Rata

domingo 25 de abril de 2021 | 6:00hs.
Rata
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Bajábamos por la avenida hacia el río. Toda la semana el plan fue siempre el mismo. Salir de la escuela el viernes a la mañana y no volver a la tarde, así íbamos a remar. Esta vez hasta la isla del Toro. Bajábamos y todo se reducía a esas casas y edificios bajos que acompañaban nuestros pasos. Una hilera interminable de chivatos y jacarandás florecidos bordeaba la vereda de la barranca que entre el verde de las plantas y enredaderas dejaba ver apenas el basalto negro chorreando agua. Bajábamos y entre todo eso que nos envolvía como la siesta misma, llegamos al río. La arena comenzaba a la derecha ni bien pisabas la entrada de la vieja usina abandonada. De ahí en más otro paisaje se abría entre plantas silvestres y arena gruesa. Enseguida llegamos al primer arenero que dragaba la costa con un larguísimo chorro de agua marrón, acumulando una montaña de arena. Trepábamos como podíamos, enterrándonos a cada pisada hasta los tobillos, a la parte superior y de ahí, ya empapados, descalzos y sin remeras, cruzábamos al otro lado y decidíamos qué seguía. Continuar con el plan. El kayak doble de fibra de vidrio estaba en casa de un amigo, cerca de la Laguna, llegamos, llenamos el termolar, y lo cargamos hasta el agua arriba de nuestras cabezas, por unos 100 metros. Siempre pensé que en esos momentos, con el kayak encima, desde lejos pareceríamos porteadores, atravesando largas distancias, formando parte de alguna expedición. Al acercarnos el brillo del agua era enceguecedor. Hacía mucho calor así que antes de salir nos refrescamos un poco. Después arrancamos. La costa se achicaba detrás nuestro, aunque mucho más lentamente de lo que hubiéramos querido. Primero remamos aguas arriba para desde ahí trazar una imaginaria línea diagonal que nos permitiera adentrarnos en el canal y entonces navegar casi sin remar, ya aguas abajo, hacia la isla. Eso nos llevaba un buen rato pero una vez que entrábamos al canal, a descansar y tomar unos tererés.

Después de un buen rato la costa pedregosa de la isla se nos acercaba y al rato ya estábamos tirados en la arena descansando. Esa siesta no había gente. Como a la hora, hora y media, llegaron unos pescadores en una lancha enorme, bajaron y empezaron a preparar todo para asar unos dorados. Nosotros a partir de ahí sólo pensábamos en comer. El tere te quita la sed pero te da mucha hambre. No habíamos llevado nada. Sólo agua. Antes de que fuese demasiado tarde y para que no nos agarrara la noche remando, nos dijimos para empezar a volver. Ya estábamos por emprender el regreso cuando uno de los pescadores nos invitó a quedarnos. Nos negamos, por supuesto.

Volvimos en lancha, había lugar de sobra, tirando de nuestro kayak atado a una soga. Llegué a casa a eso de las 11. Ya acostado en la cama mirando el cielorraso, las sombras movidas por el viento, recordaba el río oscuro, enorme, bajando tranquilo. Ya no hacía tanto calor así que dormí con la ventana abierta.

Inéditos. Chemes es docente en la carrera de Letras de la Facultad de Humanidades. Músico. Su última publicación fue la novela “Ahora después”.

Javier Chemes

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