El dorado

domingo 17 de enero de 2021 | 6:00hs.
El dorado
El dorado

El reloj vital del agua marcó la hora en punto de iniciar la revolución. El inmenso dorado comenzó a moverse en el fondo del pozo del Paraná, donde había permanecido escondido desde el 12 de octubre de 1492.

Afuera, a cielo abierto, una tormenta estremecía a los pueblos costeros con la intención de disimular la marcha del gran pez río arriba.

Los cardúmenes de sábalos, bagres, surubíes, palometas y patíes entornaban al dorado y, entre todos, protagonizaban una procesión jamás realizada.

Los peces, que ahora se dirigían hacia el Norte, estaban entrampados entre las represas de Itaipú y Yacyretá, condenados a la transfiguración y, quizás, a extinguirse en aguas envenenadas y acelerado proceso de putrefacción.

Las lampalaguas también se sumaron al extraño movimiento que acontecía en las entrañas del agua.

Los monos aulladores temían que la comunidad de peces protagonizara un suicidio en masa. Pero un viejo yaguareté, desde la baja barranca, observó fijamente a los ojos del “tigre del río” y rugió con todas sus fuerzas. Una lágrima colorada se le cayó cerda de las garras porque había comprendido el propósito de aquella movilización.

Los puertos de Santa Ana, Gisela, Mbarigüí, Garuhapé, Caraguatay y Monte Carlo quedaron atrás. Al llegar a la desembocadura del Piray Guazú, el dorado se internó en el arroyo y siguió remontando las crecidas aguas.

Los arroyos Cascada, Consuelo, San Joaquín, del Niño arrimaron todo su caudal para favorecer la escalada del gran pez, hasta que llegó al encuentro con el Alegría y luego siguió por dos noches más, siempre hacia arriba.

Los obreros de las vertientes trabajaban sin descanso. Millones de luciérnagas se habían congregado para iluminar la asamblea popular de los peces.

Después de una semana de torrenciales lluvias, el dorado miró los árboles por última vez, dejó que todos sus parientes y amigos le acariciaran, como quien se despide de un ser amado al que ya no volverá a ver en este planeta.

De repente, el inmenso pez comenzó a descender, rumbo al desbordado Paraná, otra vez. A medida que devoraba la distancia, su velocidad aumentaba.

Los cimientos de Posadas fueron estremecidos cuando el dorado pasó frente a sus costas.

La gran muralla estaba ahí, a menos de mil metros. Por primera vez, después de 500 años, el pez realizó un espectacular salto fuera del agua antes de atropellar la barrera de hierro y de cemento.

El impacto fue tremendo. Sangre, ojos, escamas, tripas y dientes volaron por el aire. Pero también se rompió en mil pedazos la represa de Yacyretá.

El agua liberada, al hacer una suerte de embudo con una fuerza de atracción impresionante, determinó la ruina de otra represa: Itaipú.

Al fin el Paraná recuperó su libertad y los peces comenzaron a desovar. A lo lejos, Buenos Aires estaba hundiéndose, ahogándose.

Morgenstern fue escritor, poeta periodista y defensor de la ecología. Oriundo de Cerro Azul, falleció en Posadas en 2003.

Thay Morgenstern

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