El extraño brillo

domingo 02 de enero de 2022 | 6:00hs.
El extraño brillo
El extraño brillo

El trillo que llevaba a la casa del vecino más cercano estaba mojado ya por el rocío del atardecer. El lucero alumbraba en el horizonte y de a una iban apareciendo las casas tenuemente iluminadas por algún petromax o lámpara de kerosene que hacían esos espacios lumínicos en el entorno como unos pequeños huequitos donde el calor parecía querer escaparse entre los árboles del monte.

   Las tradiciones no cambiaban  y se repetían año tras año, es más , creo que toda mi vida, desde que tenía uso de razón los ritos eran los mismos… la época de “ensartar” el tabaco en largas líneas de alambre, donde la familia se reunía por las noches a realizar la tarea, turnándonos para ir a la casa de los otros, enhebrar las grandes hojas ,dejarlas secar  unos cuantos días colgadas en el viejo galpón, a la sombra , para llevarlas luego a la Cooperativa, donde con el dinero de la venta, debíamos pasar buena parte del año, ya que las ventas de la huerta, leche, huevos… eran mínimas y con ellas subsistíamos hasta llegar a la temporada del tabaco nuevamente, donde las finanzas cambiaban. Papá cambiaba de ánimo y nosotros, recibíamos algún boyero o un pantalón nuevo o mi hermana un vestido y sandalias blancas para ir a la iglesia.

   Esta noche no era igual, ya había pasado la época de preparar el tabaco, y diciembre se perfilaba muy caluroso, según argumentaban los mayores, ese año las chicharras habían comenzado antes sus conciertos, y se extendían en ellos hasta entrada la noche, presagiando así , noches de pegajosos sueños, ya que a veces no refrescaba casi nada hasta llegada la madrugada, donde el rocío fresco comenzaba a bañar los árboles del huerto, el pasto del potrero y el techo de chapa que comenzaba a crujir un poco, luego de haber soportada un sol que incineraba hasta los pensamientos.

   El lucero colgado casi sobre la línea del horizonte marcaba la hora de regresar a casa, donde emprendíamos, en fila india, la marcha detrás de papá que llevaba dormido a mi hermanito menor cargado en sus brazos, mamá detrás de él tomándome la mano a mí y yo a mi hermana más grande. Mi lugar era estratégico, allí podía ver hacia ambos costados y hacia atrás, y escuchar algún ruido extraño para avisar a papá. Esa noche habíamos ido a practicar en casa de nuestros vecinos unos villancicos que presentaríamos en la Nochebuena en la reunión del pueblo. Todavía resonaban en mis oídos los acordes de “que bonita Navidad, todo el mundo alegre está…” cuando sentí un ruido extraño… como de gajos quebrados debajo de alguna felina pisada… seguí caminando, apretando fuerte la mano de mi madre y de mi hermana…

- No-   argumenté para tranquilizarme  - es mi imaginación. Al voltear la cabeza, me pareció ver unos ojos amarillos brillantes, observando nuestro caminar por el monte. Volví a repetirme - es mi imaginación. Comencé a tararear despacito la canción que habíamos practicado una y otra vez en la casa de don Adolfo, acompañados por su vieja “verdulera”, para que los demás no sintieran los latidos de mi corazón.

   En la  escuela, entrado diciembre, era todo un poco más pesado, había que saberse las tablas de memoria, leer de corrido, escribir bien al dictado, y conocer alguna que otra leyenda donde se presentaban mágicos personajes y otros no tanto, llenos de misterio que merodeaban las siestas y las noches del monte misionero. La que más me llamaba la atención, era la historia del lobisón, un pobre hombre que por desgracia se convertía en perro algunos viernes de luna y andaba deambulando, sin saber a dónde ir. Siempre le tuve lástima, no debía ser fácil vivir así, sin tener una familia, sin poder estar seguro las noches en que se convertía, ya que las más de las veces los vecinos tenían sus escopetas cargadas, listas para el disparo, por si aparecía algún bicho del monte merodeando el gallinero, o asustando a las vacas en el corral ….

  Cuando la maestra nos contó la historia… me prometí que cuando fuera grande, lo iba a buscar, y lo iba a ayudar a que pudiera sanarse de esa maldición, estaba seguro que el buen Dios, seguramente tenía alguna receta para curar ese mal. Y siempre, en el libro, donde aparecía su imagen, yo lo miraba fijo y buscaba algo bueno en el…  tenía un brillo triste en sus ojos, como desteñido seguramente por tantos años de transformarse sin poder mirar a los ojos a nadie, sin sentir una caricia cuando estaba en “su peor luna” –Si-  yo iba a pedirle al Niño Dios esa navidad un regalo especial.

