La leyenda de la yerba mate

domingo 24 de julio de 2022 | 6:00hs.
La leyenda de la yerba mate
La leyenda de la yerba mate

La comunidad indígena. Cuando las tribus guaraníes se detenían en sus correrías por la selva, aprovechaban los refugios que les ofrecía el accidentado suelo misionero, iniciando desde allí las exploraciones por las tierras circundantes, con el fin de procurarse los medios indispensables de subsistencia.

Estas tribus guaraníes que continuamente recorrían la región, se hallaban constituidas generalmente por reducido número de miembros, y respondían a la autoridad de los caciques o jefes de familia, formándose -cuando se registraban acontecimientos extraordinarios, como lo eran, por ejemplo, las invasiones de tribus extrañas- el Consejo de Ancianos, cuya función era exclusivamente deliberativa. Si bien la jerarquía del cacique era respetada y apreciada, su autoridad, ordinariamente no se dejaba sentir, y los integrantes de la tribu gozaban de la más amplia libertad.

Las festividades los reunía, y la guerra los juntaba. Era entonces cuando su condición de hermanos aparecía nítidamente reflejada. Pero el más destacado aspecto que se diseña a través del estudio y observación de la vida de los guaraníes, que habitaron el suelo misionero, es seguramente el que se refiere al principio de comunidad, presente en los principales acontecimientos de su vida diaria.

Desde la siembra que se verificaba en los “rozados”, y de cuya cosecha cada familia tomaba lo indispensable, hasta las partidas de caza y de pesca, cuyos resultados beneficiaban a todos por igual, el ritmo de la vida guaranítica se desarrollaba sobre el principio de una comunidad integral perfecta. Su organización era naturalmente rudimentaria, pero el sistema se aplicaba en condiciones favorables entre los naturales de Misiones, pudiendo estos, sin limitaciones, gozar de amplia libertad y diseñar claramente su personalidad de guerrero o de cazador, cuando sus méritos eran suficientes para destacarlo del conjunto

II- La leyenda de la planta.

Cuenta la leyenda, que una de esas tribus que habíase detenido en las laderas de las sierras donde tiene sus fuentes el Tabay, dejó después de breve estada el lugar, y siguió su marcha a través de las frondas.

Un viejo indio, agobiado por el peso de los años, no pudo seguir a los que partieron obedeciendo al espíritu errante de la raza, quedando en el refugio de la selva, en compañía de su hija, la hermosa Yaríi.

Una tarde, cuando el sol desde el otro lado de las sierras se despedía con sus últimos fulgores, llegó hasta la humilde vivienda un personaje, que por el color de su piel y por su rara indumentaria no parecía ser oriundo de esos lares.

Arrimó el viejito del rancho un acutí (1) al fuego, y ofreció su sabrosa carne al desconocido visitante. El más preciado plato de los guaraníes, el tambú (2), brindó también el dueño de casa a su huésped.

Al recibir tan cálidas demostraciones de hospitalidad, quiso el visitante, que no era otro que un enviado de Tupá, recompensar a los generosos moradores de la vivienda, proporcionándoles el medio para que pudieran siempre ofrecer generoso agasajo a sus huéspedes, y para aliviar también sus largas horas de soledad en el escondido refugio situado en la cabecera del hermoso arroyo.

E hizo brotar una nueva planta en la selva, nombrando a Yarîi, Diosa protectora, y a su padre, custodia de la misma, enseñándoles a “sapecar” sus ramas al fuego, y a preparar la amarga y exquisita infusión, que constituiría la delicia de todos los visitantes de los hogares misioneros. Y bajo la tierna protección de la joven, que fue desde entonces la Caá-Yarîi, (3)y bajo la severa vigilancia del viejo indio, que fue el Caá-Yara (4), crece lozana y hermosa la nueva planta, con cuyas hojas y tallos se prepara el mate, que es hoy la más genuina expresión de la hospitalidad criolla.

 III- El castigo del Caá- Yara.

La Caá-Yarîi, no solo es Diosa protectora, sino también la dueña virtual de los yerbales. No solamente protege a la planta, sino también a todos aquellos que luchan por alimentar y sostener su existencia. Por eso, hace pacto con los peones que trabajan en los yerbales, mediante su esposamiento espiritual con los mismos, vínculo que sitúa a estos dentro del calor y del bondadoso propiciamiento que necesitan en sus incompensados esfuerzos.

La ceremonia de la unión es curiosa: en horas de la noche llega el modesto trabajador del yerbal hasta frente a una “mata” del vegetal, y abrazándola le jura amor y fidelidad. Así permanece hasta que el suave rumor de las espesas copas de la yerba mate hácele llegar el asentimiento ansiado. Prodúcese después la más difícil prueba: caen sobre el cuerpo del contrayente insectos y alimañas, que miden su valor y su fe y por fin, si es que este ha sabido sobreponerse al espanto, aparece la hermosa Caá-Yarîi, ante quien debe ratificar sus anteriores juramentos.

