La luz misteriosa

domingo 27 de marzo de 2022 | 6:00hs.
La luz misteriosa
La luz misteriosa

Dentro de la variedad temática de los cuentos regionales existe un segmento importante dedicado al miedo. El miedo es una traba psicológica que puede ser muy fuerte y dominante frente a todo aquello que nos es desconocido. A partir de la memoria más o menos vívida de los cuentos regionales, existe un capítulo dedicado a despertar el temor dentro de la imaginación dirigida a toda suerte de fenómenos que partiendo de una franja ancha de lo desconocido explota precisamente un temor generalmente juvenil frente a lo que desconocemos por experiencia o vivencia anterior. Generalmente tenemos temor, y a veces mucho temor frente a sucesos en los que el desconocimiento nos infunde este sentimiento tan indominable a veces.

En el repertorio de estas experiencias puedo relatar una anécdota que me hizo sentir temor. Para relatarla tendría que describir previamente, cómo era nuestra casa en el lugar de pesca al que asistíamos con mucha frecuencia en épocas de mi adolescencia. Mi padre tenía en nuestro lugar de pesca una casa de madera que habitamos durante muchos años hasta el momento que debimos abandonar el lugar. Era este un predio que mi padre había seleccionado relativamente ubicado a algunos metros de la orilla del río que ocupamos durante muchos años. Seleccionado el lugar por la planicie se había construido una base de cemento alisado, que hacía las veces de piso con una mezcla de cemento y canto rodado obtenido de una playa cercana al lugar. Este piso formaba la base de lo que fue la casa tomando la dimensión de las habitaciones en los que formando un zócalo del mismo material, servía para apoyar los paneles de madera prefabricada que formaba la casa. En un aserradero local se habían comprado paneles de madera con tablitas serradas transversalmente, que luego, llevadas en un camión se habían armado conformando. La casa estaba conformada de dos ambientes principales: uno de ellos destinado a ser dormitorio de mis padres. Y, dejando una amplia galería en el medio, del otro lado otro dormitorio donde dormíamos los hijos en compañía de mi esposa y de mis hijas. Y dentro de este mismo bloque, un pequeño ambiente destinado a baño. En la galería del medio estaba colocada una amplia mesa que era el lugar de comida y reunión familiar. El lugar no contaba con energía eléctrica y entonces la luz a la noche era proporcionada por una serie de faroles tipo “Petromax”. De tal forma que al ir ganando la penumbra toda la familia se dedicaba a prender estos aparatos que tenían un procedimiento determinado a presión del querosén. Además, que cada miembro de la familia tenía en sus pertenencias personales linternas de distintos tamaños que servían para ir hasta la costa del río en esta mesa todos los que viajábamos íbamos al lugar almorzábamos y cenábamos y luego nos situábamos en el mismo piso alisado en el frente de la casa que daba hacia el río a una distancia de unos quince metros de la orilla. Era magnífico, luego de cenar acomodarnos en unos sillones metálicos que teníamos, al efecto de observar la tremenda masa acuática que fluía lentamente en el sentido de la corriente del río interminable, donde a veces, se veían pasar objetos flotando como boyas y trozos de troncos y en la orilla los botes utilizados para la pesca como canoas, también de madera, de fondo plano.

En cierta ocasión habíamos llegado desde Posadas casi en el crepúsculo. Y casi sin darnos cuenta entre la actividad febril de prender las lámparas nos sorprendió la noche dándonos tiempos para cenar y acomodarnos al frente de la casa a mirar, el siempre subyugante espectáculo del río como corría al frente. No nos habíamos dado cuenta que era una noche sin luna ni estrellas. Probablemente con alguna capa de nubes cerradas en un cielo oscuro que nos cubrió de improviso. Se hizo una noche negra que era particularmente impresionante en un lugar desde donde siempre veíamos todo tipo de estrellas en este momento la oscuridad total. Era tal la placidez, que no tardaron en aparecer las anécdotas especialmente por parte de mi padre. El río al frente conformaba una negrura que, combinada con el silencio provocaba un momento lúgubre y cuando ya había transcurrido el paquete principal de relatos, uno de los presentes mirando hacia el horizonte del agua imposible de distinguir manifestó en un momento de silencio: “¿y esa luz?”, refiriéndose a una luz.

