Retorno

domingo 03 de abril de 2022 | 6:00hs.
Retorno
Retorno

Desde hace un tiempo viene planeando el viaje. Volver a los pagos de su infancia. Pasaron tantos años…

¿Habrá cambiado mucho el lugar? Nuevos vecinos, seguro. Y su casa.

La mira y no puede creer. Tal como la recordaba. Se acerca, va a la cocina y le parece sentir el aroma de las tortas fritas, en los días de lluvia. Intacto, todo. Hasta la bolsa donde su madre ponía el pan, sujeta a un gancho que ellos no alcanzaban. Pero a la siesta, con un banquito, hurtaban dos o tres galletas que se repartían.

Abre la puerta de la sala. No está con llave, nunca lo estuvo. Para qué, si ladrones no había. Tal vez alguna tranca, en los ranchos del cerro, por precaución o costumbre.

La mesa larga ni siquiera tiene polvo. Y la biblioteca de su padre, con los libros que le abrieron el mundo.

¿Es que al mudarse a la ciudad no llevaron esos pocos muebles?

Entra al dormitorio, testigo de juegos y travesuras. Las camas están hechas y se tiende en la suya. Crujen las chalas con que se rellenaba el colchón. Ni siquiera se quita las zapatillas. Cierra los ojos y se adormece mientras por la ventana entreabierta un vientito fresco le despeina.

Todo está como entonces, piensa. Y rememora el boliche del turco a donde lo mandaban a comprar grasa, harina y cigarrillos para su padre. En otro terreno, la casa del portero cuya mujer muy temprano ordeñaba la vaca y les traía leche espumosa. A cien metros, la Gendarmería, pintada de verde. Y más abajo, la estafeta de correos que solo abría los jueves, cuando llegaba la correspondencia que, a caballo, traía un muchacho desde el pueblo distante a once kilómetros.

Siente en su mano el bodoque de masa para ir a pescar mojarritas, hasta el pozón. Con el Tono, el hijo de la maestra que vivía en la otra casa del Plan Quinquenal. No volvieron a verse, qué sería de su vida.

Lo despierta la campana de la escuela.

¡Arriba, gurisada! Oye la voz de su madre. Que el desayuno está servido y van a llegar tarde.

Se levanta, se mira. Es un niño de apenas 8 años. Calza las alpargatas y restregándose los ojos va al baño, se lava la cara en una palangana y toma su mate cocido. Y sus hermanas, ¿dónde están?

Mete la mano en el bolsillo del pantalón corto y encuentra las piedritas para jugar al capichuá, en los recreos. En el otro bolsillo, dos bolitas, la bochona algo caqueada y la más pequeña que se ganó en una tinga.

En el patio arde ya una fogata y la cocinera prepara un té caliente, para los serranitos que, descalzos, bajan de los cerros pese al frío y a la escarcha.

Se pasa la mano en la frente, debe de estar soñando. El ya no es un chico, sino un hombre cuarentón, que vino a encontrarse con su infancia. Se siente raro y le cuesta respirar. ¿Cómo llegó? Quién lo trajo…¿el carro de don Zabasqui? Quiere preguntar, pero no hay nadie. O no lo escuchan. Se agita, siente una opresión en el pecho. Debo de estar soñando, o peor, es una pesadilla, se dice. Manotea y alguien le toma del brazo.

Vuelve a la cama y recuesta su cansancio. Lo envuelve un silencio frío, una sensación desconocida. Se deja llevar…

Sale una enfermera y simplemente dice: hay que avisar a los familiares. El paciente falleció.

Rosita Escalada Salvo

Inédito. Escalada Salvo ha publicado más de treinta libros de cuentos, poemas, novelas, teatro y antologías compartidas.

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