 Las tareas en la escuela fueron terminando, como con ellas, las clases. Un Suficiente Bueno y una frase cortita: “felices vacaciones” me hacía sentir el ser más feliz de la tierra ya que eso significaba que Papá Noel ese año me traería el regalo que yo le estaba pidiendo desde hacía tiempo: una bicicleta, no importaba la cantidad de cambios que tuviera… era para poder perderme en las siestas a buscar pitangas o comer moras en los árboles que estaban más lejos de casa.

  Todas las noches antes de dormir me sorprendía a mí mismo juntando las manos en posición de oración… “Niñito Jesús que naciste en Belén …..” y allí como cada día y cada momento desde que lo ví, pedía un remedio, sabía que Dios me escucharía….. Los milagros sucedían en Navidad, yo lo sabía. Dios leía los corazones de los niños y el ayudaba a que esos sueños se hicieran realidad.

  Los preparativos para la Nochebuena estaban a full y los niños ayudábamos en la casa a juntar las frutas para ponerlas a secar al sol, ciruelas, duraznos, peras… todas las que luego de un proceso de caramelización, que sólo mamá conocía, iban a parar a la gran fuente con masa casera de pan dulce.

  Pero  en ése ambiente, donde el Espíritu Navideño deambulaba de casa en casa, metiéndose en cada rincón,  había un constante cuchicheo seguidos de algunos cortos suspiros en los pequeños grupos de mujeres que se juntaban frente al almacén de ramos generales, donde cada una iba a comprar lo que le faltaba, ya que allí se podía encontrar de todo… ése año la Nochebuena sería viernes … y  de luna llena!!

    Yo era feliz en ese tiempo de Navidad, parecía que las personas se volvían más amables, compartían sus cultivos, sus frutos, los picles y los pan dulces.  Todos hablaban de la reunión en el pueblo, donde cada uno llevaba lo que mejor sabía preparar y luego del pesebre viviente que preparábamos entre todos, nos reuníamos en una gran mesa para compartir y celebrar el nuevo año de vida del Niñito Dios.

  La Nochebuena llegó cargada de sabrosos alimentos, que fuimos colocando en la gran mesa.

Los actores ocuparon sus lugares en el pesebre y todos nos fuimos sentando para ver mejor, en bancos de madera improvisados. Cada uno represento de manera fiel a cada personaje, pero uno de ellos me llamó la atención… José. Parado al lado del pesebre, tomando el brazo de María que acunaba al Niño entre los suyos.

 ¿Que me parecía conocido de esa estampa? Habían pasado casi doce navidades desde que yo había nacido… Todos los integrantes del pesebre me eran muy conocidos…

Los personajes continuaban con sus libretos … y de pronto un rayo de luna, que se descolgó de algún pino que rodeaba el espacio donde nos habíamos reunido … se coló he ilumino esos ojos….

Siiii -  conocía ese brillo, me era familiar esa mirada…. En un segundo, como un relámpago que rompe las nubes en una noche de tormenta…  José clavó sus ojos en los míos…  ese segundo pareció eterno, recordé mis noches de rodillas con las manos juntas, de inocente oración de niño…

  Me miró, pude entender su mensaje…  Pude leer en ese minúsculo lapso de tiempo tanta tristeza apretada en su pecho, y supe en ese momento que con esa mirada me estaba dando las gracias.

Las navidades continuaron sucediéndose en aquel pueblo olvidado en el monte. No recuerdo que número fue, pero llegó mi esperada bicicleta … 

    Los viernes de luna llena, también siguieron, pero luego de aquella Navidad, donde el perdón fue más dulce, donde los corazones estuvieron más unidos, donde la magia del cielo se juntaron con la esperanza de la Tierra, donde los hombres de buena voluntad decidieron olvidar los daños hechos de manera inconsciente…. Fue allí, donde ocurrió el milagro de resurrección del amor que había dejado como ejemplo el Hijo de Dios cuando caminó este mundo.

  En esos viernes de luna llena, suele escucharse en el monte un claro tararear de un villancico que llena la noche con sus acordes, muy fuera de época, pero que suena feliz y agradecido.

El cuento fue parte del concurso cuentos de Navidad de 2016. Estela Mary Otto es docente, miembro de ALA (Asociación Literaria de Alem).

Estela Mary Otto

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