El llanto del enterrador

domingo 19 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
El llanto del enterrador
El llanto del enterrador

En  un paraje adonde el tiempo se había detenido transcurre una escena en la que me vi siendo parte y luego supe que se trataba de un sueño. El sitio era un viejo cementerio y allí sucedía lo que parecía ser un funeral. Encontrándome  en el lugar sin saber cómo ni por qué, divisé a muchas personas en derredor de una tumba recién excavada y al borde de la misma, un ataúd listo a ser depositado en el hueco que semejaba una herida abierta en la piel de la tierra.

Me acerqué lo bastante como para enterarme de qué se trataba y así pude ver, en el extremo opuesto de la cabecera de la fosa, al presidente de la nación dispuesto a dejar caer sobre el ataúd la primera palada de tierra. En torno suyo, estrechándose hacia atrás y al costado derecho del hueco, sus ministros; del  lado izquierdo los miembros de la corte, gobernadores y legisladores de una y otra  cámara aguardando turno para contribuir con la carga sobre el cajón que aguardaba su descenso al fondo del pozo. Enfrentado al presidente y en la propia cabecera del ceremonial se hallaba un singular personaje que llevaba una especie de corona sobre la cabeza y una capa en cuya pechera, escrita en letras doradas sobre fondo negro, se leía la palabra  “DEMIA”.

Nada más. No había velas, flores, discursos, rezos, llantos, abrazos, súplicas. Nada que diera cuenta del dolor de la pérdida de quien se encontraba en el interior de la caja oscura aguardando transitar  el último tramo del  camino al olvido. Nadie más salvo el sepulturero del cementerio que observaba de lejos, desde varias tumbas de distancia, el desarrollo del solemne acto.

Desde el sitio donde yo me encontraba llegar hasta él  no iba a resultar difícil -mediaban unas seis o siete tumbas entre los dos- así es que me puse en camino por los estrechos pasillos jalonados de florecillas silvestres, restos de velas a medio consumir, guirnaldas de papel, crucecitas de madera y de metal de distintos tamaños y recipientes de vidrio y losa conteniendo flores de plástico. Me acerqué al enterrador y cuando estuve a su lado, le dije: - “Perdón” y sin poder ocultar el asombro - ¡Es el mismo presidente de la nación el que está ahí… con sus ministros y otros poderosos personajes…! ¿A quién están enterrando? ¿Quién está en ese ataúd?

El hombre - cuya edad me fue imposible determinar- apartó la mirada de la ceremonia dirigiéndola hacia el gran portal de entrada al cementerio y,  extendiendo el brazo en forma de abanico sobre la ciudad, me dijo con una voz que no se correspondía con ningún registro conocido: -“¿Qué quién está en ese ataúd? Pues mire… usted, yo y toda la ciudadanía.” – “¡Pero cómo! (lo interrogué) Usted y yo estamos aquí, hablando… no estamos muertos…y  la ciudadanía está afuera…”. Tomé aire para formularle una nueva pregunta pero lo expulsé al ver que no estaba gastándome ninguna broma.

En tono casi desolado prosiguió - “Están enterrando la libertad, la dignidad y la integridad del pueblo y yo los ayudaré… ” Dicho esto,  viendo que la ceremonia de las primeras paladas había finalizado se dirigió a la fosa  ahora a medio tapar.

-¡Espere!- le grité ¡No entendí! ¡Yo estoy viva, íntegra, tengo salud y puedo irme de aquí cuando quiera! El hombre  se detuvo girando sobre sí mismo y, señalando el lugar donde me encontraba,  me dijo: “Usted sin su libertad y sin su dignidad es nadie  y sin integridad es nada como yo… hoy enterraré a ambos y a la ciudadanía” y se dispuso a emprender la tarea de suturar la herida de la tierra mascullando entre dientes un último comentario “pero ellos se salvan…siempre se salvan porque saben cómo eludir sus propias reglas…” 

El enterrador se encaminó tristemente hacia su propio entierro y yo seguí mirándolo sin percatarme de la tumba y de lo que estaba sucediendo allí, al volver los  ojos hacia ese escenario ya no había nadie alrededor del hueco, todos  se habían marchado excepto el singular hombre de la corona  y de la capa con letras doradas sobre fondo negro. Él se había dignado permanecer.

La última imagen que retuve al despertar fue la mecánica del sepulturero accionando la pala, las lágrimas cayendo de sus ojos en forma de cataratas y el intrigante hombrecillo de la cabecera, estoico en su lugar hasta la total finalización del acto. En la radio -que había dejado encendida al dormirme- estaban dando las noticias y entre ellas, la última cifra de muertos por la pandemia.

Nielsen es cuentista, poetisa y compositora de música. Tiene varias publicaciones y participó en antologías.

Noma Nielsen

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