Liberia

domingo 16 de mayo de 2021 | 6:00hs.
Liberia
Liberia

Hopy tiene un solo molde  -dije a Sofía-. Todas las cruces –no más de una docena- eran idénticas; los mismos arabescos, igual tamaño y despintadas la mayoría de ellas del original violeta extraída del aserrín del laurel negro. Dos filas simétricas y un hueco al costado con la fosa enlodada.

Estábamos empapados por la persistente llovizna. Después vendrá el vaho caliente remontando la germinación espontánea de las especies en sofocones grandiosos de expiración brusca antes que otra andanada líquida se abalance y asfixie el aire sin resistencia y nivele la montura de la tumba reciente.

-Líber –me dice Hopy- Acá somos todos iguales.

-Las cruces también –contesto.

Es evidente que estamos empatadas. ¡Dios me libre de estos pensamientos!

Y yo mientras tanto parada aquí, que tantos unos tragos escondidos ¡ah...!, semejante profanación en medio de esto no terminado, no finiquitado. Idéntico o casi igual porque Vitoldo no estuvo en el sepelio de Elmo. Jorge es el primero de la línea por ser el más chico, mientras buscaba al mono Tití perdió al padre: cambió el mono por el padre. Ana no, quizás ella en la búsqueda de darle utilidad a la cosa en complicidad con Vitoldo tratando de hacer un bien. Hasta que Fede me convence, que en paz descanse, ¿qué más podía pedir? Si tenía la familia alrededor y sin pensarlo dos veces nos mudamos al nuevo hogar a cambio de liberar el tractor. ¿Cómo no iba a dar todo el amor que podía a mis familiares y siendo Sonia y Jorge merecedores de guía y trato cariñoso, además de los otros? ¿Acaso un montón de chatarra reemplazarían el amor a dispensar a una familia tan unida como la de Sofía y Federico?

Así que reapareció el tractor. No por Ana ni Vitoldo sinó por Fede. Porque ellos tienen de qué prenderse. Ana tiene la escuela y los alumnos. Vitoldo la moto y el correo. Sofía la chacra y el mortero y a Jorge su futuro porque Sonia tiene al señor que come con las manos mirando como si te tragara con los ojos saltones.

Por eso este cortejo no es igual al otro porque están Vitoldo y el señor Lagar. Y Hopy hace las cruces igualitas no porque seamos semejantes en posición social los humanos sino porque tiene un solo molde el pícaro, que me guiña un ojo cuando oye mi suspiro que no es por él ¡que impertinencia! sino porque estamos empatadas Sofía y yo en el camposanto, un sacrilegio. Sofía me mira de costado como reprochándome. Estaré silabeando otra vez. Ahora traeré más flores pues tengo motivos suficientes por un tiempo. Miro y remiro el lugar mientras chupo las gotas que resbalan por mi cara, esta fina lluvia y el conjunto que no era igual al cortejo de Elmo porque era otoño y el Yabebirí no estaba crecido ni yo miraba por una ventana mientras Ana corría ni estaba Sofía con el mortero.

Aquella vez fui yo la que corrí cuando los pájaros no volaron y los ecos del tractor se habían apagado y renacía la respiración no tanto por el té de pata de buey sino por el susto que tendría al descubrir que Elmo se había apagado a la vera del camino que pasaba más despacio bajo mis chancletas. Siempre nos imaginamos que él moriría picado por una yarará macho pues había matado a la hembra y sus crías con el filo del machete y destruido el nido en la siesta del cuarenta y uno. Y esperaba los colmillos del desquite. Por eso usaba los botines en forma permanente, aún dormido. Para hacer el amor sacaba las sábanas así no las ensuciaba, una ocurrencia. Pensar que la cosa lo hizo sangrar por los agujeros abiertos en desmesura de las narices, únicamente por ahí como estiletazos vaciándose en la gamuza de piel de víbora del tractor tumbado monolítico a mis fuerzas en la ruta; la cual no era así antes hasta que vino la oruga del padre de Vitoldo y despejara esta vía ensanchándola y yo dándole panales de cabichuí para la tisis del caminero.

