En la misma bolsa

domingo 13 de febrero de 2022 | 6:00hs.
En la misma bolsa
En la misma bolsa

E
ran enemigos de toda la vida. Siempre que se encontraban se mostraban los colmillos y las zarpas y se prodigaban todo tipo de insultos. Cuando uno se lanzaba sobre el otro se producía la corrida más estrepitosa que se pudiera imaginar en el mundo de los seres vivos y de las cosas inanimadas, pero he aquí que una ley de los humanos los metió en la misma bolsa y de ahí en más la cuestión fue comprobar cuál de los dos era el más apto para sobrevivir en un monoambiente al lado de un indeseable las veinticuatro horas del día.

De entrada, la bolsa no era lo suficientemente grande para contener a los dos (si bien tenía amplitud en su interior como para albergarlos en el espacio físico que ocupaba cada uno) no se habían considerado las corridas que necesariamente sobrevendrían producto del roce al que estaban expuestos. La convivencia significaba tener que resignar una práctica ancestral que iba más allá de la propia historia contemporánea que los tenía coexistiendo en el saco.

Una vez más los humanos, derrapando en esto de hacer las leyes, a estas dos criaturas nacidas para odiarse las pusieron en el terrible dilema de tener que adaptarse una a la otra modificando sus genomas de prevención, o mantenerlos toda vez que se pudieran extender los colmillos y las zarpas para tratar de terminar con la molestia de soportar al otro de por vida. Naturalmente, las corridas ya no serían parte de la guerra a menos que fueran los dos contra los tejidos de la bolsa que los tenía encimados.

Y así lo hicieron. Por un momento dejaron sus controversias y acordaron una estrategia común para deshacerse de la estúpida ley que los igualaba a los humanos otorgándoles los mismos derechos que éstos violentaban a diario cuando ejercían algún cargo de poder. Se llamaban “legisladores” y solo eran delirantes que consideraban la nominación como título habilitante para modificar la naturaleza de la creación. Eran la réplica de los arbustos que apenas proyectan sombra en el suelo pero se erigen como las secuoyas del ecosistema.

Ese delirio de entrometerse en asuntos que no eran de su competencia les venía de una extraña enfermedad llamada ignorancia, no entendían  que la naturaleza los había fabricado para odiarse a perpetuidad y que de ese encono salía la fortaleza para enfrentar peligros mayores y más significativos que aquellos de correrse uno al otro con balas de fogueo. Falsos como el jabón del baño que les tenían predestinado, los diputados y senadores -con su ley- les concedieron derechos y una cuota de la hipocresía que habían adquirido formando parte del combo de los cargos.

Y he aquí que como buenos alumnos pusieron inmediatamente en práctica los dones recibidos. Ni bien sellado el acuerdo, la zarpa salió disparada en dirección al rival y éste abrió la boca tan grande para recibirla con un mordisco que toda la dentadura se le quedó enredada en el tejido de la bolsa al igual que las uñas que venían dispuestas a rasgarlo todo. “No funciona esto en este envoltorio…” – se dijeron - “debe haber otro modo…” y lo había.

 Encontraron la solución en hacerle creer al oponente que estaban dispuestos a olvidar el antagonismo de una vez por todas fingiendo una amistad duradera que permitiera la distracción del otro. Así, asestarle el golpe final sería pan comido. El más astuto de los dos se acarició los bigotes pensando “le haré creer que estoy descompensado,  estresado o algo así y me echaré a dormir por tiempo indeterminado… veremos qué sucede… cuando se acerque a examinarme… lo despacho”.

Se acostó cuan largo era ocupando la mitad de la bolsa, cerró los ojos y se olvidó del mundo. El otro lo observó con preocupación. “¡Qué oportunidad de masticarle la yugular y acabado el problema! –se dijo- pero no es propio de un individuo íntegro aprovecharse de un tipo enfermo… en algún momento tendrá que despertar y terminar el  trabajo de desgaste del trapo como se comprometió… después, lanzarlo por el agujero y largarme tras él será sencillo, la carrera hará lo suyo y cuando caiga exhausto… chau vecino. Al cielo de los tontos será tu próximo vuelo.”

Y se relajó. Se tendió en el espacio que quedaba observando el cielo de los tontos por los intersticios de los tejidos de la bolsa y se quedó dormido. El ladino -que no lo estaba- comenzó inmediatamente el roído despacioso del saco lo más cerca posible de su oponente. Trabajaba con extremo cuidado con uñas y dientes debilitando el tejido hilo por hilo casi sin respirar. Cuando el buraco alcanzó el tamaño de su cabeza pensó… ¿y si en vez de empujarlo al vacío me largo yo por el hueco y si te he visto no me acuerdo?…  tendré que deslizarme por debajo de él y podría perder una extremidad en el intento… No importa. Cualquier precio será barato a tener que aguantar su presencia por el resto de mis días.

Con supremo esfuerzo empujó suavemente el corpachón dormido liberando espacio para introducir la cabeza en el agujero y ponerla a salvo de la dentadura que permanecía inactiva, hecho esto trató de empujarse con los omóplatos pero se  trancó a la altura de las paletas y quedó a merced de su siniestro adversario que ahora, despierto y con una sonrisa malvada, contemplaba la escena. No usó los dientes… simplemente accionó sus extremidades posteriores con tanta fuerza que el taimado salió despedido como un cohete hasta el mundo siguiente. Sin dudarlo un segundo se lanzó tras él.

Si se observa la luna en las tardecitas húmedas o en las noches despejadas, se los puede ver… disparados… uno detrás del otro,  circunvalando el satélite sin evidenciar ningún deseo de retornar al mundo de los humanos. Prefieren perseguirse eternamente antes de que los metan otra vez en la bolsa, los encierren de nuevo y les exijan un pase sanitario para darles de comer. Si bien la solidaridad nunca formó parte de sus conductas, una vez ganada la libertad se muestran extremadamente solidarios a la hora de conservarla. 

Nielsen es cuentista, poetisa y compositora de música. Tiene varias publicaciones y participó en antologías

Norma Nielsen

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