En los lindes de la muerte

domingo 21 de marzo de 2021 | 6:00hs.
En los lindes  de la muerte
En los lindes de la muerte

Unos nubarrones cruzan apresurados el anaranjado lecho del río y una brisa fresca me avisa en plena cara que ya deberían cerrar esta ventana de madera junto a la cual me hacen pasar las tardes.

Afuera ya no escucho tanto trino y mi floja vista aún me alcanza para advertir que hace rato no pasan botes ni barcazas que alboroten a la gurisada barranca abajo...

Hace rato también que esa mujer, que entra y sale de la casa y me dice cosas o me pone bocados un poco a lo bruto de tanto en tanto, no pasa por el rectángulo de la ventana cargando trapos sobre la cabeza.

Un catre sucio pero calentito con los pedazos de una vieja frazada comprada en la otra orilla una vez, hace mucho, me abrigarán en un rato más... después de masticar algo si tengo suerte. A veces, gracias a Dios, un mita-í de ojos grandes y sonrisa de sinvergüenza me trae algo a escondidas y sale corriendo para evitar los cachetazos de esa mujer que hace fuego y humo siempre... Mientras lo persigue me da tiempo para tragar costosamente el manjar robado. Los ratos que más me gustan y que me sacan de estos vapores de ensueño –en los que no sé bien con quién ni dónde estoy- son los del varón grande que me habla mucho, con fuerza y con una musiquita de respeto y cariño detrás de su tono firme de baqueano curtido. Cuando viene él lo acompaña un olor penetrante a pescado de agua dulce debajo del cual disimula un tufo inconfundible de caña que no recuerdo porqué me agradan tanto...

Lástima no poder contarle mis cosas, las que me asaltan ahora a destellos y no muy seguido: de embarcadizo, de alguna tormenta o crecida brava, de lindas fogatas costeras calentando el alma, acortando distancias y horas, apretujando niebla y humedad o sublimando el tedio con polleras o trenzas, bálsamo de pocas noches estrelladas alto paranaenses.

O preguntarle donde está esa guaina porá-ité que se escabulle en mi cabeza cuando busco su nombre o la nitidez de sus ojos y me apena tanto encontrarla cada vez menos... Su fugaz presencia en mi mente traviesa es el rato que más me gusta, me sacude las entrañas.

Parece entristecer su cara el hombre éste, cuando intento sacar una palabra por esta boca mía torpe y que ya no responde más que con una mueca.

¡Me enfurezco y siento más dura que nunca esta caja de tablas con ruedas y respaldo, al agarrar con fuerza los apoyabrazos improvisados con tacuara lustrosa! Las piernas me tiemblan y tampoco me dejan caminar como quisiera, aunque al ponerme al menos de pie con su ayuda me siento vivo.

Un porongo liso y ruidoso me descarga los nervios y me calienta las manos cuando estoy arisco o cuando tardan como casi todos los días en limpiarme y refrescarme... ¡Ese sí que es otro rato que me gusta por demás!... Menos cuando el agua fría de su apuro o sus cansancios me da ganas de putear.

Hoy me tocó un frito de chuparse los dedos después del agua tibia y la ropa seca, que me devolvieron el alma al cuerpo y hundieron mis duros huesos en mi catre con embriagada acogida...

Pero mi suspiro raro, más largo que el de otras echadas, me trajo a la cabeza un lejano sapucay costero y radios chillonas de chamamé y guaranias que no sé si están pasando de veras. Quizás nada más tengo sueño y me da vueltas entre mi sangre vieja y mis ganas de resistir, un salvaje y raro latir de guaraníes y gringos, todos hablándome y riendo a la vez, a veces palmeándome la espalda y dándose vuelta para irse rápido, uno por uno como escapando...

Yo mismo parezco huir desde el otro lado o meterme monte adentro, cual matrero fronterizo que ya casi ni nombre propio tiene, cayendo y extraviando el machete entre los dedos lánguidos, como agudizando irremediablemente el ya no ser. El ya no sentir o pensar.

Pareciendo engualichado por esa luna grandota que nunca vi moverse tan ligera en esta noche que tampoco reconozco tan negra, como si yo flotara donde no debiera...

Como si ya no me percatara de la vida o de la muerte, casi como si nunca hubiera existido diferencia entre ambas.

Inédito. El autor es profesor de Educación Física y ajedrez. Vive en Puerto Rico

Erni Vogel

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