Casi al frente de la casa se podía ubicar, aunque sea en forma imaginaria por no poder ver en el momento la línea casi imperceptible del canal de navegación. Cuando uno navegaba en bote hacia el frente, que sería la costa del Paraguay, siempre nos encontrábamos donde existían una serie de islas que eran ya territorio paraguayo entre la que se encontraba la isla Yacyretá. Se trataba de una línea de alta profundidad donde se había realizado antiguamente un dragado para posibilitar la navegación fluvial. A veces se veían pasar por allí embarcaciones como remolcadores y chatonas dedicadas al transporte por esa vía. Si uno miraba la luz le parecía observar un casi imperceptible titilar y a veces en una traviesa jugada que nos tendía la imaginación, parecía que se movía como si fuera una embarcación que estuviera pescando mirando a la luz fijamente. Cada vez parecía mayormente que tenía movimiento. Mi padre fue el primero que arriesgó una teoría: “son pescadores” afirmó, que están pescando en el canal. Avanzada la noche nos visitó el hombre que vivía en el lugar como cuidador de todas las casas que estaban agrupadas y que recibía el nombre familiar de “Don Muñoz”. Cuando compartimos con él la inquietud de observar la luz que titilaba comenzó a relatar algunas experiencias fantasiosas que asaltaban los lugares. Por supuesto las referencias eran imaginarias en el sentido que eran partidas de hombres salvajes que acosaban a los habitantes de las casas. En un momento determinado Don Muñoz contribuyó a aumentar el miedo del grupo y manifestó: “me voy a mi casa a buscar el machete”. Con lo que todos los muchachos entramos a temblar. Cuando se fue Don Muñoz quedamos un momento en silencio y fue mi padre el que dijo: “escuchen eso” y haciendo el más absoluto silencio parecía que sentíamos el ruido acompasado de un cuerpo que entra al agua como cuando se acerca una embarcación a remo. Nosotros hacíamos silencio para escuchar y podríamos haber jurado que era audible este sonido del ruido acompasada el agua y que este sonido se acercaba cada vez más a la orilla. Mi padre evidentemente preocupado no sé si con el mismo miedo que los jóvenes manifestó: “bueno, vayamos cada uno a nuestros dormitorios y nos trancamos bien fuerte la puerta de adentro, por lo que nos pueda pasar”. Con lo que los muchachos nos encerramos en nuestros respectivos dormitorios cada uno envueltos en un inquietante temor. Por supuesto trancamos bien las puertas y nos acostamos. Cansados de un día de mucha actividad y probablemente por lo apacible del lugar al poco tiempo quedamos dormidos. De madrugada yo me desperté y haciendo silencio me trasladé hacia la ventana que daba al frente del río observando la luz que daba impresión de moverse, y titilando y siempre en el silencio de la noche se sentía el sonido sigiloso de los remos en el agua, acercándome controlé bien fuertemente la tranca de la puerta con lo que el sueño me venció.

A la mañana siguiente al despertarme, por supuesto que concurrí prestamente al frente de la casa para observar el panorama del río y sin divisar luz alguna. Y desde ya el canal se veía a lo lejos apaciblemente despejado en su totalidad. La febril actividad hizo que no hiciéramos comentarios del episodio de la noche anterior y nuestra actividad de la pesca hacía que el entusiasmo borrara los comentarios que pudiéramos hacer. Desde ya que tampoco comentamos cuando yo observé a que se refería el misterioso sonido de los remos. Al recorrer la orilla advertimos que había una pequeña barranca que se había producido por una reciente bajante del río donde unos huecos que se habían formado en la tierra producían el casi idéntico sonido, con el flujo y reflujo del agua del río. El sonido de los remos que creímos con tanta precisión sentir la noche anterior.

El relato es parte del libro Se hundió El Marfisa y otros cuentos del río Paraná. Panza es abogado y reside en Posadas.

Rodolfo Aníbal Panza

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