La miel que nos trae Zoilo es oscura. Zoilo musito. El mestizo ladeó la cabeza y me miró. Hice un gesto negativo.

-Después de esta mojadura –dijo Hopy acercándose más- vendrían bien unos tragos.

He sabido buscar las copas cuando Elmo llevó a la niña enferma a internarse a la ciudad y llovió veintinueve días seguidos con la radio descompuesta y sin buscar a nadie como compañía. Era para demostrarme a mí misma que es la estirpe la que aguanta con la Biblia y la ginebra. Para demostrar que la fibra que calzamos los polacos es enteramente sobrehumana como el Cristo y la cruza con ruso una potencia como cristal de roca. Será vanidad, orgullo, tesón, sapiencia o lo que fuera pero así hemos levantado más allá de Europa y sus guerras, de los imponentes océanos y caudalosos ríos, un mojón de vida en lo recóndito, virginal y hollado por los duendes del monte según Zoilo.

Que tanto misterio si Sofía vuelve a casarse y si Hopy la observara más detenidamente y viera tal vez que estamos empatadas, que da lo mismo que sea yo o ella viudas de sus hermanos, más bien ella que es buena ama de casa y labradora. Si se coloca el pañolón y el delantal ¡agarrate Líber! Sin decir agua va, dispuesta, siempre dispuesta, por eso el fogón nunca termina de apagarse. Cuando ella atiza los leños a la madrugada atención el clarín ha sonado, chancleando los zuecos en el tablonado crujiente del piso y el tejemaneje de las cacerolas y el chirriar del portón de las vacas.

En el sueño entrecortado familiar ya sabían que a partir de allí tendrían una porción de tiempo para arrebujarse en las sábanas sin ser suficientes cuando ya amanecía y cantaba a flor de cuello: el pastor de los rebaños una fuente encontró y dio gracias al Señor porque su rostro descubrió o las estrofas del himno polaco, señal que Rubí tomaba como iniciador del día mordiscando el primer hueso y ladraba gimiendo y saltando, perro infeliz, ni siquiera tuvo el coraje de avisar a la familia la desgracia como avisa el bueno del Sultán en el radioteatro de las estrellas la muerte del amo.

Mi cuñada Sofía siempre dispuesta, la cama doble ancho, colchón de plumas, seguro que dejará libre tomando el viejo de chalas: allí fabriqué a mis hijos decía Fede pobrecito y ella, Sofía, buena ama de casa, labradora, una buena hembra diría, sin el pañuelo y el delantal, acomodada de tal forma que el frotar con las chalas al hacer el amor era apenas el confundirse con un ajetreo de ratones en la oscuridad, criando a los hijos con bortschis, golomkis y mandiocas hervidas en natas de leche y cebollas fritas.

