La ciudad de la alegría

domingo 11 de septiembre de 2022 | 6:00hs.
La ciudad  de la alegría
La ciudad de la alegría

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a muerte de Winston puso en jaque el futuro de “Ciudad Alegría”. En un instante el colosal imperio urbanístico construido en las afueras de la capital desnudaba una realidad. El lujo, el placer, el juego y las drogas que brillaban en su interior estaban a punto de caer por la falta de previsión ante la desaparición física de uno de sus mentores.

Nadie conocía a sus dueños, aunque el poder se servía de ellos por los cuantiosos aportes que realizaban al fisco y a los funcionarios que veían como engrosaban sus cuentas bancarias.

Tampoco se conocía a las alegres personas que atendían el lugar y que se caracterizaban por su imperturbable sonrisa, producto de máscaras de altísima calidad que creaban caras perfectas y con expresiones de mucha alegría con la que amablemente servían a los visitantes en todos sus deseos motivándoles a gastar grandes sumas de dinero a cambio de un tiempo de placer.

Diez años bastaron para lograr el éxito de una ciudad nacida de la nada, llena de misterios y glamour.

No cualquiera podía entrar a la ciudad y las reservas sobrepasaban varios meses de espera. En ese tiempo, los futuros visitantes eran seriamente estudiados en lo concerniente a su economía, a sus pensamientos políticos y religiosos y a sus contactos y relaciones sociales.

La ciudad era pequeña, sus casi 3 km cuadrados contaban con un muro perimetral infranqueable, con una entrada y una salida en el lado opuesto. Una pequeña guardia con sofisticados equipos informáticos de defensa estaba preparada para no permitir la entrada de drones indiscretos.

El visitante que tuviese la suerte de ser admitido podía jugar en el casino, gozar de las piscinas, tener una dama o caballero de compañía para toda su estadía, alquilar un Ferrari, un Lamborghini o un Porsche y pasear el tiempo que quiera y con la compañía que desee que podía elegir desde un catálogo. Vivir los placeres más exóticos con lo mejor en bebidas y gastronomía. En el aire de la ciudad había un cierto aroma que luego de percibirlos durante un tiempo brindaba una sensación de paz y bienestar a los visitantes que parecían no pensar o en realidad solo pensaban en dar rienda suelta a sus placeres. La condición para entrar, una vez aprobada la admisión era hacerlo sin acompañamiento, dejar el teléfono en la administración junto a la tarjeta de crédito. Si alguien se negaba a hacerlo, estaba en su derecho de hacerlo, entonces no podía ingresar.

El estado de felicidad y éxtasis de los visitantes que finalizaban su estadía demostraba el éxito de “Ciudad Alegría”.

La ciudad había sido fundada en forma muy modesta por Winston y un grupo de amigos, como una forma de reacción hacia la sociedad que los ignoró y abandonó. Casi todos tenían estudios universitarios, pero por problemas físicos no fueron tenidos en cuenta y por ellos no pudieron desarrollar sus capacidades.

Kasem, un experto en informática, tenía problemas para hablar, producto de una fisura labial congénita no tratada a tiempo. Hana, con grandes conocimientos de economía, tenía un gran lunar en la cara y no había maquillaje que disimulara su aspecto. Farrockh, de chico había perdido una pierna en un accidente y su sapiencia en arquitectura nunca fue tenida en cuenta. El mismo Winston había nacido con un defecto en la cara que le daban un aspecto que hacía que muchos los despreciaran.

En Ciudad Alegría también se aceptaba a gente marginada por el aspecto físico que quería vivir allí. Tenían que pasar una serie de pruebas y por último realizar un juramento de lealtad al grupo. Paralelamente debían aportar sus capacidades, fortalezas y sacrificios por el bien del grupo lo que era muy bien recompensado, aunque nunca nadie pudo conocer las caras de los que los contrataban.

Winston fue el primero que puso sus conocimientos en bien del grupo. Diseñaba máscaras faciales con tanta naturalidad que, hasta la persona con el rostro más horrible y desencajado, pasaba a ser una figura bonita. Así, señoritas y caballeros, de cuerpos muy bellos y rostros horribles, gracias a estás máscaras podían lucir alegres y felices, con una sonrisa a flor de piel y contribuir a que los visitantes logren pasar su estadía en alegría. Kasem, con una impresora de tres dimensiones logró hacer prótesis a los que les faltaba algún miembro, cómo la pierna de Farrockh y diseñó el sistema de defensa y la ingeniería cuyo control económico era monitoreado por Hana.

