañaraz

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