La llovizna amenguaba. El grupo se encolumnó para marchar. Voy detrás de Sonia descalza y del señor Lagar que se negó a sacarse los zapatos que parecen con plataformas por el barro adherido y los ojos abarcativos, como basilisco dijera papá te mira y te mata ¡Dios mío! No tendremos paz. Cada uno es un pozo de sorpresas. Ni que decir la tristeza de Fede cuando Sonia se fue tras un aviso de una academia de modas a la capital. Elmo trató de consolar al hermano diciéndole que los adolescentes crecen y es necesario apoyarlos para que se abran un porvenir afuera. ¿Acaso no tenía el ejemplo de Ana, la sobrina, que en un santiamén se recibió de maestra? Él estaba orgulloso de su hija y también estaría de su sobrina Sonia, decía Elmo, no iba a pretender el tozudo de Federico enterrar a la chica, que además es una belleza, en los límites de un fundo agrícola por no decir el confín del suelo patrio. No ¡qué va! Si se tiene la oportunidad hay que aprovecharla pues aquí se terminará casando con algún chacarero bruto olor a sobaco como nosotros que no sabemos ni siquiera regalar una flor, no por olvido de las fechas: es por la compostura personal que no nos ayuda, aconsejaba Elmo. Así se fue un día, una muda de ropas, un atado de rapadura, torta de grosella y un lápiz labial, en la camioneta del acopiador de carbón. Fede entró en un sopor mustio perdiéndose jornadas enteras en la chacra o mirando distraídamente los borbollones del Yabebirí. No era para menos: se ausentó la niña de su corazón. Ella regresaba cada tanto con paquetones de regalos y el jolgorio se instalaba en la casa. Para Ulisia una pollera escocesa, medias de ligas para la madre, tiradores elásticos para el padre, bombones rellenos, un cinto con hebilla dorada para Zoilo y a mí libros de Hugo y Verne. Y por primera vez saboreábamos turrones y chocolates almendrados, nueces y bebidas azucaradas con gas que nos hacía cosquillas en la boca. Sonia era feliz. Daba a cada cual lo suyo, jugaba con Rubí y Tití haciéndolos correr por el prado rumbo al arroyo, nadaba en los rápidos y en raptos de alegría nos besaba a todos. Eran días de francachela, la radio siempre a alto volumen y un movimiento continuo en la casa por los jóvenes invitados. Durante su estadía se desperdigaban encantos, risas y las preguntas ansiosas sobre modas y muchachos de la ciudad. Después del regreso flotaba un manto de extrañeza y la familia se hacía conjeturas sobre el próximo encuentro. Sin embargo, las visitas se fueron espaciando hasta que en las navidades pasadas no vino aduciendo, por carta, la inauguración de una sucursal de la academia cuya presencia era obligatoria. Motivo de desencanto en la familia, a pesar de las promesas que apenas finalizara se tomaba el primer colectivo y que, mientras tanto, apreciaran la postal que les enviaba de la estatua de la Libertad en la plaza 9 de julio.

-Necesita consuelo –le digo a Hopy señalando a Sofía.

¡Pobrecito Fede!  Morir así crucificado en algo tan familiar como la rueda.

-Necesita consuelo –le repito a Hopy- Y yo aire.

El otrora cortejo se dispersará al llegar a las casas y después vendrá la novena y al mes los rezos. Los pacientes caballos y los rumiosos bueyes estaban enlazados a los carros, saliéndoles los chorros de aire condensado por los ollares dilatados.

Los abrazos de pesar eran para Sofía, que dormirá seguramente la primer noche sobre el viejo colchón de chalas porque conserva el olor a pesar del transcurso de los años y prendida a una estampa de la virgen de Czenstochowa con su corona de oro, manto azul constelado de estrellas y un rosario en la cintura. Por unas horas nada más, dejando intacto el colchón de plumas de gansos probablemente para él, en una eventual visita del alma que saldría lentamente bajo dos metros de tierra amojosada y tibia.

Quizás por poco tiempo hasta que suene el clarín –a no dudarlo- y el ruido culinario sofoque sollozos reprimidos y la certeza de algo consabido que ella quería contarme a solas pues dio señales en tal sentido –no la conoceré yo- prolongando el enigma ya que tenía toda la vida por delante si quería comunicarme algo y caigo ahora que ya la rueda hidráulica había comenzado a rechinar de manera distinta intuía yo días antes del suceso, que tanto unos tragos ¡ah...! La intuición no me falla a la hora de descifrar los gestos, por algo pertenezco a dos o tres mundos si se quiere. Porque la viuda había puesto ramitos de azahares en mi almohada para perfumarla o laborando con el mortero cuando sus tareas estaban en la chacra o sus fijas miradas empozadas sobre mí, más un abono en la misa del domingo por la buenaventura de Sonia en los cortes y modas, no presintiendo ella que la rueda hidráulica tenía un sonar distinto a su eje de rotación paralizándola el diluvio del arroyo aún cuando la tierra seguía girando en sentido opuesto.

-En el cementerio –dijo Hopy- las cruces y lápidas son todas iguales. Acá cada uno es una cruz andante y con su propio tamaño ¿verdad?

Este Hopy me tiene hastiada.

Fragmento de la novela “Liberia”, ed. del autor. Impreso en Posadas, Misiones, año 2009. 

Raúl Novau

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