Desde entonces, la Diosa del yerbal protege, alienta y ayuda al modesto y “sufrido” peón encargado de las duras tareas del mismo, tratando de que su comportamiento sea siempre ejemplar. Lo induce al bien, lo orienta convenientemente, y encauza sus acciones dentro de todo lo que puede implicar un mejoramiento de su pobre condición, alejándolo de los peligros y de las tentaciones que preséntanse, a la vera de su modesta trayectoria. Cuéntase, que cuando el obrero prepara su “raído” de yerba que contiene hasta veintidós arrobas de hojas y tallos quebrados de la preciada planta, la Caá-Yarî, visible únicamente a su compañero espiritual, se sube sobre la carga para aumentar el peso y, por ende, la ganancia de este.

Pero, así como la Diosa ayuda y protege al trabajador, no titubea en abandonarlo cuando su conducta no se ajusta al pacto concertado. Déjalo entonces a merced del Caá Yara, que no transige con los malos, y a los que aplica con rigidez duras represiones.

Cuando en las noches misioneras, los que no han sabido guardar fidelidad a su Diosa, integran las reuniones de la peonada formadas alrededor de los fogones para saborear el exquisito “amargo”, hace sentir el Caá-Yara su terrible venganza.

Un grito estridente que lleva el terror al alma de los habitantes de la región, y que quiebra súbitamente el silencio de las tinieblas, va a clavarse en el corazón del infiel... Es el trágico anuncio de lo irreparable.

Enloquecido, corre por la selva el predestinado, sin que los auxilios humanos sean capaces de evitar su desgracia... Después... sus despojos encontrados en las honduras de la fronda, carne muchas veces de las fieras, acusan el cumplimiento del inexorable fallo del severo señor del yerbal. Muchas veces se ha sentido en las noches del nordeste, el infausto presagio del Caá Yara, sentenciando también a los hombres que, con sus “cortes” despiadados, exterminan los extensos manchones naturales de la noble planta, impulsados por despreciables miras individualistas, y aprovechando la circunstancia de obrar fuera del alcance de las autoridades encargadas de proteger tan ponderable riqueza.

IV- El oro verde.

Misiones es el corazón de los grandes yerbales americanos. En su seno, y bajo la dulce protección de la Caá-Yarî, y la severa custodia del Caá-Yara, brota con extraordinario vigor la apreciada planta que cubre dilatadas extensiones de su territorio. A lo largo de la maravillosa ruta del Iguazú, que corta la ondulada región en centenares de kilómetros, enseñando los árboles gigantes, las lianas, enlazándolos caprichosamente, los altos helechos nucleados en sus bordes, las palmas esbeltamente erguidas, las preciadas orquídeas prendidas a los añosos troncos, y los imponentes pinares extendiendo implorantes sus ramas, como rogando un alto al viajero del camino, se aprecian árboles de yerba mate que tienen más de treinta metros de altura, cuyos troncos blancos sostienen orgullosamente frondosas copas, que representan más de un centenar de kilogramos del valioso producto.

Los pobladores de Misiones han abierto parte de su selva, y han levantado allí los cultivos de este precioso vegetal, el oro verde, en el que cifran sus mejores esperanzas de progreso. Por eso, Caá-Yarîi protege la vida de esta planta buena, y también la de los hombres que trabajan en su cultivo.

Y por eso Caá-Yara castiga a los que no observan en los yerbales una conducta generosa con la planta que Tupá hizo crecer, para felicidad del pueblo misionero.

(Los acontecimientos felices o desgraciados que se registran durante la cosecha de la yerba mate, los trabajadores siempre atribuyen al “poder” de estos dos personajes de la mitología misionera).

1. Roedor regional 2. Gusano de carne blanca y abundante, criado por el guaraní en los troncos del pindó, que no solo proporcionaba su abundante carne, sino también un aceite muy codiciado con el que curaban algunos males, apuraban las digestiones, y se precavían de los innumerables insectos de la selva. El indio cultivaba el tambú en la siguiente forma: derribaba el pindó y untaba uno de sus extremos con grasa de anta para ayudar la procreación del mismo, y en la estación anual propicia lo abría longitudinalmente con su hacha de piedra para extraer los largos “collares” de gusanos, abundantemente nucleados en su interior.

3. y 4. Dioses protectores del yerbal.

El relato es parte de Cuentos Misioneros (antología). Cambas (Posadas 1905-1982) fue periodista, escritor, notario, historiador e investigador. Creador del actual escudo de la provincia de Misiones.
Ilustración: Caá Yarí (la leyenda de la yerba mate), pintura de Clara Pólito, artista plástica posadeña.

Aníbal Cambas

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