Primero fueron servicios de fin de semana y luego ante la demanda y con la ayuda de algunos negocios no muy claros, lo que comenzó con mucha modestia fue convirtiéndose en un imperio, donde el juego y el placer en todas sus dimensiones, fue el motor del crecimiento. Era el mejor modo en que el grupo gestaba una venganza hacia la sociedad que tanto los había abandonado haciéndole pagar con creces a través de los placeres que buscaban.

Cuando algún turista preguntaba el porqué de las máscaras, simplemente decían que era para mantener la privacidad de los servidores. Nadie jamás vio la cara de ningún habitante de “Ciudad Alegría”, si intentaba hacerlo por la fuerza era severamente castigado y aparte de no permitírsele volver nunca más, de su tarjeta se descontaba el costo de tal atrevimiento.

Pero la repentina muerte de Winston dejaba a la ciudad sin su fabricante de sonrisas. Si no tenían las máscaras nada tendría sentido. Y no podrían trabajar sin ellas ya que los verían tal cual eran y se perdería la magia del lugar siendo el fin de “Ciudad Alegría”, que se convertiría en una ciudad de gente monstruosa. Todos verían la realidad de la ciudad, con seres deformes que rozaban lo terrorífico.

Debían tomar una determinación, nadie había pensado qué hacer cuando Winston no estuviese y algunos sospechaban que su muerte no fue natural y formaba parte de un plan mafioso de alguien que quería quedarse con el negocio.

Primero decidieron suspender la solicitud de visitas y mientras tanto intentaron, sin éxito, reemplazar a Winston en la fabricación de las máscaras. También fracasaron en la búsqueda de alguien de afuera de la ciudad. Todo fue en vano y, por si fuera poco, la suspensión de actividades llamó la atención de los gobernantes de turno que dejaron de percibir los millonarios aportes.

Y la solución no tardó en llegar, no había más que hablar. Winston, con su muerte, se llevó el secreto de las máscaras y nadie lograba hacerlas con la calidad que él las hacía.

A Hana se le ocurrió la idea, debían ser astutos para no volver a la sociedad y seguir siendo marginados. Organizaron la gran reinauguración para las primeras mil personas que pagasen en efectivo y por adelantado el costo de vivir en la renovada “Ciudad Alegría”. Al momento del pago se les entregaría la fecha en que comenzarían a gozar lo nuevo. Además, se los invitaba a observar en la noche previa al inicio de la nueva temporada, los sensacionales fuegos artificiales traídos desde China.

Y fueron muchos más que mil… y en la hora convenida de la esperada noche comenzaron a estallar en el cielo las bombas de colores y de estruendos. Miles de personas asistieron a una fiesta de luces, fuego y explosiones por doquier. Y en medio del humo de colores, en un instante, las estructuras, minuciosamente planeadas, comenzaron a caer entre grandes lenguas de fuego que lo consumían todo. Los habitantes de Ciudad Alegría se agolparon por última vez en la puerta de atrás, se quitaron las pocas caretas que quedaban arrojándolas al fuego y lentamente se dirigieron en búsqueda de un nuevo horizonte mientras se escuchaban las sirenas de las autobombas de los bomberos y las ambulancias que nada pudieron hacer. Todo iba haciéndose cenizas. En el centro, los esqueletos de los fantásticos autos quemados daban una imagen de la tragedia.  Un poco más allá, una máscara que se había salvado del incendio parecía burlarse desde un caño aún humeante. Nadie supo jamás nada de sus dueños y de la gente que trabajaba allí. La gente culpaba a los funcionarios del gobierno por lo sucedido.

Por una de las calles aledañas, caminando dificultosamente con su renguera Farrockh se sorprendía al escuchar a la gente mientras que Kasem aseguraba con su dificultosa dicción:

- Si, con toda seguridad este desastre fue obra de los políticos.

Hana, cubriéndose el lunar con un mechón de cabellos, aguantó la risa. Inmediatamente los tres se perdieron en medio del gentío que observaba la escena.


Inédito. Pereyra es docente jubilado y reside en Virasoro, Corrientes. Tiene publicado los libros: Ramos Generales: Mboyeré, editado en 2020,  “Cuentos y relatos que dejan huellas” – Editorial “Ediciones Misioneras” – Septiembre 2021.

José A. Pereyra

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